La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

martes, 9 de febrero de 2010

Memorias de una noche en Florencia (Caquetá)

Recostado contra una casa vieja, con una vieja pistola al cinto, sin ninguna otra defensa que un chaleco de tela y una cachucha con las siglas “C.T.I.”, pasé mi primera y única noche en Florencia. Pero no en la idílica Italia, sino en la conflictiva Caquetá.

No estaba en mis planes quedarme aquella noche. Sabía que la situación de esa ciudad no se prestaba para el turismo, menos cuando uno es foráneo y peor aún, funcionario de la Fiscalía. Pero sí estaba en los planes de la aerolínea Inter, sin temor a equivocarme, la más incumplida del país.

Había terminado mi trabajo comisionado por la Oficina de Protección de la Fiscalía a eso de las tres de la tarde. Una entrevista a una persona amenazada por declarar en un proceso de uno de los tantos homicidios del Departamento (tres para ser más exacto. Con más ya es masacre).

Después de una breve caminata por el centro de Florencia y despedirme de todos los compañeros, me fui a cumplir la cita en el aeropuerto a la hora que indicaba el tiquete aéreo. El vuelo no salió ese día. El avión se fue a cubrir una emergencia en Panamá.

Como un niño extraviado regresé y al llegar a la Oficina la expresión de todos los que me vieron fue unísona: “!No salió el avión de Inter¡”. Sólo agaché la cabeza porque ya me habían advertido sobre la impuntualidad de la aerolínea.

El director del C.T.I. en tono compasivo me preguntó: ¿Tiene plata? - ¡Claro!, respondí, mientras movía un par de billetes en mi bolsillo que no sumaban mas de 20 mil pesos. Ah, bueno, aquí hay un hotel decente que cuesta como 50 la noche. Creo que lo conmovió mi transfiguración de angustia porque replicó de inmediato: pero si quiere quédese en mi casa, hay una habitación vacía pero esta noche no voy a estar. Tenemos algo que hacer acá. No sé si me notó la cara de alivio, pero en tono burlón continuó: Si no tiene plata, diga fresco chino, eso nos pasa a todos por estos días.

La frase “tenemos algo que hacer acá” me quedó martillando en la cabeza. Mis funciones en el Programa de Protección son operativas pero sin mucha acción, más bien son actividades de inteligencia. Pero el C.T.I. rompe por lo menos una puerta por noche en allanamientos y yo quería saber cómo era esa vaina.

Salí de la Oficina del Director y me quedé dando vueltas de oficina en oficina. Pasé por criminalística e Información y análisis. Salí de allí y a mi derecha, en un cuarto pequeño y oscuro, encontré una persona robusta organizando con paciencia armas largas y cortas. Limpiaba el cañón largo de una MP5 mientras miraba con desprecio una pistola 7.65, la más pequeña de todo el arsenal.

Él era el remplazo del jefe de seguridad que había sido asesinado pocos meses atrás, por balas que nadie supo de dónde provenían. Entonces qué, le dije en tono amigable. Levantó la cabeza y siguió limpiando. En ese ambiente es difícil ser amigable. ¿Duro el operativo de esta noche? pregunté. No sabemos. Todo depende de lo que pase. En vista de la brevedad de las respuestas decidí seguir mi camino.

Como a las seis de la tarde vi que todos allí pararon su labor y empezaron a acomodarse chalecos y gorras con insignias del C.T.I. Se sentaron en las escaleras esperando a que les hablaran. Yo me hice en un rincón discreto como quien fisgonea detrás de las puertas. De hecho, cada vez que abrían la puerta de la que estaba al lado, perdía la visión de todo lo que estaba pasando.

Cuando la mayoría de la gente se acomodó salió el Director y sin mucho rodeo empezó a hablar: Ustedes saben que la situación no está nada fácil y ya estamos notificados sobre la posible toma de esta noche. Nadie se inmutó, como si fuera cosa de todos los días. Mis ojos casi se desorbitan. Por eso, continuó, tenemos un plan de contingencia en coordinación con el Ejército y la Policía, y a nosotros nos toca cubrir todas las instalaciones que pertenezcan a la Fiscalía. Entonces, nos vamos así… Empezó a leer sitios y personas a medida que se iban acomodando. Terminó y sólo sobraba una persona en ese lugar: Yo.

Bueno, me dijo, aquí ya casi salimos así que tenga estas llaves y que lo dejen allá. Pensé dos veces antes de pedirle que me dejara ir con alguno de los grupos. Sabía que esa era mi primera y única oportunidad para sentir algo de vértigo en lo que llevaba trabajando. Entonces también, sin mucho rodeo, le dije: yo quiero ir, me siento mal viendo como todos se alistan y yo que tengo el mismo carné, me voy a dormir. No hermano, después le pasa algo y me lo cobran nuevo, dijo. Fresco, repliqué, yo tengo funciones de policía judicial y esto lo puedo hacer. No era cierto, las funciones sólo son para eventos del cargo, no para tirárselas de Rambo. Igual me creyó el cuento. Bueno, pero bajo su responsabilidad, coja ese chaleco y esta gorra que es mía y vaya al armerillo para ver que le dan, terminó.

