La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

miércoles, 27 de enero de 2010

Sórdido

Una evocación sublime de un cúmulo de recuerdos desordenados para poder generar una historia coherente, verosímil. Una pantalla y mil ideas que no tienen forma para poder escribir algo que resulte atractivo. Necesito una historia, una maldita historia que me apasione para poder reventarla contra este teclado. Nada, no despego nada nuevo o importante. Un vistazo a la ventana para poderme cruzar una historia. Los carros resultan inexpresivos y la gente pasa con la mirada en la nada, programados para cubrir su ruta sin muchos sueños en los pasos. No me inspiran los pájaros o las flores, demasiado romanticismo ya oculto en mi pasado tormentoso. Prefiero temas más baladíes y menos crueles que el amor. No hay muchos, quizás la muerte. Eso es, qué bueno un atropellado frente a esta ventana, ojalá un muchacho revolucionario con ideas de vanguardia. Sería una buena historia. Todo un ideal debajo de las ruedas de una volqueta o un carro de acarreos. Una mochila raída de golpe con unos panfletos asomando con la cara del Che, la ya gastada cara del Che. La revolución atropellada por el pueblo. Sería una linda paradoja. O mejor aún, un suicidio de ama de casa desesperada, con una nota al respaldo de la lista del mercado. Ella, colgada del cuello desde el marco de una puerta con cuerdas del tendedero. La nota, con mil insultos contra "el señor de la casa" por hacer de su miserable vida un espacio tan tedioso. Lavar, planchar, cuidar a los niños. Lo más apasionante que le podría pasar a esta desdichada sería la muerte, porque ya ni se arreglaba para poder aspirar a una aventura con el portero del edificio. En realidad es una mujer asesinada por la rutina y su incapacidad para salir de ella. Allí no hay una historia, sino la falta de una trama apasionante. El culto a la muerte cuando la vida se vuelve insoportable.

Pocas cosas suceden que valgan la pena para hacer una historia. Pocas historias que hagan una vida memorable. Las que existían ya las han escrito exagerando todo para que de verdad valga la pena. La ficción es todo lo que nos inventamos al reconocer que nuestro trasegar es monótono. Si voláramos, Supermán no sería más que un transeúnte más sin mucha gracia. Nadie escribiría una historia de alguien que camina. Cuando el hombre evoluciona, progresa, todo se vuelve más aburrido. Pero qué atractivas son las desgracias, qué emocionante leer que un hombre asesinó a su mujer rociándole gasolina en la ducha y lanzándole un fósforo sin piedad. Claro, muerte a la infiel. O quizás un padrastro abusivo con la hija de su concubina. Entre más detalles mejor, un morbo excitante. Ahí sólo hay hechos plagados de aberraciones ajenas, pero no un cuento que contar, y si lo hay, muere con la intimidad de la víctima y los demonios del victimario. El resto es imaginación de nuestras propias aberraciones, de nuestros propios demonios.

Cuando la inspiración se llena de prejuicios como mi musa, nada bueno puede salir, sólo reproches de esta realidad tan gris y parca. Quizás un dolor profundo me haría escupir letras poetizadas de desasosiego o quizás un enamoramiento profundo me haría escribir en letra de estilo rosa sobre las benevolencias de la vida. Qué va, aquí no pasa nada. No hay dolor, no hay amor, sólo letras planas buscando una desgracia para burlarme con mis letras de ella. Pero no, sólo encuentro tragedias escritas en un periódico de alguien que se conduele con un hecho doloroso que mañana se condolerá con otro, pero que igual, vive feliz porque come de las tristezas ajenas.

Podría hablar de la viejita que mataron la semana pasada cerca de mi casa, y que además la torturaron. Le partieron dedo por dedo y al final la degollaron. Tenía 74 años, uno menos que mi padre. Se llamaba Barbara y le decían "doña Barbarita". Aparento que me conmocionó la historia, me siento indignado, quiero muerte para los asesinos, pero no sé quién era doña Barbarita, y si no la hubiesen matado jamás me hubiera enterado. Igual, me la imagino gritando de dolor mientras le fracturaban cada dedo y su última expresión mientras el cuchillo le rebanaba el cuello. De ahí saldría una historia. De los adolescentes reinsertados de los grupos de autodefensas que la mataron, pero ellos no me la van a contar, de la misma doña Barbarita, pero el filo cortó sus cuerdas vocales. Ya no me hablará.

Me pregunto si alguien leerá esto que escribo ahora y me avergüenza no poder hacerlo ameno y divertido, deberé ocultarlo en una carpeta encriptada para no aburrir a nadie durante diez minutos. No encuentro ni siquiera humor negro o el empalagoso humor rosa, no encuentro ni mi propio humor. ¿Qué estilo es este? No lo sé, peor aún, no me importa, sólo desahogo mi propio tedio sin consideración alguna por lo que debo hacer. El deber me llama pero yo no le contesto, mejor le evado y peleo con este teclado, con mi musa y con mi poca inspiración para dejar que pase el tiempo y que me sienta en la angustia ineludible de no haber hecho lo que tocaba. Quizás busco una desgracia que llene mis letras de talento, quizás cuente la historia de un sibarita irresponsable que se cerró las puertas del éxito por andar criticando la monotonía de la vida.

García Márquez encontró una fuente infinita de inspiración en las historias que a borbotones salían de boca de su abuela. En realidad la creativa es la abuela del hombre. Pero mi vieja abuela ha sido hosca y ahora con un poco de mal de altzhaimer no tiene muchas historias que contar, sólo algunos delirios, pero yo con los míos tengo suficiente.

Puedo decir que mi inspiración está en huelga, harta de hambre y de falta de un aliciente para resplandecer como en otros tiempos. La realidad toca y sensibiliza, pero cuando se vuelve tan cotidiana, tan normal, tan llana, tan poco sorprendente es mejor no exagerar. La realidad todo el mundo la conoce. Qué muertos, qué damnificados, qué heridos, qué madres llorando, qué hijos huérfanos. Ya todo esto es tan normal, tan corriente y poco atractivo, que uno lo vuelve algo así como la menstruación del planeta, incomoda y algo dolorosa, pero inevitable, parte del control de la sobrepoblación de este parco mundo.

Entonces acudo a mi interior, a mis dudas, mis dolores, mis anhelos, y bueno… todo está allí sí, pero sin mayores sobresaltos, no esos que hacen brincar el alma y requieren un poco de tinta para hacerse indelebles. Los mismos de hace algún tiempo, dolores ya cedientes, anhelos perpetuos inalcanzados o inalcanzables. Me voy absorbiendo en el torbellino de mi propio tedio, de mi propio día gris, de mi propia parquedad ajena a la realidad y tatuada en mí. Entonces pienso en un cambio de actitud, en sacarle el jugo a lo que pasa y hacer mi propio realismo mágico que en realidad no es original, pero bueno, el de García Márquez tampoco, tan sólo es ameno para algunos con sus largas e insoportables descripciones, gratas en labios de su abuela sin altzhaimer.

Entonces descubro un mar de ideas en ese tedioso culto al tedio, prescindo de la inspiración y dejo todo el trabajo a mis dedos. Depuro esa odiosa musa que sólo piensa en sublimidades y palabras rimbombantes. Es mejor así, a lo crudo y plano, evitar el lenguaje del cielo y hacerlo terrenal, banal, directo, prosaico. Entonces descubro que es mejor decir "te odio perra maldita" a decir que "has salido del baúl de mis ilusiones dejando la puerta entreabierta para alimentar la esperanza del retorno, vana esperanza". Es mejor el desahogo franco que la melaza del desamor por cuotas. El dolor igual va por dentro y hay que sacarlo como las flechas. De un jalón y sin chistar. Qué bueno haber dejado la hipócrita rima que nunca da con las palabras exactas y que por buscar melodía ensalza lo detestable y devalúa lo precioso. "Mejor así burdo escritor de pacotilla" me digo con orgullo, "igual nadie te va a leer y esto se consumirá con la próxima formateada al disco duro". Paz en mi prosaica vaguedad carente de historias. Tranquilidad al océano de ideas en torbellino sin sentido. Allá García Márquez y sus putas tristes. Yo me quedo con mis palabras sin oriente ni occidente, sin norte ni sur, sin putas contentas o tristes.

