La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

miércoles, 27 de febrero de 2019

Maldita sea, voy a escribir.




Creo que ya me resigné a tener un cuerpo fofo. Además, con la vana esperanza de que con un poco de cuidado quizás no deje tan rápido mi alma a la deriva de la nada. Pero he idealizado tanto lo que jamás haré con mi cuerpo, cuidarlo lo suficiente, que me he detenido a pensar en lo único que ejercito con alguna disciplina para mantenerme vivo: Mi mente. Y especialmente, mi imaginación. Entonces, entre el remordimiento que me genera mi cuerpo y la pequeña ilusión que permanece en mi alma, no puedo evitar el símil del gimnasio como si, para contrarrestar ese remordimiento maldito, pudiese trasladar ese lugar que jamás pisaré en la realidad hacia el reino de mi imaginación para sacarle músculo a mi mente. Empecé mal. Esta redacción está enredada y el símil, aunque claro para mí, está redactado como una mierda. En fin. Hoy me niego a borrar. Sigo.

Llegué hace poco menos de un mes a Alemania. Ya habíamos estado antes, durante casi un año, con mi esposa y mi hijo menor. Regresamos a nuestro país, Colombia, durante cinco meses, desde agosto de 2018 hasta este enero que pasó. El tiempo allá pasó veloz. Pensé que eran muchos días con sus noches, al menos los suficientes para sentir que iba a cumplir con los pendientes. Pero solo fue un parpadeo y ya estaba en el recorrido de once horas sobre el Atlántico entre Bogotá y Frankfurt. La pluma la abandoné hace un tiempo. Entre la despedida de Colombia y volver a aterrizar en Alemania, ando divagando entre letras y palabras que no soy capaz de plasmar. Más que divagando, vagando.

A pesar de mí, debo retomar el ejercicio con la pluma, conectarla con la creatividad, hundirla en la tinta hasta que la punta se rebose y ponerla en el papel así solo deje un manchón incomprensible como el que me está quedando ahora. Este es solo un llamado desesperado a las musas de la inspiración, el calentamiento de mis nudillos entumecidos, la invocación a los espíritus de las letras... qué se yo, es mi alma desorientada puesta frente a esta pantalla tratando de unir ideas que parezcan coherentes y que se note que al menos quiero escribir, que, como para ir al gimnasio en la madrugada, estoy dando la lucha contra las cobijas que me amarran a la cama del tedio, que parezca que quiero rescatar un vestigio de responsabilidad, sentir la necesidad de levantarme para no morir en la apatía, como si no me hubiera resignado aún a tener el tejido adiposo adherido en los pensamientos. Así estoy, buscando ese sutil aliciente, ese impulso que me lleve a la búsqueda de mi voluntad, tan esquiva en estos últimos apenas cuarenta y cuatro años de existencia.

Solo estoy escribiendo por escribir, como pueden ver, si llegaron hasta acá. Lo he hecho muchas veces antes, algunas veces para desahogarme sorbiéndome los mocos de algún llanto, otras con la mirada perdida entre la pantalla y el teclado buscando la cadencia y el ritmo de los párrafos, como un autómata, como ahora.

Estoy rebuscando mi ánimo entre las promesas que hice antes, pero creo que ya las incumplí todas. Entonces, no me queda más que pescar entre los deseos, que si no se cumplen,  no queda más que frustración sin remordimientos. Quiero terminar lo que ya he empezado, al ritmo que me den los dedos, perseverar aunque sea de a pocos, seguir escribiendo ese diario inconcluso, los libros de los que dejé páginas regadas sin armar y este escrito que me está pesando más de lo que quisiera.

Acá voy de nuevo, caminando en la penumbra, viendo como el vaho de mi aliento me muestra el sendero borroso mientras respiro, jugando con las palabras en mi cabeza para ver qué sale. Acá estoy, intentando como el viejo jugador al que le cayó de suerte un balón en los pies. Solo vamos a patear a para ver qué pasa. Voy a escribir. Así solo sean estas pendejadas que no dicen nada. Maldita sea, voy a escribir. Vamos a ver qué sale.