La fila era corta y la gente iba saliendo con MP5, Moltber, R-15, Galil, y las mujeres con 9 mm. Cuando llegó mi turno el hombre robusto me miró con extrañeza, y sin pensarlo un segundo me pasó la 7.65. La miré y lo miré. Él ya tenía sus ojos en otra persona y otra arma. Bueno, qué cárajo, pensé, a la hora de la verdad con cualquiera le dan a uno.

Iba caminando sin rumbo para ver que grupo me adoptaba, y el jefe de criminalística, un paisa buena gente, me invitó para irme con ellos. Venga, nosotros vamos a cuidar la plática, nos vamos para la seccional administrativa y financiera. Listo, va pa’ esa, dije. ¿Y su arma? preguntó. Le mostré el cañón que asomaba por entre mis manos. Bueno, le figuró la cauchera, pero fresco que esa también pega duro.

Empezamos a salir de las instalaciones grupo por grupo a pie. Nosotros éramos el tercero. Íbamos cuatro personas y sin mucho orden salimos. Yo sólo seguía al jefe porque no tenía ni idea para dónde caminábamos.

La gente miraba por las aberturas estrechas de las puertas o por el filo de una ventana. La mayoría se escondía. Al pasar por un billar lleno de hombres, unos dos corrieron detrás de un mostrador y los otros se quedaron impávidos. Afortunadamente ninguno se asustó lo suficiente para desenfundar algo. Pasamos de largo. Ese día no era para requisar a la gente.

Después de unos diez minutos llegamos al sitio que debíamos cuidar. Vaya hágase al lado de esa casa y escóndase bien, me dijo el jefe. Yo me ubiqué recostado contra la pared de una casa vieja, al lado de una zanja llena de pasto y maraña. No sabía si me daba más miedo lo que pudiera pasar o los bichos que podían salir de ese matorral.

Pasaba la gente y para mí todo el mundo era sospechoso. Metí el arma entre el pantalón para no hacerme tan evidente. Con la gorra y el chaleco ya era suficiente. Mi rincón era oscuro y casi nadie me veía. Debía estar alerta. Hasta las madres de la caridad podrían sacar algo debajo de su hábito. Al frente, en otra casa, estaba ubicado uno del grupo en un sitio iluminado y la gente que pasaba lo miraba con curiosidad y temor.

A lo lejos se escuchaba un rugido suave que poco a poco se iba incrementando. Pasaron por el frente unos tres tanques cascabel y a los cinco minutos dos camionetas de la policía repletas de uniformados. Nunca había sentido la guerra tan cerca. Es algo escalofriante, la zozobra no tiene descripción. Aunque no suceda nada, por las venas sólo pasa corriente.

Un grupo de supervisión pasó al lado y casi no me ve. Sólo escuché un susurro: ahí hay uno, se escondió bien ese, pero se pegó a la pared de la sede de la Administrativa, cuando la vuelen, lo vuelan a él también.

Me corrí un poco más hacia la zanja. Preferí la picadura de una araña que la detonación de una granada. Me boté al suelo y ahí me quedé un rato. A la hora se escuchó un grito: ¡Todos a la sede, se acabó el simulacro¡. ¿Cómo? ¿Un simulacro? ¿Estaba creando la úlcera más rápida de la historia por un simulacro? Sentí una mezcla de rabia y alivio. La verdad, más alivio que rabia. Bajó toda la tensión y mientras me quitaba todas las cosas que se le pegan a uno dentro de la maraña no podía dejar de reírme.

Caminé al lado del jefe y él también se reía porque sabía que yo no estaba enterado de que era un simulacro. Devolví el arma, la gorra y el chaleco, le di la mano al jefe y me despedí de él. Esa fue la última vez que lo vi. Tres meses después, en un atentado que no era un simulacro, lo mataron, también por balas que hasta ahora no se sabe de donde provenían. Esa es la guerra.


POSTCRIPTUM

Este texto fue en su momento la evocación de algo anecdótico. Mientras lo escribía, me reía recordando cómo había helado mi sangre en el calor de Florencia esperando una toma de la guerrilla que no llegaría esa noche, porque no era más que un simulacro del que yo no estaba enterado. Han pasado poco más de tres años desde aquella noche.

Después de mi relato, por casualidades un poco macabras de la vida, fui trasladado a Florencia para remplazar a una persona que habían matado. No era al paisa buena gente, era otro funcionario, el jefe de la Sección de Información y Análisis del CTI en esa ciudad.

