Calma, quietud y tribulación, es una ventana a la que saco del anaquel lleno de telarañas lo que escribo para compatirlo con quienes se atrevan a leerlo. Es un espacio no invasivo que espera silencioso a que las personas se acerquen a dar un vistazo desprevenido.
La fuerza interna del cosmos en una pluma
miércoles, 11 de enero de 2012
¿Qué es la muerte?
Soy un tipo más bien neurótico, en extremo irritable y no me puedo guardar con una mueca lo que no me gusta. Tengo la lengua demasiado larga para lo que puede soportar el cerebro y debo reconocer que hablo mucho más sin pensar de lo que pienso sin hablar. En uno de esos episodios de verborrea histérica por alguna ida de luz, de agua o de teléfono que suceden con frecuencia en la vereda en donde vivo, expresé mi inconformidad como si se hubiera apagado el sol, como si se hubieran secado los mares y los ríos y como si la única comunicación posible en el mundo fuera a los gritos. Mi mamá, que en estos episodios me mira con curiosidad científica, sólo atinó a decir: "La cercanía con la muerte no lo cambió". Yo, llevado por el impulso de la lengua que sólo seguía el compás de una mirada exorbitada de loco, sólo respondí: "Porque lo que me dio fue peritonitis y me hicieron una apendicectomía, no una lobotomía. Ahora todo el mundo cree que porque casi me muero ando como una güeva apreciando con gratitud todo lo malo que me pasa". Y con un azote de puerta terminé la discusión. Mi madre sólo refunfuñó algo que no recuerdo y remató con un típico "¡Grosero!".
Desde ese instante me he estado cuestionando sobre la importancia de la muerte para la vida. Ya me lo había cuestionado antes sin respuesta cuando en agosto de 2011 estuve a punto de morir por una peritonitis aguda. Y esa falta de respuesta me llevó inevitablemente a nada, a seguir con la misma vida que llevaba, a ser el mismo imprudente, impertinente y grosero ratón de laboratorio que le hace pensar a mi madresita que mi cercanía con la muerte fue todo un desperdicio.
Pero no he podido dejar de pensar cada tercer noche mientras me duermo, en qué es la muerte. Siempre he creído que los hombres como especie han sido creados para temer a la muerte ¿Por qué? No sé. La muerte es una pregunta sin respuesta. Y la razón, esa locura inventada por Dios para que administremos su obra como quien le da las llaves de su negocio al más borracho e irresponsable del pueblo para que le atienda el bar, nos reta permanentemente a cuestionarnos sobre ese particular, a buscar respuestas inútiles porque la muerte no tiene respuestas.
"Nacer es empezar a morir" dijo, según algunos, Gautier. Está bien. Ya sabemos qué es nacer. Ahora ¿Qué es morir? Porque, evidentemente, morir no es terminar de nacer. Es terminar de vivir. Y vivir es ese espacio limitado entre el nacimiento (o la concepción según la godarria) y la muerte. Un espacio en el que se sabe el principio, lo celebramos cada año con una fiesta o al menos un agasajo. Pero el final... el final nos atormenta. Es desconocido y de antemano triste. "Lo único que no tiene solución". Es decir, el único gran problema. El acertijo, el enigma, la incertidumbre, lo desconocido, lo irresoluto... en fin. La muerte no tiene respuesta.
Aunque un católico nos hable del premio mayor de los idiotas, "El Reino de los Cielos", especialmente reservado para pobres y sumisos, y un Testigo de Jehová nos torture con la promesa de la vida eterna sin problemas, la paila infernal del aburrimiento perpetuo (¿Para qué diantres se levanta uno de la cama sin problemas?) la verdad es que nadie ha vuelto de esos maravillosos lugares para corroborar estas tentadoras ofertas. "Creer es un acto de fe", de acuerdo con la religión. La que sea. Pero uno le tiene que creer a uno que no ha visto en lo que cree. Es decir, la fe es una cadena de estupidez que se pasa de generación en generación. No hay tatarabuelo que haya visto nada de lo que el bisabuelo dice que el abuelo debe creer. Sin embargo, seguimos creyendo. Pero yo me debo rebelar para decir so pena de condenarme al infierno en el que tampoco creo, que la religión no tiene la más remota idea de lo que es la muerte. Sin embargo, aparentar que lo sabe le ha reportado jugosos dividendos derivados de quienes les creen sus pamplinas sobre qué es la muerte. Porque la muerte da miedo. Y saber qué es da la administración honorífica del miedo. Y uno por miedo da plata. Es una forma velada de sacar el cuchillo del atracador que no pide plata sino miedo. Miedo a la muerte y a todo lo que pueda venir después de ella. Por eso no me dejo atracar más. No me dejo atracar más de estos ladrones de sotana y biblia o disfrazados de pastorcitos mentirosos con ovejas que cantan y alaban su desgracia. Con todo respeto, prefiero que me atraque el del cuchillo. Por lo menos el tipo es honesto a la hora de atracar.
