La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

domingo, 16 de octubre de 2011

La historia de la novela que no he escrito.


Siempre que considero que soy un escritor, me asalta la sensación de que miento. Y miento por una razón muy sencilla. Para ser escritor hay que escribir algo. Y yo he escrito muchas cosas, pero no he escrito nada. Porque no he escrito ninguna novela. Y un escritor sin novelas es como un árbol con flores pero sin frutos. Las novelas consagran a un escritor. Y como yo no tengo escrita una mísera novela, seré lo que siempre ha dicho mi padre de mí con mucho orgullo pero con una sinceridad que hiere: Soy un escribidor.

El primer intento que hice para escribir una novela me remonta al año de 1994. 20 años, soltero, apuesto y con un gran espíritu de escritor. Me senté al frente de un Apple con formato Macintosh. No existía aún, por lo menos para mis ojos, Microsoft y todos sus hermosos programas. Así pues, avancé 16 páginas de una historia maravillosa. Era imposible que mientras escribía no dejara de imaginarme el estrellato. Un escritor joven, soltero y apuesto publicando una novela magistral que relataba la historia de Colombia a mediados del siglo XX, la llamada “época de la violencia” a través de los ojos de un anciano que relataba su propia historia.

Era un viejo a quien los primeros brotes de violencia de los 20´s le habían arrebatado a su mamá siendo aún un niño, además, era un hijo natural, por lo tanto no tenía un padre conocido. Esto lo había obligado a crecer sin hogar, sin nombre y sin religión. Y esto lo había llevado a no tener padres sino patronos, a no tener educación pero sí formación, a no tener credo pero sí odios. Aprendió a hacer de todo en las fincas de los grandes hacendados desde muy joven. Trabajó tanto y tan duro que la gente decía de él que “trabajaba como un chucho”. Así obtuvo su primer nombre: Jesús, que fue complementado con una cédula fraudulentamente obtenida para votar en las elecciones de 1950 por Laureano Gómez, porque su patrón de turno era conservador. Así le llegó el apellido Echeverry, sin segundo apellido. Jesús Echeverry me contó su historia y yo la hice novela. Ya había relatado sus orígenes, cómo el capataz de la finca violó a su primera novia, una niña de 14 años a la que él cuidaba celosamente para que fuera su mujer toda la vida y cómo esto le generó un resentimiento perpetuo con sus superiores que desembocó en que se volviera guerrillero en 1951 uniéndose a las guerrillas liberales de la época. Y cómo en esta condición mató al patrón que lo obligó a votar por Laureano.

Un forajido resentido relataba una época vivida por millones de forajidos resentidos. A través de sus ojos yo contaba la historia. Jesús Echeverry nació en mi mente y yo le di vida, nombre y hechos. Y esto estaba siendo una novela maravillosa, mi lanzamiento al estrellato prematuro, el inicio de una carrera brillante de escritor consagrado.

¿A alguien le han formateado el puto disco duro? ¿A alguien le formatearon el puto disco duro en 1994? En 1994 la expresión “Back up” no era ampliamente difundida entre los ingenieros de sistemas. Los diskettes, esos discos de la prehistoria informática debían guardar la información celosamente. Pero el más mínimo toque con un imán, acercarlos al calor o que los cagara una paloma, los hacía inevitablemente inservibles para siempre y su información irrecuperable. Para no hacer largo el cuento de esta desgracia, la empresa en la que yo trabajaba mandó a ampliar la memoria de todas sus unidades de computador. Y entre esas unidades estaba mi pichón de novela. Una mañana prendí mi computador y el encendido era mucho más moderno. Pero no aparecía mi archivo por ninguna parte. “Jesús Echeverry” ya no existía más. Y nadie daba razón. Sólo unas palmadas en la espalda y el reproche sutil por no haber guardado el archivo el cual había guardado en un diskette. Pero ese maldito diskette lo puse encima de un bafle de un equipo de sonido y el maldito bafle tenía en su interior un enorme imán (lo supe ese día) y me había borrado toda la información. Lloré, sí… lloré… lloré y bebí aguardiente esa noche para olvidarme de Jesús Echeverry, de su patrón conservador y de su novia violada… lloré a Chucho hasta que me emborraché… ese día, entre tragos me prometí no volver a escribir una novela… perder esa novela, aunque no lo crean, fue peor que la terminada con mi primera novia que casi me mata… mi primer gran amor literario se había ido. Ese que me había prometido la fama y la consagración como escritor joven, soltero y apuesto. Maldito Chucho hijo bastardo… no dejó la menor huella. Te habría dado un funeral de lujo después de nuestra charla… pero me abandonaste… Chucho Echeverry… mi primera decepción literaria.