Viví en Florencia en ese cargo un mes, 18 días y 15 horas. Ese tiempo me duró el miedo. La anécdota dejó de ser un recuerdo gracioso y se convirtió en una zozobra permanente. El chaleco ya no era prestado. Era el mío, y lamentaba cada vez que me lo ponía, que no fuera antibalas. La vieja pistola me fue remplazada por una nueva 9 mm. Era mi compañía permanente y estaba nueva porque mi antecesor no alcanzó a utilizarla. Quedó con ella en la mano inactiva.

No pude vivir así, el miedo me ganó y renuncié al C.T.I. y al empleo. Sabía que iba a ser un desempleado más en las estadísticas pero un muerto menos. Dejé mi chaleco y mi pistola a quien fue mi reemplazo. Un muchacho de Bucaramanga experto en criminalística que hacía los levantamientos de cadáver. Descansé.

Cuatro meses después de mi renuncia, las noticias justificaron mi miedo. El muchacho que me remplazó fue asesinado junto con el morfólogo. Saliendo de Puerto Rico, Caquetá, después de una quema de droga, la guerrilla los retuvo y los mató. Quemaron la camioneta en la que iban y los dejaron tirados al lado de la vía. El arma nueva que ninguno de los tres habíamos usado por fin fue detonada. Con esa misma los mataron.

La toma no llegó nunca a Florencia, pero la muerte apareció en cualquier camino. Esta experiencia me permitió entender que en Colombia los simulacros son preludio de tragedias que no siempre llegan como las hemos imaginado. Esa es la guerra.

Fin.

jueves, 4 de febrero de 2010

Un paseo por el mundo de las prostitutas


Las hay de todos los tamaños, colores, olores y sabores, grandes y pequeñas, gordas y flacas, caras y baratas. El mercado está saturado, y ellas buscan más a su cliente que los clientes a ellas. Son las prostitutas, un tema de moda, que nunca pasará de moda.

He sabido de crónicas y entrevistas que últimamente se han hecho con prostitutas, y la verdad, el tema me apasiona. No leí nada, pero quise meterme en este mundo por el que ya había pasado como novato adolescente. Pero en aquel entonces no hacía preguntas, casi ni hablaba preso de los nervios y la emoción. Su mundo me parecía interesante pero no ahondaba, me daba pena, pagaba y me iba. Pero ahora entré creyendo hacer un trabajo periodístico, con la inmunidad de conciencia que nos da el “análisis” y el “profesionalismo”.

Call Now!: A domicilio

Lo primero que hice fue buscar el periódico, porque también las hay a domicilio: “Call Now!, complacientes... etc”. – Aló - - Buenas noches habla Erica - - Hola Erica, busco compañía - - Claro que sí, llamaste al sitio indicado, ¿cómo quieres a la niña? – Linda, muy linda, rubia mejor - - Claro que sí, no te vas a arrepentir, para que sigas llamando - - ja, ja, bueno, ¿cuánto cuesta?- - El servicio te incluye masaje oral, varias posiciones (hasta ahí ninguna diferencia con una máquina para hacer abdominales o algo así) y un pequeño show de streap tease si quieres, y eso vale 150 por una hora - - ¿Una hora 150?, pero cariño, soy estudiante y no tengo toda esa plata - - Oh sí, por ser a ti, te regalo 20 minutos...- - No, yo no quiero minutos, quiero más barato...- - Bueno, te lo dejo en 120 y te regalo los 20 minutos - - No, mejor déjamelo en 100 y no me regales nada - - Ok - - Listo, gracias, ¿cuánto se demora? - - Unos 30 minutos – Vale, gracias...- - chao -.

Son las 10:20 p.m., al filo de las 11 estará llegando mi entrevistada, pensaba mi parte “profesional”. Ojalá esté bien buena esa vieja, pensaba yo. Las 11 y no aparecía, ya me impacientaba. – Hola Erica, otra vez yo, es que tu amiga no ha llegado - - tranquilo, ya va en camino - -ok, gracias... -. 11:10 p.m., suena el citófono, -joven Andrés, que lo necesita la señorita Angie en portería - - Sí, dígale que siga, gracias -. Bajo los seis pisos de mi edificio como un rayo, llego y la veo. No me siento defraudado, es rubia y linda, como la había pedido. Hola Angie, le digo, hola, me responde, mirándome por debajo de sus cejas...- Uy! mamasita... pienso, hasta acá llegó esta entrevista... - - Sigue a mi apartamento, soy soltero y está un poco desordenado. -, tranquilo, igual lo vamos a acabar de desordenar... – Agrrrr..., creo que no voy a ser capaz de empezar con la primera pregunta antes de quitarme la corbata.-

Entra, la miro, me mira, ella me analiza y yo quedo impávido. Ahora no sé cómo decirle que no se tiene que quitar la ropa, que no quiero esta o aquella posición y que no se le ocurra tocarme con la boca. Sólo atino a decirle: Siéntate en el suelo que no tengo muebles. Tranquilo, lo he hecho de peores maneras, me responde. Carajo!, de repente me da un ataque de responsabilidad y la confronto: Oye, la verdad te llamé pero no quiero acostarme contigo (pensé en decirle “hacer el amor” pero no me pareció apropiado), sólo quiero hablar. Puso cara de interrogante, y para que no se asustara pensando que yo era psicópata o algo así, le dije la verdad.