Es el vil acto de abusar de una pantalla en blanco para escribir lo que me da la gana, sin la censura de un editor, sin la aburrida crítica de un escritor frustrado que en su frustración decidió posar de crítico, sin palabras útiles o rimas forzadas. Sólo escribo lo que quiero, para nadie, porque tampoco lo hago para mí. Sólo pasaré una vez sin fijarme en la emoción, quizás revisaré la ortografía porque detesto ese subrayado rojo acusador. Y al final sabré que he dopado por un segundo mis grandes frustraciones. El haber dejado mi rencor acá plasmado me hará olvidar por un momento que he pasado gran parte de mi vida luchando con las cobijas buscando una maldita razón para levantarme, evadiré el espejo por unos minutos, ese que me mira con severidad y me pregunta ¿Qué has hecho de tu vida inútil? Y yo prefiero no mirarle más, sólo lavar mi cabello ensortijado y recordar mi cara cada vez más ancha porque hasta la figura la perdí. El amor propio se ha ido junto con la espuria inspiración de palabras melosas y mi aspecto agradable, aunque fuera inquisidor en el espejo. Ahora, sin musa ni aspecto, me entrego a este impulso obsesivo de purgar mi alma por las letras esperando aquel camión inspirador que estampille al joven Marx contra el pavimento. Pero ya ha pasado más de media hora y eso no ocurre, no creo que pase por lo menos mientras yo esté pegado a la ventana.

Ahora quiero revisar en mi propia biografía alguna historia, y me doy cuenta cuanto tiempo he perdido peleando con las cobijas y con el remordimiento de dejarme seducir por su enorme encanto cálido. Y descubro que el sueño es el estado ideal del ser. No hay hambre, frustración, desasosiego, nada malo. Sólo un mundo plagado de historias inverosímiles pero encantadoras, así sean pesadillas, son apasionantes, porque habrá que despertarse para saber que la realidad es peor que la peor pesadilla. Además, de las pesadillas se sale despertándose, pero de la realidad no hay forma de escapar. Sólo con la muerte, pero nadie ha vuelto de allá para decirnos que en definitiva es mejor, pero si nadie vuelve, es porque acá no puede ser mejor.

Entonces hablaré de mi alma encarcelada en este cuerpo como filosofara Platón, de mis anhelos para salir en desdoblamiento eterno de esta, cada vez más amplia, cárcel corporal. Y percibo que todo está en lo que vemos, allí está la fuente de millones de historias, en una lágrima furtiva de una joven que pasó. Cuántas veces no quisimos ser héroes de una doncella triste para decirle que el canalla que la está haciendo llorar no es más que un perdedor y que ella merece alguien mejor, alguien como uno. Qué gran mentira, uno sólo es el buitre de la carroña que otro en su aburrimiento ha dejado. ¿Y eso qué tiene que ver con mi alma encarcelada? No lo sé, pero ya lo he dicho, no escribo para nadie, ni siquiera para mí. O quizás sí, quizás es lo que quiero encontrar, una lágrima furtiva y la oportunidad inapelable de ser héroe, de dejar escapar mi alma encantada y encantadora para rebosar de inspiración rosa a esta doncella. Pero igual, no hay camión de acarreos que estampille al joven Marx, ni lagrima furtiva de doncella despechada. Entonces seguiré con mis vaguedades y evasivas al espejo inquisidor, con mi encrucijada desesperante y desesperada, con mis conflictos de cobijas tentadoras y largas horas desperdiciadas en su haber.

He vivido quizás, pero no me resulta atractivo escribir sobre una historia que aún se escribe y cuyo final es obvio. Voy a morir. No ahora quizás, pero voy a morir. Entonces para qué me mato escribiendo una historia de la que ya sé el final. Qué aburrido. He sufrido sí, pero el sufrimiento pasa a ser parte de un anecdotario cruel que sólo le importa a uno mismo. He sufrido el desamor del infiel que ha sido vapuleado por la venganza de su quien fuera su víctima. Qué puedo decir de ello, nada, que me lo busqué y anduve con unos lindos cuernos que el tiempo se ha encargado de tumbar, porque ya no duelen, ya no importan, ya son sólo el reflejo claro de que la infidelidad es una actitud humana que ensalza el ego cuando lo somos y lo mancilla cuando la padecemos. Pero es humana como el más encantador defecto. Estar comprometido actúa directamente sobre las hormonas femeninas. No es un mito machista. La verdad es que somos más interesantes con el anillo en el anular derecho. Un trofeo, una historia sórdida de actos clandestinos que no deja nada, absolutamente nada más que un ego engrandecido. Pero no más agrandado que la sensación de estupidez postinfidelia cuando los utilizados fuimos nosotros, para lo que fuera. Pensándolo bien esta historia es simpática y merecería algunas letras, pero aún me avergüenza para expresarla sin inhibiciones, entonces esperaré a que ya no me importe del todo. Sólo sé que todo empezó con una faldita de colegio, la implacable faldita de colegio. No digo más por ahora.

Nunca he sido famoso como para escribir qué se siente ser superior a los demás y tener un séquito de lacayos que admiran en uno todo lo que no pudieron ser porque nacieron para ser lacayos e idólatras. Sólo soy el héroe de mi hijo y eso se le pasará con la adolescencia, o antes, quizás. Siempre he pensado que los verdaderos famosos, esos que quedaron impresos en las enciclopedias, nunca quisieron ser famosos, sólo fueron auténticos en lo que les inspiraba y ya, no más, el resto llegó por añadidura. Cuántos ídolos de barro se quedarán en el recuerdo vago de algún vago, porque quisieron ser famosos, y satisficieron lo inmediato, jamás lo imperecedero. Esos no figurarán en las enciclopedias, ni en mi memoria, creo. O a cuántos héroes reales no los arruinó la fama. Dichoso Vincent Van Gogh en su tumba miserable cuando en vida sólo vendió una obra por unas monedas. Impresionista, cómo no va a ser impresionista cuando se arrancó una oreja para purgar la traición a un amigo. Sentimiento puro y descarnado, sensibilidad a flor de piel. No quiso fama ni fortuna, no fue famoso ni rico en vida y ahora está en todas las enciclopedias, sus obras son invaluables. Su tumba es un mausoleo a la verdad de la entrega y la pasión. Trazos llenos de ira y sentimiento, verdadera pasión. Quizás no fue feliz, pero fue Van Gogh. Nunca pintó para nadie, ni siquiera para él. Ahora pienso que la inmortalidad está en quienes valoren nuestro talento después de fenecer. Allí se sublimará nuestra verdadera valía, por lo tanto para qué matarse por la fama si seremos genuinos famosos después de muertos. Tampoco he de preocuparme por ello.

Alguien encontrará en una biblioteca derruida por la civilización (o la barbarie) fragmentos escritos de nuestra estupidez ininspirada y pasáremos a la posteridad como los grandes filósofos de nuestra era, sólo porque de los demás no encontraron ni las cenizas. Seremos parte de la historia y algún otro imbécil hará de nuestra tonta teoría religión y dominará el mundo por cuenta de nuestra falta de oficio. Así lo hizo Santo Tomás con Aristóteles.

