La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Atragantado.




Llevo un tiempo empezando varias veces un escrito que no pasa del segundo párrafo. Como lo reciente que cavilo y plasmo en letras, este texto que no avanza lo hago para drenar las aguas purulentas de mi psiquis que van contaminando todo mi ser. Pero hay algo en el medio que no me deja excretar toda esta maleficencia que llevo dentro desde hace un tiempo. Mucho tiempo.

En general, lo que se me atraviesa ahora cuando estoy escribiendo es todo lo que odio. Y lo que odio, siento, no está afuera. Lo llevo por dentro. Hasta mis globos oculares están llenos de eso, lo que sea, y todo lo veo picho. Soy justo ese tipo de persona que Paulo Coelho no recomienda: Tóxico, pesimista, negativo, procrastinador, amargado, rancio, hostil, hosco, aburrido y vengativo. Tan vengativo, que yo no recomiendo para nada a Paulo Coelho.

No es algo nuevo ni es la primera vez que me pasa. La diferencia es que ahora estoy atragantado. Antes, mi depresión fluía por entre los dedos y manchaba el teclado con tinta, lágrimas, sudor de fiebre, algún fluido proveniente de los pulmones y sangre de la nariz. Ahora, no. Ahora, todo queda atascado en un gesto agrio, de esos que impulsan las comisuras de los labios hacia abajo y juntan las muelas de arriba con las de abajo para hacer un ruido gutural parecido a un graznido. En eso han quedado mis letras. Casi que en una arcada profunda que no sirve para nada porque no sale nada.

Por fin he colapsado por dentro por acumular tanta oscuridad. He logrado tapar la alcantarilla de mi inspiración con la basura de mis odios y ahora me inundo. Me canso hasta sentado por andar engranando pensamientos corroídos por el óxido de la quietud y la apatía frente a todo, frente a todos. Tengo ya el gesto adusto antes de percibir el mundo y las fosas nasales infladas de escepticismo mientras escucho, mientras leo, mientras veo.

Quisiera matricularme en algún vicio para firmar de una vez por todas mi condena al fracaso. Pero recuerdo que el fracaso es mi vicio. Quizás ebrio no podría disfrutar del escrutinio riguroso que hago de mí mismo mientras me destrozo, porque el trago me duerme. La droga me da pereza. No me parece emocionante salirme de esta realidad que sin una pepa ya he vuelto surrealista. El cigarro sólo lograría hacer que todo eso que tengo amasado bajo mi garganta huela peor. Sólo los vicios modernos me abruman. Y me han cambiado las ventanas grandes por pantallas pequeñas.

Ando atorado, esperando ese abrazo furtivo por la espalda que me oprima fuerte y seco entre el esternón y el diafragma para que salga ese taco que no me deja expresar. Que ese golpe me saque de una vez por todas un par de lagrimitas y me devuelva el respirar pausado.

Mi espejo es cínico, por eso es indulgente y por eso es mi peor enemigo. He decidido una vez por sístole cambiar. Y una vez por diástole me he detenido, sin saber por qué. Las noches vuelven eternas, como aquellas noches frías de Buenos Aires de hace un par de años... quisiera aprovechar estas noches para escribir los versos más tristes como Neruda, pero mientras llega el alba, soy una sola sombra larga (ancha, mejor), como José Asunción.

Sigo sin poder avanzar más allá del segundo párrafo de mis odios. Sigo sin poder drenar mi bilis cuajada mientras me hincho. Sigo siendo el mismo idiota que patina intensamente en una sola baldosa. Sigo marchitando las hojas mientras las raíces se hunden muy profundo en un barro espeso.

Con el cursor titilando en ese punto inmóvil, creo, intuyo y supongo que es mejor así. Que quizás es oportuno dejar el párrafo allí, arrugar la hoja y empezar de nuevo. Creo, intuyo y supongo que debo sentir mis latidos en el sístole y seguir, avanzar, cambiar. Debo cambiar, decirlo tantas veces que se me olvide que lo estoy diciendo mientras cambio. Debo abrazarme, oprimir fuerte entre el esternón y el diafragma para expulsar eso, ese algo que me tiene lleno de nada. Debo pensar, creer y saber que mi alma podría. No que mi alma pudría.