Entré por el lado sentimental, le dije que en ella veía una mujer hermosa que tenía vida y que hacía eso por alguna razón y que quería escuchar cuál era esa razón. La verdad veía una vieja buenísima que en otras circunstancias hubiera seducido sin pensarlo dos veces, pero también veía a una mujer, y bueno, ya entrado en gastos desentonaba quitarme la corbata. Cambió su semblante y su mirada gatubela, se relajó y hasta cubrió un poco su escote. Bueno, me dijo, yo hago esto para pagar mi carrera y llevo sólo dos meses acá. Los dos datos me parecieron parcialmente ciertos. Empezó a contarme y deje de ver su sensual cuerpo como una mercancía y me empecé a compenetrar con la mujer.

Saque un trago de gaseosa, lo más fuerte que tenía en la casa y se lo brindé. Lo recibió y siguió hablando, ya no tenía necesidad de preguntarle nada, parecía que se estuviera desahogando. Mira, continuó, yo vivo en Fontibón y estudio, mi mamá vive con el novio y yo me siento como un estorbo, ella me insinúa que me vaya y yo no tengo a donde ir. Pagué un semestre de carrera con la liquidación de una empresa para la que trabajaba como impulsadora, pero para el segundo semestre me quedé sin plata, y una amiga me dijo cómo se pagaba ella la carrera. Era esto, y bueno, aquí estoy.

Evidentemente era una niña humilde, de 19 años (eso dijo, y los aparentaba). Le hice preguntas que siempre quise hacer, como qué sentía ella cuando le tocaba acostarse con un hombre horripilante. Su respuesta fue simpática. Pienso en algo lindo y hago de cuenta que no estoy allí, me dijo. No entiendo como una mujer se puede imaginar algo lindo con 100 kilos de cebo encima, diciéndole sandeces y gimiendo como un perro envenenado.

También le pregunté qué disculpa sacaba en su casa para ausentarse en las noches, sin que pensaran que andaba en actividades nocturnas de dudosa reputación. Me contó que en su casa creían que ella trabajaba para una empresa de beeper, y que sus turnos eran toda la noche. Además era prohibido llamar a molestar. Problema resuelto.

La charla se fue tornando amena, y la hora se fue esfumando, ella se fue relajando y acabó en mis brazos con el viejo truco de “tengo frío”. Yo no pude abstraerme de volverla a sentir buenísima, pero el tiempo ya iba concluyendo, y es implacable, ni un minuto más. Finalmente me dijo, me llamo Jennifer Paola, le creí. Traté de lograr una prorroga con Erica pero no se pudo. Mejor, no sé que hubiera pasado, quizás hubiese sido 83 kilos de cebo encima de ella gimiendo como perro envenenado, y ella, pensando en algo bonito.

Al ruedo: A la casa del ritmo

Pero la historia no concluye ahí, creó que había hecho lo fácil, que era encerrarla en mi espacio, ahora quería entrar a su espacio, o al espacio de otras como ellas, pero necesitaba un duro en el asunto, una persona que conociera el ambiente y se tuviera confianza. Siempre se necesita estrategia para todo. Y lo conseguí. Siempre en las oficinas hay alguien experto en prostitutas. Poco a poco me fui acercando a este personaje mostrando gran interés y algo de conocimiento sobre el tema. Él empezó a hablarme sobre sus sitios preferidos, precios, novedades, y bueno, la aventura estaba cuadrada, jueves después de la oficina empezábamos la correría. Calculábamos que a las nueve de la noche ya todo habría acabado.