Aún no me he dormido, entonces creo que esto que estoy escribiendo no es tan aburrido, por lo menos para mí, o que mi tedio es tan grande, que si dejo de hacer esto quizás no sea capaz de purgarlo en toda su dimensión. Entonces seguiré divagando, quizás con un tema interesante, la niñez, ese espacio del tiempo en el que no sabemos en dónde estamos, luego, somos felices, hasta que de pronto, descubrimos cuál es nuestro contexto y dejamos de ser niños, y desde luego, felices. Mis recuerdos de niñez son fugaces, pero intensos. Desde niño andaba de la mano con la musa de la inspiración, esa misma que hoy me ha abandonado, escribía cuentos de ensueño, historias de terror, epopeyas de héroes detestables que eran asesinados por sus subalternos. Mi mundo era el mundo de la creatividad y fluía a borbotones. El lenguaje era simple y espontáneo, propio, muy propio, tenía mi propio glosario y obviamente no sabía que era la palabra glosario, no me importaba. Mis preocupaciones no iban más allá de mi mundo interior y del alimento para la musa inspiradora. No había cohibiciones, todo era nuevo y por lo tanto interesante, apasionante. El vuelo de la mosca y su incesante choque con los vidrios de las ventanas. "Que idiotas son las moscas" pensaba en mi inocencia, pero para ellas el mundo era lo que veían, por lo tanto ignoraban el vidrio y seguían volando. Descubrí que uno sí se queda en el vidrio e ignora el paisaje. Qué desperdicio. Pero como aún pensaba que las moscas eran idiotas aprovechaba para cazarlas y entregárselas a las arañas. Era emocionantemente cruel ver como se revolcaban en la telaraña y la araña brincaba sobre ella, le enterraba sus colmillos, la paralizaba y se la comía como las granadillas, absorbiendo el contenido. Era sádico desde pequeño. Aún me gusta el cuadro, y aún me parecen idiotas las moscas, está bien que ignoren el vidrio, pero no pueden ignorar la crueldad humana.

La infancia traía un mundo nuevo, un cuaderno para rallar desde el principio, romances sin sexo (que raro se ve ahora), idilios de miradas y roces de mano, qué lindo era. Las angustias eran profundas y pasajeras, todo se resolvía con la imaginación, la palabra deuda sólo era un fantasma que atormentaba a los padres y cada capítulo se cerraba en la noche que abría la puerta de los sueños, ese ilimitado escenario de locuras en dónde podía volar porque sabía que estaba en un sueño. Y volaba. Al día siguiente otra vez la musa me tendía su mano y me acompañaba al reino de la creatividad, otra historia fluía con un personaje siniestro y un héroe con seudónimo, porque en realidad el héroe de mis historias siempre era yo. Mi infancia fue relativamente feliz, solitaria además, nunca jugué con mis hermanos ya mayores, muy mayores. Vivía en mi propio mundillo fantasioso y allí permanecía desconectado de la realidad. Hasta olía bóxer sin saber que era alucinógeno, pero quizás eso ayudó mis locas historias. Entonces creo que si en algún momento de mi vida rocé la felicidad, fue en mi pequeño cuarto pegado a un cuaderno nuevo divagando sobre ficciones emocionantes. El tiempo ha pasado y las ideas se me han cuadriculado, aprendí qué es la palabra glosario y mengüé mi poder creativo, me pegué a la realidad y su parquedad, por eso en el desespero de mi monotonía busco al niño, pero me he dado cuenta que ese personaje encantador ha desaparecido detrás de una tupida barba, de un cuerpo plagado de bellos, de una voz gruesa, y de un cada vez más obeso rostro. Además vivo en la añoranza eterna de quién era, de ese niño prodigio que dejó de ser niño y por ende prodigio. Ahora soy tan normal, tan común, que me enorgullece saber que fui niño, de lo contrario no tendría nada que mostrarme a mí mismo.

Es claro que el estado ideal del humano es la niñez. Cruel pero no perversa, fantasiosa pero no ilusa, inocente pero no estúpida, feliz… pero no eterna. Obviamente estoy hablando de la niñez de un niño estrato cuatro en un contexto normal. Cuando la niñez es viciada por la insensatez de los adultos deja de ser feliz, deja de ser infancia. Basta parar en un semáforo para ver a los pequeños saltimbanquis haciendo peripecias por unos centavos mientras sus padres, reales o alquilados, los ven con mirada inquisidora esperando recoger el fruto del esfuerzo que ellos nunca hicieron. Esos niños ya piensan en el dolor, en el rencor, en el hambre, en sentimientos sueltos e instintivos que los harán hombres resentidos y perversos, en una cadena infinita de reproche social y venganza contra la humanidad. No podemos esperar buenos seres humanos de niños maltratados, humillados, explotados. Bueno, creo que me estoy perdiendo en tonta demagogia de político barato. Mejor vuelvo a mis demonios y aberraciones y dejo a los niños de la calle en paz.

Entonces, en retrospectiva, me doy cuenta de que crecer fue inevitable. Por más que hubiese querido quedarme pegado a mi corta estatura y mi gran imaginación creativa no habría sido posible estancar el tiempo para conservarme niño. La rotación y traslación de la tierra nos hace envejecer, nos hace crecer. ¿Por qué? Realmente no lo sé. Sólo sé que este aparato inmenso en el que viajamos da vueltas y uno se va deteriorando. Debe ser por la fricción con el cosmos. Y no sólo se deteriora el cuerpo, también el alma, la razón y el corazón. Además hubiese sido terrible quedarse mientras los demás se volvían desagradables adultos. Es mejor, por pura solidaridad, compartir esta tragedia en generación. Además tuvimos una ventaja, nuestra infancia fue un poco más larga que la actual. Los niños de ahora dejan de ser niños muy pronto, a los once o doce años ya están metidos en la dinámica decadente de crecer y abandonar el apasionante vuelo de la infancia. Cada vez se pierde más la emoción de ser niño, y bueno, la felicidad cada vez es menor.

Y crecer qué me trajo. El glosario es extenso. El amor dejó de ser ese idilio asexuado y las hormonas empezaron a resaltar las protuberancias y declives femeninos en función de la lívido personal. Entonces mirar a los ojos se volvía cada vez más complicado. Tocar piel distinta se volvía casi obsesivo así fuera sólo en la mórbida imaginación, luego, ese poder ilimitado y creativo de la infancia se fue reduciendo a espacios concretos que iban desde el final del cuello hasta el comienzo de las piernas de una mujer. Además no era algo voluntario, ni lo es aún, el magnetismo femenino es total, y discriminatorio por extensión. Empecé a entender por qué en gran medida el éxito de una mujer depende de su belleza. Las feas que progresan son realmente buenas en lo que hacen. Aparte de esto, el concepto de amor dejó de ser idílico y pasó a ser algo compartido, real, mutuo, comprometedor. Ya no era sólo la mirada furtiva y la imaginación inocente. Ahora era la conquista, el presente, la invitación, el dinero que no alcanza para todo lo anterior, el compromiso, el bendito compromiso de decir "te amo" y tener que sustentarlo de manera presencial. Eso si es complicado. Bastante trabajo me ha costado acostumbrarme a mí mismo, aveces no me soporto, casi nunca. Ahora, crecer y tener que soportar a una completa aparecida (sea cual sea), y mostrarnos
comprensivos, atentos, respetuosos, amorosos es más complejo aún. Por eso no puede haber otra definición de amor que quien ama es quien está dispuesto a dar la vida por el otro. Es así, soportar a otra persona es estar sacrificando cada minuto en otras aberraciones y otros demonios. Se nos puede ir la vida en ello.