Sin embargo, como en el amor, las promesas eternas sólo duran hasta que llega un nuevo amor. Hice mi segundo intento para escribir una novela en el año 2004. Menos joven, menos soltero y menos apuesto, inicié mi segunda aventura literaria. Fue la historia de un jugador. Mi propia historia disfrazada en tercera persona. En realidad saqué de mí los pensamientos y sentimientos y los metí en situaciones que viví a medias o que no viví pero pude haber vivido. Una historia de un irresponsable que pasaba del remordimiento al cinismo en un ciclo eterno. Pero esa historia no creció. Se colgó a las 35 páginas cuando el final me sorprendió. O quizás lo precipité, porque no era una historia grata. Ese cínico irresponsable remordido era yo mismo. Y yo mismo no me soportaba. Por eso terminé la historia que quiso ser novela pero quedó en estado embrionario, abortó y nunca vio la luz. Pero por ahí anda publicada en este blogcito. Esporádicamente alguien se equivoca y la lee. Pero no es una novela. En el mejor de los casos es un cuento largo. Desde ahí las novelas se desaparecieron de mi mente.

Me dediqué a escribir crónicas, mi fuerte. Ese estilo en el que sólo hay que recordar hechos que llevaron a otros hechos de cosas que realmente pasaron. Y eso hice. Recordar y escribir. Por fin mis letras conocieron los ojos de esa masa etérea llamada público. La Revista Número, por recomendación de mi gran maestro Alberto Salcedo Ramos, me dio un voto de confianza y me publicó un par de crónicas. Con una de ellas gané un premio nacional de periodismo. Es decir, de letras estaba bien, pero una novela no asomaba en mi imaginación.

Y ahí ha estado ese reto inconcluso e incumplido en mi vida, en mi pretensión para ser escritor. Cada vez soy menos joven, menos soltero y menos apuesto. Y ese escritor brillante y precoz de los 20 se quedó pasmado, aún cumpliendo su promesa de no escribir una novela jamás. Y ahora no sé cómo salir de este letargo literario para lanzarme a escribir una novela de verdad. No ubico la historia, los personajes, la trama… me falta imaginación. La tragedia de cualquier artista. Un pintor que no imagina no sale del tedioso bodegón. El músico no sale de las mismas partituras que por más hermosas que sean, son de otros. Suenan lindo, pero suenan igual. Y así… y ahora quiero imaginar una historia.

He tratado de revivir a Jesús Echeverry pero no he podido. Ya no es lo mismo. Ya no me cuenta igual su historia y cada vez resulta menos interesante su vida. Preferí dejarlo ahí, perdido, quizás muerto. Jesús Echeverry murió definitivamente en un accidente informático. El jugador ya vivió lo que tenía que vivir. No se puede alargar la historia porque la historia nunca se alarga. La historia es. Así sean las historias inventadas.