La emoción fluía en mi lado pervertido y me daba tranquilidad al mismo tiempo porque iba en plan de trabajo. La primera parada era en un sitio conocido como “vamos al colegio”, que queda en la 47 debajo de la 13. Es una casa sin letreros. Sólo no hubiera llegado nunca pero iba con el maestro. Timbra, nos recibe un caballero con cara de nadie y nos requisa. Sigue y nos lleva a una pequeña sala. Quieren una en especial o prefieren presentación. Mi amigo ya sabe por cuál va, pero yo necesito la presentación. Yo quiero presentación digo, con aire de dominio y seguridad. Niñas, presentación. Y a mí me toca bajarme de los primeros mil pesos. Pasan todas juntas, uniformadas con faldita y blusita de colegialas. Obviamente si asistieran con esta falda al colegio ya habrían sido expulsadas. Dicen su nombre cuando llegan, una vez más al frente y una cuando se despiden. Yo escogí a Joyce, una trigueña alta con cara de mala y una piel impecable. Bueno, el rato por 20 minutos les cuesta 20 mil pesos. Listo, vamos pues. Mi amigo no perdía el tiempo, ya estaba en la habitación. No estaba haciendo ningún trabajo periodístico.

Llegamos a la habitación. No estaba tan mal por 20 mil pesos. Aquí era más difícil decirle que no quería que se quitara la ropa o tal o cual posición, el tiempo era oro y lo primero que ella hizo fue sentarse en la cama con las piernas entreabiertas que me permitía ver su ropa interior. Contener el aire y decir la verdad otra vez. Ahora quitarle la cara de interrogante era más difícil aún. Y yo de las ganas ni hablar. Pero aguantar la respiración por 20 minutos no era tan difícil. En este caso no fue tan fácil hacer preguntas. Se mostró hostil y lo primero que me dijo es que no me iba a responder todo lo que preguntara. Ok. Estudio psicología, no le voy a decir en donde y con esto me pago la carrera, tengo 19 años. Empecé a llegar a una conclusión. Todas se pagan la carrera y tienen 19 años. También le pregunté por el hombre horripilante. Me dijo algo más sensato. Aquí vienen por satisfacción y yo les doy eso, nada más, ni les miro la cara. La pregunta más tonta pero más pertinente. ¿Te gusta lo qué haces?. No, pero es un trabajo, y ya. El tiempo voló, mi imaginación también pero no pude hacer nada. Sólo admirar su bella piel canela debajo de esa faldita minúscula que la verdad, no le hubiese quitado de ser otro el plan. Sonó un celular, tiempo cumplido, ni un minuto más.

Mi amigo salió con una sonrisa inmensa, yo miraba con cara de ufff! y le empecé a contar las peripecias que hice (que en realidad no hice) y él las suyas. No podía perder el ritmo para él, la noche era de juerga y no de academia. Bueno, si quiere vamos a un sitio que se llama Solid Gold que queda en la Caracas y hay show de streap tease. Listo papá, arranque y vamos.

Cogimos un taxi en la 47 con Caracas y llegamos a Solid Gold. Una puerta angosta con portero inglés, como todos los porteros de prostíbulos. Amabilidad por todas partes. Llegamos y el ambiente oscuro, como el tradicional prostíbulo. Dos soldados esperaban a la entrada. Pensé que era una batida y casi desisto, pero mi amigo me dijo que era normal, ellos sólo estaban ahí cubriendo la guardia de los que estaban adentro.

Puerta discreta y las mesas con sillas altas, para que no se vea que hace uno al frente. Las mujeres sentadas. Era temprano y casi todas estaban disponibles. Don Andrés, saludó uno de los porteros al compañero con el que iba, definitivamente iba con el que era. ¿Hay Show?, preguntó Andrés, sí, en el segundo piso, 5 mil pesos por persona. Saqué mis 5 mil, los pasé y seguí por la única escalera que había.

Una mujer completamente desnuda se contorsionaba contra una barra de metal y hacía movimientos bruscos de cadera. Ya estaba terminando su presentación, porque en teoría, empiezan con ropa. Su cara demostraba que Darwin tenía razón, y que el hombre efectivamente viene del simio. A su cuerpo se le notaban las marcas del trajín. Se captaba que el show empezaba por lo peor e iba mejorando, eso dijo mi amigo. Pedimos cerveza para entrar en calor. La siguiente chica se alistaba, con uniforme que emulaba una tenista o algo así. Subió a la tarima y empezó a bailar, moviéndose por todos lados y mostrando sus atributos a todos los que estábamos en la barra.

Alrededor de la barra había unos diez hombres, dos de ellos acompañados por prostitutas del lugar, con ron, obviamente, los demás podíamos tomar cerveza. La barra era diversa, hombres viejos y jóvenes, gordos y flacos, decentes y harapientos. Y los soldaditos parados detrás de todos.

Cada cuál gozaba el show a su estilo. Los que iban en grupo se animaban a gritar alguna cosa, los solitarios sólo miraban callados. Ellas bailaban y poco a poco se despojaban de las prendas hasta quedar desnudas. Una vez acababan bajaban y subía la siguiente, unas feas y otras no tanto.