Pero no sólo esta parte hormonal es la que marca un punto de quiebre entre la infancia y la edad adulta. El tema de responsabilidad es peor aún. En la infancia sólo me preocupaba por tener llena la coca de comida de la musa inspiradora. No más, ni siquiera tendía mi cama (aún no lo hago). Poco a poco le empiezan a meter a uno la concepción de que "hay que ser alguien en la vida", entonces es fácil descubrir que el mapa ya tiene la ruta señalada. Hay que graduarse del colegio, salir a una buena universidad, hacer una buena carrera, obtener un buen empleo, casarse con una buena mujer, tener unos buenos hijos, salir al exterior y doctorarse para regresar y ascender en otro mejor puesto y así, hasta que un día pase un camión de acarreos y nos atropelle. No sabemos en qué parte de "ser alguien" nos vamos a quedar. Pero esa es la ruta inalterable y hay que respetarla porque de lo contrario vamos a ser unos fracasados condenados al desprecio social, familiar, femenino, en fin. Entonces el panorama se vuelve tedioso, infinitamente tedioso y la palabra tedio empieza a ser fundamental en el glosario de la vida. Se van marcando los chulos a medida que cumplimos los requisitos formales del "éxito". En mi caso particular no sólo me tuve que acostumbrar a la palabra tedio sino también a la palabra "mediocridad". Poco a poco dejé de ser un niño prodigio para pasar a ser un adolescente rebelde y después un adulto mediocre. Me opongo al plan de ruta pero igual lo cumplo "mediocremente". Pasé mi último año del colegio habilitando dos materias, me fui para el Ejército, que merece alusión aparte, por bueno y malo, entré a una buena universidad a estudiar una tediosa carrera y me salí para estudiar en otra buena universidad una carrera "mediocre". Saqué notas mediocres, perdí muchas materias. Me casé en un mal matrimonio, muy joven, y me separé en una excelente decisión. Tuve un gran hijo, que en resumen es lo mejor que he hecho porque él se ha ido haciendo sólo. Entonces mi éxito está condenado por mi mediocridad, por no entrar en la competencia de los mejores y persistir en ser un mediocre. Pero qué hago si el sacrificio me aburre. Además sigo encantado por el poder insalvable de las cálidas cobijas. En conclusión, de acuerdo al plan de vuelo, pasé de ser un niño prodigio a un "nadie", porque si no soy alguien, entonces soy nadie. Señores, "Nadie" está escribiendo ahora.

Aveces pienso que erré mi ruta enredado entre las cobijas y que mi vida sería mejor si hubiera cumplido el plan trazado a cabalidad. Mis contemporáneos, que se sometieron y cumplieron, ahora son exitosos. No hay noticias de compañeros del colegio que no sean halagadoras. Que este está de gerente en Méjico de Sofasa, que este otro trabaja con el "World Bank" en Rwanda viendo cómo hacer menos pobres a los pobres, que este ahora es viceministro para la juventud, y que a este último lo atropelló una volqueta, pero era exitoso. Entonces quisiera recomponer mi rumbo y aspirar al éxito, pero el tiempo es implacable, es un tirano inconmovible que no vuelve la faz para dar nuevas oportunidades. Además nunca cultivé mis amistades con los exitosos luego esto limita grandemente mi capacidad para tener éxito. Ya he de prescindir de la palabra éxito y mejor haré apología del fracaso.

Es verdad, el fracaso es la real escuela de la vida. La palabra tedio no es posible en la carretera destapada. Hay que estar atento a los baches. Qué importante es aprender de los errores. ¿Será por eso que me vivo equivocando? Cómo he aprendido. Entonces mis etapas de tedio son exitosas. Normalidad exagerada e improductiva. "El carácter de los grandes hombres se mide en la adversidad" decía Napoleón, quien empezó frustrado por feo, súbitamente llegó al éxito ascendente al dominar Europa y terminó exiliado en Santa Helena, diciendo frasesitas de consuelo como la anterior. Finalmente, Josefina siempre le fue infiel con su comandante en el norte de Africa, Murat, por feo, nunca dejó de ser un enano acomplejado y perdió Waterloo con el británico Wellington por un error estratégico. Con todo esto pasó a la historia de Francia siendo italiano. Albert Einsten era malo para física en el colegio y en su delirio inventó la teoría de la relatividad. Así mandó al traste todo lo absoluto que le habían enseñado sus maestros. Pero los dos anteriores eran genios, yo no, creo, o no he descubierto aún mi genialidad. Entonces seguiré en mi espiral de fracaso esperando a que mi genialidad salga al encuentro. Esto quiere decir que permaneceré en un constante aprendizaje por no haber seguido el plan de ruta del éxito. Mi condena estará en ser un eterno mediocre hasta que no encuentre la genialidad o me gane el baloto, que es la otra forma de ser brillante. Menos posible, pero más efectiva.

Han pasado casi tres horas y nada de mujer suicidada, joven Marx atropellado o joven doncella despechada. Entonces divagar se ha vuelto imprescindible en esta tarde, casi noche. Ni siquiera una frenada violenta en la calle que me dé una luz de esperanza. Sólo un perro ha venido a defecar al frente de la ventana, tampoco encuentro en ello algo inspirador. Por lo menos la dueña recogió lo hecho por su mascota. Eso sí resulta alentador. Y no lo hizo porque me viera, nadie percibe que estoy acá. Hasta mi hermano se fue y me dejó encerrado, sin llaves, entonces tendré que seguir soportando mis tribulaciones hasta que alguien venga a rescatarme. Y bueno, tendré que aceptar que hasta mis dedos encontrarán su ocaso y me quedaré sin más palabras para plasmar. Pero mientras eso sucede, saldré de las añoranzas y moveré el prisma para que salgan nuevos colores.

El amor es un asunto que quizás evado porque ando peleado con él. La vida no ha sido dócil conmigo en estas lides y por eso le rehuyo. He amado sí, con amor puro y también contaminado. Tuve una novia despegando mi adolescencia con la que viví todas mis primeras veces. Fue lindo, no fue la primera mujer con la que tuve relaciones sexuales, pero sí la primera con la que hice el amor. Porque antes de ella tuve experiencias traumáticas que quizás me generaron taras nocivas, pero no me desnudaré frente a un psicólogo que en su intimidad se ría de mí. Prefiero reírme sólo de mí mismo. Mucho menos lo contaré a quien se encuentre estas letras delirantes. Sólo sé que no hice lo debido, que enfoqué mal el sexo desde el principio y quizás eso ha desperdiciado la mejor parte de mi pasión. El romanticismo. Y romántico si fui. Creía ciegamente en el poder de unas letras inspiradas más si estas se adornaban con flores o una caja de chocolates. Me llamaba a mí mismo poeta, porque me sentía poeta, me dejaba sublimar por el sentimiento envilecido del enamoramiento y en odas dulces desprendía mis sentimientos contra un papel en letra rosa de estilo. Dejaba que el rayo de luna iluminara un poco más que mi vela para despegar de este confín terrenal al mundo celeste del amor, ese sentimiento elevado y perpetuo que es eterno mientras dura. La noche era fiel cómplice de mi súbita locura y levitaba mientras sentía que me moría de amor. Así viví, creyendo que esta noble sensación era parte de la rutina y que la endulzaba eternamente. Pero de a poco fui comprendiendo que "amar" es la primera parte de la palabra "amargura" y todo lo que era pleno empezó a resquebrajarse a medida que percibía que el amor también se agota, que es un recurso no renovable y que cuando se va no vuelve. Además nunca sale sin dejar huella, casi siempre una marca indeleble y dolorosa en la que nunca se olvida el último adiós. Entonces descubre uno que si mata el romanticismo con él mata parte del dolor. Así el ser romántico pasa a ser parte de la estrategia de conquista pero no se perpetúa, precisamente para que no se vuelva contra uno con sus dagas envenenadas. Qué lástima. Creo que era un buen romántico pero muy mal doliente. Entonces preferí matar al romántico para apaciguar al doliente. Y lo he logrado. No es que ya no sienta, que todo me resbala y ya, pero entendí que lo más cruel del amor es que no mata, sólo tortura hasta la saciedad. Alguna vez corté mis venas por una pena de amor. Sabía que no iba a morir porque fui consciente del tamaño de la cortadura para no desangrarme de verdad. Sólo quería dejar la marca reflexiva de que no es posible morir y que la tortura es mayor cuando la alimentamos nosotros mismos. La ausencia es cruel cuando uno en su espíritu de macho sabe que la mujer que uno amó tarde o temprano estará con otro. Eso duele más y no hay una razón lógica para ello, porque igual, uno seguramente terminará en brazos de otra mujer. Es la realidad de esta vida, siempre buscamos estar en pareja, y cuando lo logramos, no sabemos cómo ser felices con esa pareja por exceso o por defecto, y sólo sabemos que realmente amábamos cuando la distancia y el daño ocasionado ya ha hecho irrecuperable a la persona a la que nunca le demostramos que era amada.

