Cualquier lugar en cualquier
tiempo, qué más da.
Queridos amigos y amigas deprimidos:
La depresión es un estado
natural del ser humano. Es decir, soportar al mundo y sus demonios no es tarea
fácil. Por eso al sentirnos abrumados por los avatares de la vida es normal que
los sentimientos que se anidan en nuestra alma, corazón y mente no sean los más
alegres. Por el contrario, son la tristeza, la confusión, el desasosiego, la
rabia, la impotencia, la nostalgia y la melancolía huéspedes frecuentes de
nuestros días.
Esta carta,
tristemente, no es para sugerirles que abandonen todos estos sentimientos para
que el optimismo los colme de repente y así, de ahora en adelante, sea la
felicidad el único sentimiento que invada su ser. No puedo. No podría hacerlo.
Estoy deprimido. Y cuando eso pasa, este tipo de recomendaciones no serían más
que imposturas forzadas y mentirosas escondidas detrás de una sonrisa fingida.
De hecho, no me sirven los
libros de autoayuda que me deprimen al ver lo fácil, práctico y divertido que
es ser feliz y yo no puedo. Como quisiera ser Coelho, Choprá, Riso u Osho para
incubar tanta felicidad con mis letras. Pero ese no es mi talento. Yo me he
especializado en revolcarme en la tristeza como un marrano en un lodazal. Y
como un marrano en un lodazal, confieso que esto me divierte.
He aprendido a vivir con la
depresión. Lejos de huirle y pretender que la puedo aniquilar en vicios o huir
de ella en escapes eternos, me he sentado largas horas a conversar con ella. Algunas
veces disfrutamos discusiones distendidas, amenas y tranquilas. Otras veces nos
tranzamos en peleas ríspidas, emotivas y dolorosas. Y después de estas charlas
o agarrones, he aprendido que la depresión le permite a uno conocerse,
comprenderse, valorarse, retarse y perdonarse. La depresión puede ser un
huracán de autodestrucción o un impulso magnífico para enfrentar la vida.
Los depresivos tenemos esa
tendencia a convertir a los sentidos en radares de dolor. Eso nos hace sensibles
y por supuesto, perceptivos. Es allí cuando la depresión puede jugar a favor de
la felicidad, así suene paradójico. La sensibilidad es creativa y cuando los
poros de la percepción se abren, se pueden llenar de muchos grises y oscuros,
pero también de colores.
Mi vocación es escribir. No
sé si sea mi talento y no me preocupa averiguarlo. Debo reconocer que la
depresión ha sido un motor magnífico para mi mente, mi alma y mis dedos. La
tristeza tiene palabras variopintas, prosas desaforadas, cadencia, ritmo,
locura, romanticismo y muchos matices. La tristeza tiene todo porque es
profundamente humana. Y es en la depresión en donde he logrado canalizar esa
mezcla de lágrimas, mocos y tinta para plasmar ideas, sentimientos y
pensamientos que al final son mi obra. Y esa obra al final es el cemento de mi
carácter, de mi historia y de mi vida. Cuando al final leo eso que escribí es
cuando entonces reconstruyo mi carácter, mi historia y mi vida.
Por eso
creo que la depresión no es mala per se. Mucho menos si la realidad que nos circunda es tan
deprimente y no la podemos evadir montados en una nube. La depresión puede ser
fantástica si hacemos de ella un motor de creatividad, de sensibilidad y de
percepción. Y por lo tanto, sin darnos cuenta, se desvanece y se difumina en
momentos de tristeza capitalizados en pequeños destellos de lucidez, de arte. Y
ese arte al final será nuestra satisfacción, pequeños momentos de felicidad.
No podemos darle el gusto a
la depresión para que sea nuestra ruina. Eso es lo que más desea. Por el
contrario, la consciencia sobre esos sentimientos agobiantes debe motivar
reflexiones y acciones que nos lleven a hacer de estos trances difíciles
canales de expresión. No tenemos por qué trasegar por el mundo con la depresión
como un costal como si fuésemos mendigos de cariño o aceptación. Pero es
necesario sentir, sentir con intensidad y con valor, porque la depresión hay
que enfrentarla en estos duelos magníficos en donde las espadas se cambian por
vino tibio y pensamiento frío.
Hay que darle alas a la
tristeza sin miedo, llevarla hasta una almohada y dejarla pintada en la funda
con todo lo que sale del fondo del alma cuando lloramos con ganas. Pero no nos
podemos ahogar en ese charco que parece el mar. La depresión nos reta y no
podemos ser inferiores a sus desafíos porque no se nos puede llevar la vida.
Porque la vida es lo único que tenemos realmente, ese instante cósmico fugaz,
finito, tenue e imperceptible en la inmensidad del Universo. Y es todo lo que
somos. Nuestra vida es valiosa porque nos pertenece, porque nos permite ser
parte de un algo indefinido a lo que le vamos dando sentido atados a esta
pelota verde, azul y gris llamada Tierra que viaja por el espacio mientras nos
extinguimos.
Por eso la depresión no debe
quitarle valor a la vida de ninguna manera, menos a la propia. Vivir es el
desafío hermoso de saber cuántas batallas he ganado hoy, cuántas heridas me
quedaron en el combate, a cuántos demonios derroté y cuánta inspiración dejé en
el camino. Por eso la depresión no debe ser un estanque de amargura. Debe ser
un río de cauce amplio, profundo, con muchas curvas, subidas y bajadas cuyo
recorrido nos debe afianzar el carácter y fortalecer el criterio para poder
enfrentar eso que a veces se nos torna insoportable.
Por eso mi llamado, queridos
amigos y amigas deprimidos, es para que tengan el valor de enfrentar la
depresión con las armas que les da su vocación. Que hagan de las lágrimas tinta
para escribir o pintar, del dolor contenido dentro, fuerza de interpretación
que lleven a las tablas de un teatro con todo el dramatismo que le puedan dar,
que la rabia quede plasmada en tomas magníficas de una cámara fotográfica o de
video que recoja las sensaciones por las que no se han dejado vencer.
El arte, amigos y amigas, el
arte es la respuesta. La historia sublime de la humanidad se ha construido
sobre la tristeza que los héroes han superado. Allí están sus gestas plasmadas
o escritas, quizás con otros personajes, pero gracias a la pluma o el pincel de
quien lucha por remar contra la corriente. El espíritu se edifica con base en
la interacción humana de sentimientos y sensaciones. Nuestra condición humana
nos hace presas fáciles de la tristeza. Los sentidos nos sirven para comprender
que al final no podemos entender al mundo y sus injusticias. Y eso nos deprime.
Pero si somos capaces de cambiar todos esos sentimientos destructivos y
autodestructivos por arte, tendremos un mundo más colorido, más diverso, más
respetuoso que reconozca la diferencia como parte inherente de compartir este
espacio y este tiempo del que no nos podemos salir, y así quizás, vayamos aniquilando las razones objetivas de la depresión.
Porque ver esas luchas internas representadas en el arte son un bálsamo magnífico
para cambiar lo que nos agobia en lo que nos hace sentir orgullosos. Y el arte
no tiene límites porque es imaginación. Y la imaginación no tiene límites.
Cuando la imaginación se expande en el arte, se contrae en la depresión.
Deprimida y creativamente,
ANDRÉS FELIPE GIRALDO L.
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