Por eso mi reto ahora no es resucitar al bastardo Chucho o alargar las aventuras del jugador. Ahora el desafío es inventar una historia. Imaginar, tan sólo imaginar. Quizás, reconstruir la historia del tío Rafa de mi padre. Un zapatero esquizofrénico del que no tengo mayor dato. Sólo que iba a matar a mi abuelo y que no lo mató porque quién trató de disuadirlo terminó muerto antes. Que Rafa terminó en Sibaté, loco. Nada más. Quizás me invente un romance entre María Franco, mi bisabuela, de la que sólo sé que era una cantante soprano italiana que murió en un accidente de tránsito poco antes de una presentación en Roma, y Ramón Burro, una leyenda de Anserma, el pueblo de mis viejos, caracterizado por ser supremamente fuerte y supremamente tosco. Pero no queda el menor rastro de la historia de mi bisabuela italiana y aún menos de Ramón Burro… pero sólo sus nombres son suficientes para inventar una historia, un romance, una novela: “Ramón Burro y María Franco”.

No sé de dónde voy a sacar esta novela. A veces me detiene pensar que va a ser mala de entrada. Un fracaso de comienzo. Una historia sonsa y aburrida. Y me abstengo de empezar, derrotado de antemano. Tan poca fe me tengo…

Pero otras veces pienso que tengo que empezarla, que no importa si es sonsa y aburrida, que quizás para ser mi primera novela, un experimento, no importa cómo salga y que el sólo hecho de que salga ya sería suficiente logro. Y me entusiasmo…

Hoy estoy en ese punto. Siento que quiero hacerla y que no me importa el resultado. Si hay resultado, será bueno, así sea mala la novela. Y me lanzo a pensar de cara al paisaje de las montañas de Villeta que se ven desde la casa de mis padres. Y me imagino las mulas de Ramón Burro atravesando el páramo mientras María Franco lo extraña en Roma, sentada al lado del Río Tíber, añorando esos brazos de Ramón después de haber tenido una aventura con él en su breve paso por los pueblitos de Colombia, con su función carnavalesca, de los años 20. Otras veces me quedo explorando la mente dañada del tío Rafael enfurecido con mi abuelo Ramón, el único comprador de sus pésimos zapatos, pensando que lo ha robado toda la vida pagando su trabajo a un precio muy malo. Con el revólver en la mano buscándolo para matarlo cuando apareció el señor Grajales para disuadirlo y terminó muerto.

Imagino todo el día. Repaso lo que imaginé en la noche. Y ahora estoy decidido a escribir esa novela. Ya no me importa el éxito prematuro del prodigio de 20 años, de lo apuesto que me podría ver con mi novela en la mano o qué tan soltero o casado pueda estar. Ahora sólo me interesa lanzarme a esta aventura literaria de escribir una historia de largo aliento. De llevar una historia por los caminos de mi creatividad. Darle tiempos y lugares mágicos, acuñarle frases que me suenen inmortales y comprometerme a terminarla. Por eso me he comprometido conmigo mismo a darme ese regalo de cumpleaños. El 11 de julio de 2012, a mis 38, quiero tener en mis manos esa novela. No tengo plata para publicarla pero ya convencí a mis hermanos de que hagan una vaquita y me publiquen unos ejemplares, para vender entre conocidos y amigos que al menos de pena me la compren.

Le pedí a Angelita, mi esposa, que me haga el mercadeo entre sus amigos para que llegue un poquito más lejos. Y así. Así se quede en las bibliotecas de los libros que nunca se lean, voy a hacer mi novelita. Le daré vida a unos personajes que hasta ahora me estoy inventando en unos escenarios que aparecen en mi cabeza. En una época que no es esta época, en un lugar que no es este lugar. Voy a escribir mi novela con la extensión de una novela. Le haré tantos “Back ups” que su título podría terminar siendo “Back Up” y ninguna modernización informática me lo va a arruinar.

Seré cada vez menos joven, más casado y menos apuesto. Pero le apuesto a este proyecto y les pido su buena energía. Esa que todos los días me mueve los dedos para seguir escribiendo. Se viene la novela. Se viene la metamorfosis del “escribidor” al “escritor” así como el gusano se convierte en mariposa.

Estoy haciendo la promoción de una novela no escrita, prometiendo una fecha de lanzamiento en un típico arranque de irresponsabilidad. Pero acá voy. Voy a hacer mi novelita ¡Y carajo!, espero que cuando la saque me la compren.