Además conviví con alguien a quien amé profundamente, con quien tuve un hijo divino producto del amor, pero igual, todo entró en la dinámica del ego engrandecido y el engaño y otra vez la frustración fue total. La convivencia es el reto más difícil para cualquier pareja, porque es aceptar en el mismo aire a un humor distinto. Los defectos por más pequeños que sean se vuelven cotidianos y permanentes, la rutina mata la ternura y si no hay ternura al amor se le acaba el combustible, la relación entra en barrena y no hay solución más sensata que decir adiós. El desprendimiento es aún más insoportable y los demonios aún más grandes. Pero cuando la intolerancia cohabita con la pareja es más sano salir caminando por la puerta que volando por una ventana. Me marcó, cruel y definitivamente, pero aún no pierdo la fe, y de a poco me han ayudado a recuperarla, aunque me muestro hosco y reacio.

En términos generales, este es un tema que no acabo de comprender, que ha matado mucho de mi esencia y que quizás ha hecho daño a muchas mujeres que se han acercado a mí y que no he sabido corresponder por soberbia, temor o prevención. En todo caso espero que esto cambie, que pueda sentir de nuevo el amor puro y total, de rayo de luna, noche de vela y vino inspirador. Esperaré paciente, ojalá, al lado de la mujer que me ama. Sólo espero que ella tenga la paciencia suficiente, pero la verdad, no creo.

Ahora vivo en un continuo confrontamiento sobre quién soy o quién quiero ser. El niño, el fracasado, el romántico. No lo sé y lo peor es que no lo puedo descifrar. Quisiera ser un mejor ser humano, un poco más tolerante y comprensivo, pero apenas veo que ser noble es bajar la guardia para alguien que te va a golpear, es mejor ser ese cara dura implacable que anda por la calle sin expresión alguna.

La gente es cruel y oportunista, esa es la verdad, la raza humana es hobbesiana y es mejor andar prevenido. Qué vaina pero es la verdad. Federico Nietzsche odió a la raza humana un poco menos que a sí mismo, además vivía pringado de sífilis por lo cual no podía tener un genio dócil y amable. Sus migrañas eran mortales y además debía sufrir la insoportable abstinencia sexual. Sus frases eran contundentes. Por ejemplo decía: "Ningún viajero ha encontrado, en ninguna parte del mundo, sitios más feos que la faz humana" o "Se ha contemplado mal la vida cuando no se ha visto también la mano que de manera indulgente, mata". No hablaba de la eutanasia. Una perla más: "En la madurez de la vida y de la inteligencia, siente el hombre que su padre ha cometido un pecado engendrándolo". El desprecio por lo humano es evidente sin ahondar en el desprecio que tenía por Dios. Pero de algo no me queda duda y es que lo que Nietzsche sentía por Dios era un rencor inmenso, tanto habló de su inexistencia que era perceptible que existía como su juez y verdugo, a quien se pretende descalificar para ignorar su fallo. Pero razón tenía el sifilítico Federico al depreciar la raza a la que pertenecía. La verdad es que somos seres despreciables, carroñeros implacables a los que la razón los ha llenado de crueldad, o nos ha llenado, porque soy deprimentemente humano.

Ninguna especie animal es tan cruel y despiadada como el humano. Ningún animal hace sufrir a otro deliberadamente a no ser que medie el hambre, el instinto de supervivencia o el dominio territorial. Ningún animal disfruta el sufrimiento ajeno ni tortura por placer. El animal más cruel es el hombre. Aniquila su propia raza sabiendo que esta especie tiene sentimientos y exacerba en lo más profundo para tocar los nervios más dolorosos y lo disfruta con total sadismo para engrandecer su ímpetu de poder y desbordada soberbia. La verdad es que Dios sólo cometió un error y fue crearnos para administrar lo demás que está bien hecho. Diríamos que no todos los seres humanos somos así, pero la ausencia de justicia ha hecho que los que son implacables carroñeros se impongan sobre los demás sumisos y pusilánimes borregos. Basta tomar un periódico para notar que esto es cierto. Dos niños en dos días cruelmente asesinados sin saber por qué, uno de ellos, una menor de seis años violada por su asesino. Qué placer puede producir una niña de seis años cuyo aparato reproductivo ni siquiera está predispuesto a desarrollarse. Sólo cabe en la mente de un maniático, enfermo, cruel y humano, que es lo mismo que todo lo anterior, saciar su locura con una niña de seis años. Al otro niño lo secuestraron, lo apuñalaron hasta matarlo, y aparte de ello grabaron su voz para seguir cobrando la extorsión, para alimentar despiadadamente el anhelo de sus padres de encontrarlo con vida. No hay derecho, ni izquierdo, ni nada que justifique esta barbarie sin sentido.

He de reconocer con vergüenza ante la naturaleza que he nacido humano, el ser más despreciable que está en la cúspide la cadena alimenticia cuando en honor a los merecimientos deberíamos estar al lado de las hierbas para que nos devoren los venados. De allí justifico toda mi negligencia y el amor profundo que le profeso a las cobijas. Da grima tener que levantarse para interactuar con más humanos, hijos de Satán, Satanás, Belcebú, Demonio, Diablo, Lucifer, el primero que reconoció ante Dios que su obra había quedado mal hecha y que era tan imperfecto como nosotros. Por eso tiene el poder de proclamarse Rey, porque la verdad el hombre rinde más tributo al Diablo que a Dios. No es autocrítica, es el reconocimiento a nuestra torpe vulnerabilidad, a la irracionalidad de la razón, al desperdicio de talentos. Alfred Nobel inventó la dinamita con el convencimiento de que esto facilitaría el dominio del humano sobre la naturaleza, pero no hizo más que seguir dándole creatividad a la perversidad inherente a los humanos. Aún así, en su nombre, se dan los premios Nobel a la imbecilidad humana, un culto a nuestra propia desgracia. Este tema si es realmente aburrido, mejor paso a algo distinto… ¿o peor?

Siendo nihilista, la mujer no se escapa de la condición de ser humana, luego, no puede ser buena. Pero si algo detestaba más Nietzsche que a sí mismo, era a las mujeres. Además una de estos especímenes lo ponchó con sífilis, luego, yo tampoco tendría el mejor concepto de las hembras de la raza después de que en gracia de un vil orgasmo circunstancial nos tiremos el resto de la vida. Si dan dolor de cabeza sólo con aguantarlas, cómo serán las jaquecas de la sífilis, reprochables a sus tentadoras curvaturas. La locura de Federico no fue producto del azar, fue un continuo proceso de desgracias y odios y viceversa. Sobre ellas escribió muchas frases, pero hay una que las resume todas: "El traje negro y el mutismo visten de inteligencia a cualquier mujer". Punto aparte.