En un momento bajé al baño, a hacer chichí, aún no estaba tan emocionado, y al final de las escaleras unos ojos verdes se cruzaron con mi lívido vulnerable. Una prostituta preciosa, casi una mujer. Sin pensarlo le dije: ¿cuántos años tienes? Doce, me dijo, pero de estrenada, repliqué. Sonrió, y le dije que ya bajaba para que habláramos. Me dijo, no, ya me voy para la “fortynine” (otro prostíbulo, fino, que queda en la 13 con 49), el viernes vengo acá. Ok, le dije, no sin cierto halo de decepción, porque aparte de linda se veía abierta, es decir, amable.

Volví a subir a ver esos cuerpos grotescos que se contoneaban indecentes, que acercaban sus partes nobles a la cara del público y el público deliraba, bueno, nosotros delirábamos. Se acabo la tanda del show y bajamos con mi amigo, él ya sabía que quería. Sacó a la segunda stripper a una mesa, a la que no se sentaría si no pedíamos media de ron. Pedimos media de ron. Ella se sentó y nos pusimos a hablar. Mi amigo sin titubeos la abrazó, ya era de él. La niña de doce años seguía rondando. Le dije, ¿bueno, y tú qué? Me voy. No te vayas. Espera. Regresó y se sentó en mi mesa, se sirvió un trago de ron. ¿Y entonces? Le dije entre emocionado y confundido. Me quedo contigo. Ya cuadré. Sentí algo extraño, como atracción, no sé si por la prostituta o por la mujer. Nos pusimos a hablar, y a tomar obviamente. No eres de acá, le dije, mientras me miraba con esos ojazos verdes. No, soy de Rionegro Antioquia. Sólo el habladito paisa ya me estaba entusiasmando. Además dijo llamarse Nicole.

Le hablé en voz baja y le dije que venía para hacerle una entrevista, que era estudiante de periodismo. Ella me respondió con sensatez, me aterrizó. Mira, lo periodista no te quita lo hombre y lo entrevistada no me quita que necesito el cliente, hablamos, pero lo que se vaya dando, se va a ir dando. El mensaje estaba claro, podía terminar acostado con ella en cualquier momento. Traté de hacer una charla amena, le pregunté por su vida y me dijo que tenía un hijo, que con la plata que ganaba había comprado una casa para ella, no hablaba con vergüenza o desdicha por lo que estaba viviendo, tan sólo le parecía un trabajo, y ella lo hacía con propiedad. Me confesó que no tenía 12 años sino 23 y entre trago y trago fue acomodándose entre mis brazos, yo no me mostraba ajeno a la situación y la disfrutaba. Alababa mis ojos, mis cejas, mi cabello, mi cuerpo, por Dios, mi cuerpo al que no le invierto sino en comida. Tanto halago y tanto trago hacían mella, pero yo me seguía sintiendo muy profesional, sólo buscaba una justificación para ir a la cama con ella y no dejar de sentir que era parte de un ejercicio académico.

Igual, ya pensaba que era parte del trabajo de campo y que la sesión práctica era ineludible. Charlamos, me habló de su hijo de dos años y de su mamá, que no tiene ni idea a qué se dedica. Tampoco viven juntas. Me contó de sus aspiraciones de entrar de nuevo a la Universidad, en la que ya había hecho dos semestres de mercadotecnia. De repente se replegó en el sillón como queriéndose esconder, cubrió su rostro con el cabello y me soltó. Pensé que había dicho algo que la hubiese podido herir. Le pregunté qué le había pasado. Me señaló al frente, en donde sólo vi a un señor de barba, un poco rechoncho y encorbatado sin más señas particulares. Me pareció normal. Es un sitio lleno de señores rechonchos, barbados y encorbatados. Me dijo en voz baja que era el director del colegio en el que había estudiado. No sabía si era más vergüenza para él o para ella. Ella por ser su alumna y terminar prostituída, o él, por ser el director de un colegio y llenar su tiempo libre donde las prostitutas. Finalmente los dos seguían compartiendo el mismo mundo y llegaban de alguna manera a la misma doble vida.

Se repuso y se dio cuenta que el tipo estaba muy borracho como para reconocerla, y siguió con su juego, con el trago, y todo se perfilaba para hacer lo que hace una persona que no es periodista en un prostíbulo. Me propuso que subiéramos. No era para evitar el sonido ambiente.

Acepté, qué más hacía, estaba excitado, su manoseadera me tenía loco, y el trago ni hablar. Son veinte del cuarto y veinte para mí. Me pareció barato comparado con los 100 que había dado hace una semana. Y bueno, esta vez por lo menos los iba a usufructuar. Subimos a un cuchitril asqueroso, ahora el que tenía que pensar en algo lindo era yo. Se fue desvistiendo poco a poco, me miraba como si yo fuera una estrella porno, y yo prefería sentirme así, es más, le pedí que se dejara las botas rojas que tenía, me parecía grotesco, pero acorde con la situación. Ropa interior roja, y botas rojas, trago en mi torrente sanguíneo, y no digo más, el resto es de suponer. El trabajo de campo estaba completo, o casi completo, habría más.