Después de toda esta disertación cargada de confusión, incredulidad y algo de rencor, todo dentro de un proceso de depuración después de haber sido formado en una fe católica recalcitrante de la que sólo me quedó la sensación de que Jesús fue un tipo buena onda engañado por este frenesí de tener que creer, que a pesar de todo lo que le pasó, sirvió para renovar el engaño, sigo sin comprender, saber ni entender qué es la muerte.
¿Por qué mi madre estaba tan esperanzada en que la cercanía con la muerte me iba a cambiar? ¿Qué tiene la muerte que lo puede cambiar a uno? Que yo sepa y por lo que he visto, la muerte sólo cambia carnita por huesitos y huesitos por polvito. Y el proceso de nacimiento funciona al revés: Polvito, huesitos y carnita. La muerte sólo cambia a los vivos. El que muere sólo se va. Y cambia su espacio por un vacío enorme que le duele a quienes lo habían querido. Es decir, la muerte automáticamente se convierte en dolor para unos, en alivio para otros. Y eso casi siempre tiene que ver con la bondad o maldad del finadito. Con el tiempo la muerte se convierte en historias. Modestas algunas, la mayoría, como aquellos que entierran en la fosa común como N.N., legendarias otras, la minoría, como Carlitos Gardel, al que aún le prenden el cigarrito en la mano a su estatua en el cementerio de Chacarita.
Pero la muerte no se resuelve en el simple acto en el que el cuerpo prescinde de la vida. Para Platón, por ejemplo, con la muerte el alma se liberaba del cuerpo. Esto sobre el supuesto de que el cuerpo era una cárcel para el alma. Es decir, para Platón la muerte era el magnífico vencimiento de la condena del alma para salir en libertad ¿Pero a dónde sale el alma libre? ¿Está el cosmos lleno de almas libres divagando por ahí entre estrella y estrella, saltando de galaxia en galaxia, jugando al tobogán en los agujeros negros? En otras palabras ¿Para dónde rayos se va el alma? Platón puede tener razón. La misma razón del cura, del pastor, del testigo o del agnóstico. Sobre la muerte todos tenemos teorías absurdas. O acertadas. No lo sabremos. Sólo hay una forma de saberlo. Y esa forma no habla, no respira, no gesticula, no se expresa, no retorna. Esa forma está muerta, es la muerte. Es la forma perfecta de conjugar el verbo ser y estar. Se está muerto o se es muerto. Da igual.
Pensar en esto, en qué es la muerte, es la forma más inútil de perder el tiempo. El tiempo, ese pabilo en extinción constante que quema la vida. Nadie se acerca a la muerte realmente si no es para morirse. Por más milagrosa que parezca la gambeta que se la haga a la parca para evadirla, algún día nos hará una tapia de la que no nos podremos levantar. Algunos contaremos que estuvimos cerca de morir, contaremos lo profundo que nos cambió esa experiencia hasta que nos dimos cuenta de que ya pasó. Y cuando creamos que ya pasó, vendrá de nuevo disfrazada de tragedia para cambiarnos por polvo. Al final de toda esta divagación, cual alma levitando en el firmamento, sólo puedo decir al mejor estilo socrático que sólo sé que nada sé. Que acabo de perder unas horas más en esta agonía eterna. Porque si Gautier tiene razón, la vida es un parto continuo o una agonía constante. Y la muerte... bueno... la muerte sólo es una permanente incógnita de la que nadie ha vuelto para contarnos. "Jesús resucitó" dirían los cristianos. Pero de ser así, vino sólo por algunas cosas que se le quedaron y prometió regresar. Como promete uno con una sonrisa hipócrita al conserje del hotel barato en el que mal nos atendieron. Y Jesús de la muerte no dijo nada. No dijo ni siquiera si de verdad había muerto. Sólo vino a regañar a Tomás por incrédulo, el único sensato, y se volvió a ir. Sin dejar rastro, teléfono o dirección. Lázaro, resucitado por Jesús, tampoco habló nada del asunto. Dio las gracias y se volvió a morir.
La muerte es la muerte. No es nada más. Puede ser la vida eterna. Pueda que no. Puede ser la liberación del alma. Pueda que no. Puede ser el fin de todo. Pueda que no. Puede ser la reencarnación. Pueda que no. Puede ser todo lo anterior. Puede ser nada de lo anterior. La muerte... qué es la muerte. La muerte es lo único cierto que encierra todo lo incierto. La muerte va más allá de los confines de la ciencia que por pretenciosa que sea tiene unos confines bastante estrechitos.
Madre: La cercanía con la muerte no me cambió porque no me dio respuestas. No me dijo qué era ni para qué servía. No me dijo nada mientras rondaba por los pasillos del hospital. Quizás le habló a un par de enfermos que no volvieron a hablar. Entonces no sé nada de la muerte, no sé por qué no me cambió, no sé por qué te respondí feo, no sé por qué sigo siendo este vago divagante que vive histérico arrastrando una lengua inmensa pegada de un cerebro chiquito. No sé nada madre. Sólo sé que lamento haberte ofendido. Porque lo único claro que tengo ahora es que a ti te debo la vida. La muerte... la muerte no se la debo a nadie todavía.
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