Yo nací del vientre de una mujer, a quien además le rajé la panza porque desde el principio me negaba a tomar posición para enfrentarme a este decadente mundo. Me sentía plácido en esas tinieblas placenteras, no en vano la palabra placenta sugiere placer, y me sacaron a las malas. Quiero y admiro a mi madre por haber querido traerme al mundo después de haber parido siete retoños más. Además, yo fui el único que le rajó la panza, el único que se negaba a venir. Quizás en mi inocencia prenatal sabía que en vida iba a ser considerado mediocre fracasado, apelativos que en el interior de mi madre a nadie se le hubiesen ocurrido. Pero bueno, llegué al mundo gracias a una mujer, por eso admiro y respeto a las mujeres. Bueno, por eso admiro y respeto a mi madre. Pero porque la quiero. La verdad, las mujeres son la razón más palpable del sufrimiento humano. Para los hombres, por amor o por placer, y para las mujeres, por la infinita envidia que se sienten unas por otras. Trato de ser caballero para no referirme en términos despectivos u ofensivos a esta variante de la raza humana. Pero no puedo. No las odio y por eso me odio. Todo lo contrario, me siento inevitablemente inferior, absolutamente vulnerable, condenado y sometido a sus innumerables encantos, a su astucia insuperable, a su ruda suavidad capaz de todo. Las he padecido, aveces creyendo que dominaba las situaciones que me comprometían con ellas. Pero no, nunca las he dominado ni las dominaré. He sido esclavo de mis deseos y mi ilusa creencia de sentirme superior a ellas. Ahora, que me han pisoteado mil veces porque he decidido consciente e inconscientemente ser su tapete, prefiero aceptarlo sin reproches. No en vano profesaba la Biblia su gran poder y vaticinaba que terminaríamos en la copa de los árboles huyendo a su infinito poderío. Y lo acepto. Lo que no acepto es no haber encontrado aún el árbol suficientemente alto para evitarlas. Entonces seguiré trepado en arbustos miserables esperando a que me encuentren para seguirlas soportando, cálida y desesperadamente, y cuando no me encuentren, seré yo quien las busque en ese masoquismo inherente a nuestra esencia. No soy homosexual porque en honor a la verdad sería un desperdicio entregarse a la amanerada estupidez masculina. Si machos somos brutos, maricones no somos nada. Para redondear, Nietzsche no las odiaba en vano, pero no sabía que detrás de ese mutismo hay un arsenal nuclear dispuesto a destruirnos, y el negro no es más que el luto de mil viudeces que han padecido y van a padecer.

Entonces me doy cuenta, de nuevo, que tanto crecer, como las mujeres, son inevitables, y que las dos cosas están directamente relacionadas. Cuando era niño las mujeres no eran más que seres distintos y distantes, hasta inofensivos. Como aún no sabía el misterio de la procreación y menos aún, el del amor, pensé que podían mantenerse así, distintas y distantes. Pero el desarrollo es implacable, y la primera manifestación en este sentido, el rasgo palpable que dejamos de ser infantes para ser lúgubres adultos, es que las mujeres nos empiezan a gustar. Allí empieza el cuento y recuento de cualquier tragedia. Y tan claro es esto, que cuando hablamos de una gran tragedia, de una gran disputa, hablamos de Troya. ¿Y por quién se armó Troya? Por una mujer. Sí, París, un joven troyano hermano de Héctor, se enamoró de Helena, que además estaba casada con un cruel Rey romano llamado Menelaus. Y no sólo se enamoró sino que la raptó, y ella se dejó raptar, se fueron juntos para la fortaleza de Troya y hasta allá la fue a buscar el Rey cachón y se armó la de Troya. Y a qué no adivinan quién quedó entre los pocos sobrevivientes. Pues Helena. Hasta Aquiles, mitad dios mitad hombre, que estaba del lado del Rey cachón, fue muerto por una flecha que atravesó su talón, el talón de Aquiles. Sin embargo, Troya fue invadida por el Rey cachón y sus ejércitos, Helena y París se fugaron y Héctor, por defender a su hermano, murió a manos de Aquiles. En fin, el cuento lo pueden leer bien y completo en la Iliada de Homero. El punto concreto es que por mujeres se ha armado más de un lío de gran envergadura. Porque enamorarse de las mujeres es inevitable, porque admirar su fragilidad de bambú es encantador, porque son un ser complejo, misterioso y atractivo por quienes estaríamos dispuestos a armar más de un conflicto troyano. En pocas palabras, son un mal necesario que le da sabor a la vida, impulsos al corazón, energía al vientre, palabras a los poetas, delirio a los románticos y razones a los locos. Adán no fue engañado por Eva para que comiera del fruto prohibido. Cuando el hombre tiene que escoger entre Dios y una mujer, la mujer resulta más atractiva.

Volviendo al extraviado punto de qué soy o quién quiero ser, sobre lo cual sólo he determinado que soy un humano, y que además, no me siento orgulloso de esa condición, no encuentro respuestas satisfactorias. No seguí la ruta del éxito, y en honor a la verdad no quiero aceptar que soy un fracasado. Sólo no soy un exitoso dentro del plan de ruta normal, pero tendré un chance por fuera de lo convencional, cuando algún díscolo nieto se sienta orgulloso de mí. Entonces habré de aceptar que tal como lo predicara Anaxágoras, filósofo griego presocrático, soy devenir y ser en continua evolución. Era niño, dejé de serlo, era adolescente, dejé de serlo, soy adulto, dejaré de serlo, seré anciano, dejaré de serlo, soy humano, dejaré de serlo. Es decir, nunca somos algo perpetuo e inmutable, siempre estamos cambiando y evolucionando a algo distinto. Tendremos algo esencial, pero vivimos en constante mutación. Eso no resuelve mi inquietud.

Entonces tengo que comparar qué son los demás para acercarme a lo que soy yo. Llamé a un amigo a preguntarle qué era y sin pensarlo mucho me contestó: "ingeniero". A otro y sin darle muchas vueltas me dijo: "abogado". Así sucesivamente cada uno me fue respondiendo con su profesión. Uno de ellos, que no tenía profesión aún, titubeó mil veces para responderme, se le quebró la voz, se demoró media hora explicándome que había empezado una carrera pero que no había podido terminar de pagársela y que se había tenido que retirar, que estaba buscando la plata del semestre, que estaba trabajando duro para el efecto, pero en conclusión, no me dijo nada. Entonces me quedó claro que el plan de vuelo es relativamente homogéneo dentro del gremio que me rodea. Con base en lo anterior, debo decir que soy "politólogo". ¿Qué? "Politólogo". Debo aclarar que esta palabra aparece con el odioso subrayado rojo de los errores de ortografía y "no hay sugerencias" para remplazarla. Ya le puse agregar. Estudié algo no muy conocido y por ende no muy preciado. Alguien me dijo alguna vez que qué rico ser politólogo porque uno sabía varios idiomas e insistía en que le hablara en cada uno de los idiomas que conocía. Me costó trabajo explicarle que "politólogo" y "poliglota" no son la misma cosa. Cabe aclarar que la palabra "poliglota" no sale con el odioso subrayado rojo de la ortografía. Y es que dentro del inconsciente colectivo, para los que tienen alguna idea, el politólogo es para el abogado lo que el astrólogo es para el astrónomo. El astrónomo es un inminente científico que estudia los astros con un telescopio inmenso del cual depende nuestro futuro porque sabe cuando va a pasar un cometa y nos va a barrer del cosmos. El astrólogo es un vil charlatán que se aprovecha de la ignorancia de la gente y que a punta de mamarrachos tima y estafa a los incautos haciendo vaticinios infundados. En lo segundo, en mi concepto, tienen razón. En contraste, los abogados son eminentes intérpretes de la ley, "doctores" del saber jurídico y personas imprescindibles para una sociedad en la que escribieron la ley para que nadie la entienda y por ende, para que nadie la respete. Nadie respeta lo que no entiende. Pero los politólogos somos más que unos viles charlatanes y no nos enriquecemos timando a nadie, porque igual, nadie nos cree o a nadie le interesa lo que decimos, luego, nadie paga por nuestras predicciones. No hablamos del amor y otros demonios, de ligar al ser querido o deshacer el maleficio llanero. Simplemente se hacen diagnósticos sobre las relaciones de poder que priman en la sociedad, sus causas, consecuencias y posibles variaciones futuras. Es el campo del análisis puro del mundo de la política, ese sórdido término relacionado con corrupción, abuso, engaño, burocracia, congresistas… ¡Guácala!. No en vano me pueden comparar con Walter Mercado, o peor aún, con el prostituto del saber indígena Mauricio Puerta, que convivió con los aborígenes de no sé dónde y exprimió sus conocimientos para hacer un ruin negocio que tima a la gente con C.D´s interactivos para saber cuál es el futuro de cada uno y de qué depende el éxito. Le creo a los indígenas, por su saber milenario, pero no al rechoncho de Puerta y su tergiversada interpretación del saber valioso de nuestros antepasados. En fin, por lo menos a él su "profesión" no le sale subrayada con rojo, a pesar de que sea un vil estafador.