Para abajo y mi compañero de travesía andaba en show privado, me acerqué y miré por una rendija, ella bailaba y se quitaba la ropa, él gozaba con el espectáculo y estiraba su mano probando la mercancía. Al final ella no le dio lo que él pidió, un masajillo oral, esto lo indignó y la sacó de la mesa, pagó los 20 del show y la abrió, es decir, la apartó, y buscó a otra.

Nicole acabó exhausta, creo que los nervios demoraron un poco mi faena, y le revolví el trago. Bajó y se echó en un sofá semiconsciente. Me acerqué a ella y no respondía. Allí un mesero apareció con su majestad. Es infalible y restablece el sentido de una. Alarga la noche y acorta la vida. Es el perico, el fua, o la coca, la misma vaina, un pase y como si nada, todo vuelve a la normalidad, relativa, por supuesto. Aún con su nariz pintada de blanco se acercó a mí. Traté de rechazarla, odio la coca y la droga en general. Me explicó con paciencia que lo hacía para soportar las largas noches de ajetreo que debía soportar. Sin esto era imposible. La comprendí, pero también comprendí que su vida iba a ser corta y desdichada, por más dinero que le representara su trajín.

Una amiga de ella se sentó al lado de los dos, concretamente al lado mío. También se deshacía en elogios. Se le veía el hambre por encima, la necesidad. Gorreó un poco de trago y se quedó un rato con mi amigo y su nueva amiga. El trato entre la mujer con la que yo estaba y ella era demasiado cordial, rozando con lo íntimo. Me estaban preparando un lesbishow o show de lesbianas, un asco en voz alta, pero la aberración más deseada por muchos hombres.

El Lesbi, toqué fondo

Bueno Andrés, me dijo, te subimos las dos pero tienes que pagar 80 mil pesos, me decía mientras llenaba mi copa de ron. El trago no lo justifica todo, pero yo si estaba muy prendo a esa altura de la correría. Además, siempre quise ver a un par de lesbianas juntas. Y ellas no eran sólo lesbianas, podían ser hasta zoofílicas por dinero. Mi amigo ya andaba por su segundo show privado, y parece que en este le iba mejor porque se estaba demorando.

Conté la plata que tenía, cada vez menos, el trago se pagaba de contado y cada amiga de mi nena me arrancaba de a dos mil o tres mil pesos. Sabía que iba a gastar, pero nunca pensé en derrochar tanto.

El dinero pierde su sentido, más cuando hacemos maldades. Lo mismo me pasaba con el juego. Encontraba alguna forma de justificar tanto despilfarro. Aquí era por el trabajo de periodismo que todo valía, pero en tono bajo decíamos con mi amigo, “todo sea por las putas”.

En fin, tampoco pude abstraerme de botar 80 mil en el show lesbi, una conjugación de gritos fingidos, besos por montón, que tócame acá, que hazme allá, en fin... yo miraba, y me excitaba claro, pero procuraba mantener mis manos lejos, ya había tocado lo suficiente. Terminaron los 25 minutos programados, otra vez abajo y otra vez más ron, más perico, fua o como se llame esa porquería. Yo tomaba y ya veía las imágenes difusas, hablaba en letra pegada y me sentía todo un semental. Severo catre decía Nicole, y yo sabía que era para subir mi autoestima. Entre sus relatos me dijo que ella hacía un espectáculo que se llama el “macho man”, que consiste en que tiene sexo en vivo con público y un voluntario de él que se mide a tener sexo con ella frente a todo el mundo. Sentí que le había comido “embolao” a media Bogotá, a más de un gordo seboso, director de colegio, malandrín fracasado, soldadito sifilítico, en fin, creí que se me iba a caer, pero que carajo, ya estaba y no había nada que hacer.

¿Las 9 dije?, eran las 2 y media de la mañana y la faena se veía larga. A las tres nos sacaron a sombrerazos. Que vamos para la Fortynine dijo Nicole, y creo que me acuerdo que dije que sí. Otro taxi, y arrancamos, mi amigo con la suya y yo con Nicole, la sentía como mi perro guía dentro de este mundo de ciegos. De hecho lo era.

