La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

viernes, 13 de marzo de 2015

Esa mierda opaca y gris de "estar bien".


No puedo ser más detestable que cuando estoy "bien". Ese bien entre comillas que indica que el entorno vive su monotonía sin novedad, sin alteración, sin vida... mono-tonía. En el espejo solo se refleja la perfección fingida de una rutina maravillosa. Qué contradicción más grande. La rutina no puede ser maravillosa; es la rutina, la manifestación más parca y sonsa de la existencia.

Ahora, en medio de todo este bienestar melifluo, recuerdo el por qué de mi apología a la depresión, de las odas a mi oscuridad, de tanta rabia, tristeza, mocos y lágrimas plasmadas en letras, palabras y frases sacadas del hígado sin filtro, sin matices y sin vergüenza. Cómo extraño esa maldita almohada untada con el caos de mis sentimientos.

Detesto ser esto que no soy. Detesto vivir aparentando un bienestar que aborrezco, no porque sea masoquista, sino porque no soy yo. Yo soy un tipo amargado que disfruta su amargura, que la explota, que la vive y lo inspira. Ahora soy un aletargado víctima de la inercia de la normalidad. Tengo un trabajo normal en una entidad pública normal con un horario normal y un salario normal. Normalidad de mierda que me asfixia, me ahoga, me provoca nauseas y un vomito permanente de sonrisas impostadas.

Y no soy malagradecido. No. Agradezco poder todavía discernir para aceptar que detesto ese mequetrefe conforme en el que me he convertido. Un pelele que rebosa las redes sociales de bienestar, de doctrina moral, del "know how" de la vida. Un payaso Garrick cotidiano encartado con una imagen falsa, distorsionada por un aquí y un ahora aceptable, prometedor y quizás merecido porque dejé que me creciera la cola del lagarto y la boca del sapo. Un imitador barato de Coelho que de por sí es bien barato.

Me he vuelto un ser tan políticamente correcto que me desborda el fastidio que siento cuando me veo desde esa nube llamada autocrítica. Esa pécora que saco a trabajar todos los días por la mañana a buscar la riqueza material me está empobreciendo el espíritu, lo está succionando, me lo está dejando como un maniquí inexpresivo como testimonio mudo de lo que algún día fui.

Ahora, duermo por la noche. Qué forma más inútil y cruel de desperdiciar el mejor momento de la rotación de la Tierra. La noche era la cómplice perfecta de mi desesperación. Era tan eterna en mis tristezas, tan despacio transcurría en mi desasosiego y tan nítidos eran los murmullos de los amantes escondidos bajo su manto frío, que no puedo tener una mejor descripción de lo que para mí era la felicidad. Y tengo que dormir en la noche porque si no lo hago no puedo madrugar para cumplirle a la corbata, al salario y al puesto. A lo normal. Eso soy ahora: Una corbata, un salario y un puesto. ¿Para qué? Para poder vivir ¿Vivir para qué? Como lo veo, para poder morir con dignidad, en una mecedora sin el mimbre roto. Porque esta vida así no es más que una suma de segundos, minutos, horas, días, meses y años que me lleven a ese momento sublime llamado muerte. Una sumatoria sin emoción. Una sumatoria de momentos inocuos mientras las canas me pintan la cabeza, los párpados se me vienen sobre los ojos y el pipí se me convierte en un triste artificio asexuado para mear sin presión y con dolor.

Ahora, me someto a jerarquías, me someto al poder, acepto órdenes, cumplo tareas, repito mecánicamente y recitada la misión y la visión de una entidad sobre la que no puedo opinar porque ahí está toda la estantería de lo que soy ahora, y si se me cae la estantería me quedo sin lo que soy. Es decir, me quedo sin este yerro espiritual metido en el cuerpo de un eficiente empleado público disfrazado de seriedad y compromiso al que le quiero patear el culo por lo zoquete una y otra vez hasta que me sangre el pie. Acepto sumisamente todo lo que no soy para poder sobrevivir en este ambiente que le quiebra a uno la voluntad y la rebeldía enfrentándose todos los días a la necesidad, a las deudas, a la angustia de los gastos, al frenesí de tener para ser porque si no tenemos nada no somos nada. Y ese nadie que deambulaba por la noche se ha muerto en mis días en este alguien parco y gris metido en sus días laborales.

Ahora, soy la sombra larga de José Asunción Silva o los días lúgubres de Porfirio Barba Jacob. Ahora, justo en este momento cuando la noche me sorprende junto al insomnio que por fin derrotó a Morfeo en un acto de rebeldía majestuoso, ahora, en esta noche soy tan solo los versos más tristes de Neruda pero sin estrellas titilantes, sin musa y sin dolor de poeta. Porque la poesía se ha perdido en palabras tontas que riman con rutina: camina, domina o ladina. Porque la locura se ha metido en su cuarto de confinamiento, se ha amarrado con su camisa de fuerza para no protestar porque está reprimida detrás de la corbata, de esa impostura falsa y forzada llamada responsabilidad, de una necesidad constante por sobrevivir porque vivir es un privilegio de pocos, de esos pocos a quienes llaman locos, que luchan por su locura y que no se dejan derrotar. Pero yo perdí, perdí víctima de mi propia ambición, perdí escalando por los riscos absurdos y aletargados de "ser alguien en la vida", de donde me voy rodando a golpes porque mi esencia es ser ese nadie. Ese nadie que adoro como el nadie que fui en Buenos Aires, en donde el tango y yo éramos uno, en donde el tango y yo éramos sufrimiento, en donde el tango y yo éramos inspiración.

De eso nada queda, solo recuerdos que añoro de noches eternas entregado a la depresión que amo. Solo recuerdos de la brisa enfurecida golpeando contra mi ventana con el viento helado para decirme con acento argentino: "Ey loco, ahí está el Río de la Plata esperando a que te ahogues en él". Y yo entendí mal. Entendí "ríos de plata" que ahora busco cada mañana enlatado en una ruta que me lleva para vivir esta vida que desprecio, que me quita esos buenos aires de antaño, que me marchita en cada jornada porque me está convirtiendo en algo que no soy.

¿Qué voy a hacer? La respuesta es simple: No sé. Ahora solo sé que soy un cobarde sin respuestas. Que el lunes próximo voy a madrugar de nuevo después de haber dormido en la noche para cumplir juicioso y sumiso con esta vida en la que me enfrasqué. Que diré que sí muchas veces, que vomitaré sonrisas impostadas desde las 8:00 a.m. hasta las 5:00 p.m. para embutirme otra vez en esa ruta hasta mi casa para seguir igual cada día, cada noche, cada vida, cada maldita vida que tenga que vivir para poder sobrevivir.

En fin, estoy aburrido en general de vivir esta vida en particular.

Ahora me voy a dormir, porque mañana tengo que madrugar.

Hasta mañana.