Pero lo claro es que soy algo, de acuerdo al mundo convencional que me rodea, que no reconoce ni siquiera un procesador de palabras del año 2000, entonces, ¿será que soy algo? Mi angustia debe ser disipada por "colegas" exitosos y que pueden decir que son alguien en la vida. Muchos de mis colegas trabajan en altos cargos gubernamentales, o con la empresa privada, nacional o multinacional. Algunos por un talento ilimitado y otros porque eran amigos de los amigos de los amigos, pero igual, han triunfado. Todos, absolutamente todos, son asesores de alguien. Esto quiere decir, que son aquellos personajes que hablan al oído a un ser supremo que toma decisiones y que necesita que alguien que ve el mundo distinto le dé un consejo. Porque el politólogo no sabe nada concreto, pero sabe que el poder hay que saberlo administrar para conservarlo, por eso, dentro de una perspectiva maquiavélica, el politólogo es importante para ese ser supremo. Sí, somos importantes, pero no hay cama para tanta gente, y hay más politólogos que seres supremos, luego, muchos nos hemos quedado desempleados, o casi desempleados. Yo aún no encuentro mi ser supremo, y por lo tanto, un empleo estable. Muchos más están como yo, buscando un ser supremo que les dé trabajito.

Aparte de buscar mi ser supremo, soy profesor, es decir, enseño algo que aprendí y que no reconoce un procesador Windows del año 2000. Enseño ciencia política en la universidad. El primer paso, es lograr que el alumno comprenda que la política no es necesariamente el mundo podrido que muestra a obesos concejales, diputados, representantes, gobernadores, en fin, hombres o mujeres, captados por cámaras ocultas recibiendo sobornos o cuadrando triquiñuelas para robarse el erario público. No es fácil cambiar esa imagen menos aún cuando nuestros padres de la patria la afianzan cada día. Siempre he pensado que si en lo altos cargos públicos de la democracia están los padres de la patria, nuestra abuela democrática no puede ser más que una puta, y no de las putas tristes de Gabo, estas son putas contentas y gordas de tragarse el fisco de la nación. Entonces se plantean teorías y divagaciones sobre el "deber ser" de la política, de los exitosos modelos atenienses durante el siglo de oro de Pericles. Pero en conclusión, uno mismo termina convencido de que la política ya ha arraigado una dinámica corrupta y corruptora, y que bueno, no se puede cambiar. Pero se puede saber que alguna vez, una civilización grande y respetable, la hizo distinta.

Y muchos creen que la política es algo ajeno que no afecta nuestra vida. Falso. Si durante un año nos levantamos una hora más temprano y nos acostamos una hora más temprano es producto de la política. La hora "G" "Gay" o "Gaviria" durante 1992 fue una decisión política. Una hora menos en los relojes para mitigar la escasez de agua en los embalses de las termoeléctricas o el exceso de dinero en los bolsillos de los funcionarios que las administraban. Si elegimos, por acción u omisión, un alcalde corrupto, que en vez de destinar los fondos de la administración para darle mantenimiento a los carros de basura, por ejemplo, la usa para comprarle repuestos a su propio BMW adquirido con dineros oficiales, seguramente vamos a tener que una de estas volquetas de la basura se va a quedar sin frenos y va a arrollar a un joven revolucionario en cualquier esquina. En esta no fue. O quizás el mantenimiento corresponde a la concesión de la empresa privada, que no roba tanto o tan de frente, y por eso me puedo quedar esperando toda la vida a que esto pase. El punto es que vivir la política es importante para dejar de pensar que la política es para el mundo de los políticos y que ellos son ladrones profesionales, y que por ende, hay que respetarles su profesión. Falso. La política hay que vivirla como la vivían en Atenas, directa y francamente. Si la calle de la cuadra parece una trinchera esto es responsabilidad de un edil, que además es un pinche vecino, que recibe una plata por sesión y que le vale madre la calle porque para llegar a su casa tiene una autopista. A ese edil hay que hacerle control político y si no sirve hay que sacarlo, pero nadie se apropia de su rol político para hacerlo. Entonces chupemos por bobos, por conformes, por "apolíticos". En fin, este tema es interesante pero aquí no voy a encontrar mi esencia, entonces sigamos.

Lo único que sé, es que no me puedo limitar a decir "soy politólogo". Primero, porque muchos no me van a entender y me van a pedir que salude en francés, inglés e italiano, y segundo, porque "ser" no se puede limitar a un lapso de la vida en el que estudiamos para saber más que el común de la gente. El ingeniero es una persona que conoce más las estructuras y procesos que el común de la gente, pero el común de la gente puede estudiar y ser ingeniero, luego, esto no puede marcar una esencia. Entonces, por ahora, seguiré siendo humano, así no me sienta orgulloso de esa condición, pero me define mejor que ser politólogo.

Pero para muchos es claro que son lo que han estudiado, y para los que no han estudiado, son lo que hacen. "Soy conductor", "soy jardinero", "soy celador", "soy ladrón", "soy congresista", en fin, muchos son un oficio. Pero tampoco podemos limitar nuestra esencia a un oficio. Yo tendría que decir "soy profesor". Enseño algo. Creo que ahí si me acerco más a lo que soy. O mejor, a lo que quiero ser. Como soy, de acuerdo al plan de ruta, un mediocre fracasado, y del fracaso depende mucho el aprendizaje, debo decir que aprendo para enseñar. Nací y le rajé la panza a mi mamá, de ahí todo empezó regular. Además como mi mamá es RH negativo, y mi papá positivo, debí estar ocho días en incubadora por aquello de la transfusión. Tanta era la predisposición con respecto a mis posibilidades de éxito, que en la incubadora de al lado había un niño prematuro, flaco, paliduzco y raquíticamente pequeño. Todos los que iban a visitarme se quedaban admirando (deplorando) al niño de al lado suponiendo que era yo. Más de una frase de conmiseración y una lágrima furtiva inspiré, a pesar de que no era yo. Yo era un niño rozagante, rubio, de buena talla y avispado. Pero nadie creyó que ese pudiera ser yo. Luego, también mis posibilidades convencionales de éxito se pudieron ver truncadas por la predisposición social que mi nacimiento inspiraba.

Además mis antecedentes genéticos también pueden haber influido. Los abuelos de mi padre, es decir, mis bisabuelos paternos, eran primos hermanos. Y no sólo esto, sino que eran parte de tres hermanos que se casaron con tres hermanas. Es decir, se casaron seis primos hermanos entre sí. Qué enredo. He escuchado que en la raza humana estos ligazones fraternos pueden ser peligrosos. Por ahí se nos puede colar un síndrome de down, una mutación genética o algo parecido. Mi abuelo era normal y mi padre también. Aparentemente mis hermanos mayores también. Pero tanta suerte no era posible y quizás todos mis familiares estaban esperanzados en que yo, por fin, trajera todos los defectos de estas uniones cuasi incestuosas. Por eso el alivio al ver ese raquítico roedor en la incubadora de al lado pudo ser tranquilizante para muchos. Ya podrían esperar a que sus hijos nacieran sanos. Los mal formados genes recesivos ya se habrían manifestado. Entonces muchos se compadecerían de mí pero en el fondo me agradecerían haber catalizado todos los males genéticos de la familia. La decepción pudo haber sido mayúscula al saber que yo era el rozagante, rubio y sano bebé de la incubadora de al lado. Pero aún guardaban la esperanza de que detrás de esa figura física sana se escondiera un tarado con dificultades de aprendizaje, lengua de "zopa" o amaneramientos evidentes. Nada, otra decepción cuando sorprendí con un precoz sentido literario y una extraordinaria creatividad infantil, además de una masculinidad evidente en mi tosco caminar y mi pasión por comer mocos de burda manera. Pero aún quedaba una esperanza. Dicen que los retrasados generan habilidades increíbles que con el tiempo se van desvaneciendo y se recupera la inalterable condición de tarado. Ahí estuvo la salvación de todos. Crecí y me volví un mediocre estudiante, desapareció me genialidad literaria y devolví la esperanza a todos los atormentados hermanos que querían seguir procreando libres de la maldición de los genes recesivos. El tarado se había desnudado poco a poco para dar sosiego a sus congéneres. Ahora quiero recuperar mi esencia y volverlos a angustiar, quiero volver con el ego subido de ese niño rozagante al lado del raquítico roedor. Gracias a Dios mi hijo no fue el tarado, entonces, por descarte, el mutante genético sigo siendo yo.