La Fortynine: Lo máximo

Llegamos a la Fortynine, o la 49, para los más chibchombianos. A la entrada se veían parqueadas Toyotas burbujas, BMW, y toda suerte de carros finos y engallados, como de traquetos. Entramos por una puerta angosta y las mujeres caían de todas partes. La más linda de Solid Gold, que era Nicole, era una de las más destempladitas de la “Forty”. Mujeres preciosas, mejor, prostituas hermosas que lo veían a uno con cara de billete con patas y algo que las podía divertir un poco caían de lado y lado. No conté las veces que me cogieron la cola, pero fueron más de cuatro. Me decían, oye, zafa a esa fea y vente conmigo, mujeres con pinta de reina y cara de malvadas. Había que pedir otra media de ron para estar allí, si no consumes, te vas, así de simple. 70 mil más, sumados a los 160 que ya habíamos consumido en Solid. La concepción del dinero se pierde, se va a chorros. Mi amigo zafó de una a su fea y se levantó una paisa preciosa. Pero ya no había billete. La baciló un rato y cuando la nena vio que no había de dónde más sacarle se abrió, es decir, se fue.

Nicole me dio un tour por la Forty, un palacio de perdición. El primer piso, en el que estábamos, es el mercado, el capitalismo salvaje. Uno es el billete y ellas se te lanzan para sacarte hasta el último centavo, en trago o en la habitación. 80 la nena, 40 la habitación y 70 de la media de lo que sea, si quieres pasarla humildemente no puedes ir con menos de 200 mil pesos, para que quede alguito para el taxi.

Ahí hay una pista de baile en la que todas se contonean a tus ojos, mostrando la mercancía que vas a comprar. Ya no había billete, yo estaba por fuera del mercado. En el sótano, las habitaciones normales, para el rato barato, y para colmo, un casino, como si no fuera suficiente perder la plata en mujeres. Allí está la administración y los camerinos de las nenas, en donde se transforman de universitarias, colegialas, empresarias, profesionales y hasta madres, en prostitutas, caras sí, pero prostitutas.

Segundo piso, mesas altas, muy altas, casi cabinas separadas. Allí el trago cuesta más, y sólo suben las mejores, o las que el cliente pida. Todas con cuerpos esculturales y caras de ensueño. Igual, lo ven a uno con cara de billete. Todas son iguales. Tercer piso. Salas separadas para show individuales. Lo que mi amigo Andrés hacía por 20 mil en Solid Gold, aquí costaba 60, y no hacían más que un bailecito y ya.

Y las habitaciones más caras, sauna, jacuzzi y todos los juguetes. Esta costaba 150 sin contar lo de la nena que seguramente te iba a ver con cara de marrano y cobrar una sobretasa de finura.

Esa es la Fortynine, un emporio de prostitución. Llegar allí le cuesta a estas niñas un sacrificio enorme y hacerlo es un orgullo. Casi el estrellato dentro del mundo de la prostitución. A Nicole la aceptaron y estaba feliz. Es como si a uno lo nombraran Jefe de División o algo así. Me decía cómo pensaba coger la barra para hacer el show, y se emocionaba con lo que iba a ganar. Yo ya casi no le ponía atención, eran las cuatro de la mañana y estaba muy borracho. A mis ojos ya no le cabía tanta mujer y a mi estomago no le cabía más trago. Me senté en la mesa, y me quedé dormido en los brazos de Nicole. Me abrazó como una mujer, me sentí con una mujer. Pero era un espejismo, su siguiente cliente ya le hacía coquitos y ella miraba como levantarme para seguir en el ruedo. Me levanté, le di un beso a Nicole, no sé si en la boca, y salí con mi amigo Andrés. Él estaba más parado que yo, este mundo le es familiar. Salí y había taxis y más borrachos como yo. Quise sentir remordimiento pero todo era para un trabajo periodístico, algo profesional, mi conciencia tomó un respiro.

Se acabó, el balance.

Cogí un taxi y el taxista me miraba complacido, para él también tenía cara de billete, y qué más daba, si había gastado todo eso el me podía sacar 15 mil más, así fue, mis últimos 15 mil. Llegué a mi casa a las 5:30 a.m., borracho, ya no me preocupaba la corbata, además se me perdió. Me tiré en la cama y me sentí inevitablemente sucio, inevitablemente perverso. Pero en el fondo algo me gustaba. Era un rey por una noche y las mujeres me llovieron. Me dijeron cuán lindo era y pensé en esos gordos barbados, rechonchos y encorbatados ávidos de un piropo o una palabra bonita. Está bien, es comprada, pero se las dicen. Miré mi billetera. Sólo tenía el recibo del cajero. Gasté 350 mil pesos, sin contar los cien de la otra noche. No podrán decir que no le invertí a la investigación.

El sueño me venció, caí vestido. Al otro día, llegaría a las 10 a la oficina con alguna disculpa, no recuerdo cuál. Andrés si llegó a las 8 en punto, hecho un roble. Me miraba y se reía. No sabía que esto era para una investigación, y la verdad, yo tampoco lo veo así ahora, es un negocio y fui mercancía. Y yo no se si vuelva cuando quiera sentirme bello así tenga que pagarle a Nicole, o a otra como ella que me vea cara de billete. Todos los billetes son lindos.


Fin.