Aparte de eso, ni mi padre ni mi madre son rubios, entonces mis genes son evidentemente recesivos. Pude sospechar que era adoptado pero tengo otros dos hermanos rubios y de ojos claros. No creo que mis padres hubiesen hecho caridad en módicas cuotas. Además la chamba en la barriga de mi mamá la hice indefectiblemente yo.

Soy el octavo de ocho hermanos, nací cinco años después del séptimo y 19 después del primero que biológicamente pudo haber sido mi padre. Mi madre ya tenía 35 y mi padre 45. Fui una sorpresa llegada en julio de 1974. Se jugaba el mundial de fútbol de Alemania y López ganó la presidencia de la República.
¿Quién diablos soy? Aún no lo sé. Sé muchas cosas de mí pero no sé quién soy. Ahora sólo sé que soy un ser aburrido frente a una pantalla que está esperando a que algo emocionante suceda para dejar de confrontarse sobre su compleja propia esencia. La gente sigue pasando, cada vez menos, ya es tarde y los perros han venido a defecar varias veces. No todos los dueños fueron tan decentes como la primera señora y esto al frente se ha llenado de pequeños rollitos de excremento. En la mirada de la gente noto una preocupación circundante. Se alcanza a oír entre sus dientes un clamor de angustia por la cuota que se venció, el hijo que perdió el año o la niña que perdió la virginidad. Cada uno patea sus propias piedras pero en ninguno percibo angustia por preguntarse ¿Quién soy yo? Y es que esta pregunta puede sobrar si uno tiene que preguntarse todos los días ¿Qué voy a comer hoy? Porque si uno no come deja de ser, así de sencillo. Y no es que todos los transeúntes que pasan hoy por el frente tengan esa angustia, no todos. Pero cada uno carga preocupaciones puntuales, problemas que se deben resolver ya. En cambio, el problema de ser no es algo que se pueda resolver. Somos y ya. Y mañana, si estamos vivos, seguiremos siendo, iguales o distintos, pero seguiremos siendo. Para qué perder el tiempo preguntándonos quienes somos si ya somos. Y somos porque estamos. No en vano los seudoestúpidos gringos manejan indistintamente el verbo "to be" como ser o estar. "I am sick": Yo estoy enfermo o yo soy enfermo. Es lo mismo, si estoy enfermo es porque soy enfermo. Si dejo de ser enfermo, y estoy sano, es porque ya no soy lo que era. ¿Qué es este enredo? Sencillo, es un continuo presente en el que somos porque estamos. "Soy un médico". Pero resulta que el eminente médico tiene que defecar y en ese caso dirá. "Estoy defecando". Entonces, ese eminente doctor de gran palmarés por un momento dejará de ser el probo cirujano para ser "un cagón". Si, tal como el indigente que tiene la misma necesidad de defecar. La diferencia es que el primero lo hará en un moderno retrete de chorrito limpiador y el segundo en un mugroso potrero de pasto raspador. Pero los dos, en ese preciso momento, más allá de su trazada ruta de éxito, serán un par de cagones. Porque somos lo que hacemos.

Luego, ahora estoy escribiendo, entonces… !Soy escritor¡ y esto es lo que siempre he querido ser y no puedo ser ajeno a la felicidad de sentirme escritor, más allá de que a mis putas contentas no las editen en una librería, soy escritor, más allá de mi adulta mediocridad, de mi fracaso, soy escritor, más allá del raquítico roedor de la incubadora de al lado que llenó de esperanza a mis congéneres, soy escritor, más allá de que en toda la miserable noche el joven Marx no se dejó atropellar, el ama de casa no se suicidó y la joven doncella no lloró, yo, soy escritor, más allá de mis sufrimientos y mis desamores, soy escritor, porque ese niño que se acercó a la felicidad escribiendo en su cuaderno nuevo ha venido a decirme que uno es lo que hace aquí y ahora. Porque él, para ser feliz, jamás se cuestionó sobre quién era, tan sólo fue el héroe de sus propias historias. Y yo he dejado de ser héroe por meterme tanto en esta parca realidad, por abandonar mi mundo imaginario, por dividir el ser y el estar, por pretender competir en un mundo que aborrezco y en el que siempre seré un mediocre fracasado por convicción y amor a las cobijas. Entonces, soy escritor, y soy el héroe de mi mundo imaginario, y al diablo la ruta de éxito y sus requisitos. Y como al joven Marx no lo atropellaron, me inventaré uno, seré yo mismo y moriré feliz debajo de las ruedas de una volqueta porque… !Soy escritor¡



FIN

8 comentarios:

  1. Definitivamente me encanta tu humor y tu sarcasmo… y bueno solo puedo decir que aunque no escribas para nadie que bueno que lo haces..

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  2. Andrea... gracias... acá estás, en las salas vacías tomando tinto y haciéndome el rato agradable. Y no es tan cierto que no escribo para nadie... escribo para tí, para quien se atreva a leerme. Un abrazo.

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  3. La verdad es que es muy bacano encontrar a alguien con tu forma de escribir (abierta, franca, directa y sarcastica) y con la que se que muchos se identifican, para mi es verdaderamente grato ver plasmada en la pantalla ideas, pensamientos y sentimientos tan propios y conocidos y que tal vez por falta de habilidad en el campo literario nunca fueron expresados mas q en mi cabeza. Gracias…

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  4. Gracias a tí... de verdad todo lo que me dices es muy valioso.

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  5. mi querido Andres Felipe, que te puedo decir....que espero no ser la astrologa del astronomo sino esta pobre porfesion nuestra, que mucho sudor y lagrimas nos ha costado construir, terminara siendo la explicacion constante de no ser poliglotas.
    El ser, nosotros con los otros, o si mismo como otro (cual Ricoeur) necesita de todos, asi que aqui estamos casi construyendonos todos los días.
    Besos y me encanto leerte..una vez mas! Jime

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  6. Hola Jime, que rico tenerte acá, paseándote por el blog. Hay entradas más antiguas si las quieres ver. Sabía que te iba a tocar esa disertación sobre nuestra sufrida profesión y que ibas a defender la causa. En todo caso se que eres un ser humano exepcional, para mí eso es suficiente y más que profesión vamos construyendo amistad. Un abrazo y gracias por tus palabras. Cuídate.

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  7. Sórdido… qué buen recuerdo de cuando te conocí… una montaña rusa, una lectura llena de vértigo... una piedra roseta de ti. Si en “No le pegues a tu hijo” vi tu alma clara, aquí veo los vacíos, las presencias, los recovecos que la recorren, con sus dilemas, con sus convicciones, con sus dudas… un viaje sin rumbo, pero con destino… la conclusión, la misma. Sí, eres escritor.

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  8. Hola Soledad, me parece increíble estar persiguiéndote en mi propio laberinto. Apareces en las encrucijadas que yo he hecho red y ahora me veo atrapado tratando de adivinarte y de adivinar por qué me adivinas... Perteneces a un tiempo y un espacio real y acá eres tan volátil como los sueños que nunca soñé y las ilusiones que guardé en el desván de lo imposible. Quizás yo soy escritor... pero tú... ¿tú qué eres? No eres Soledad... ni soledad.

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