La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

domingo, 30 de mayo de 2010

Entrada de Bienvenida a mi nuevo blog: luchasjustas.blogspot.com

En mi blog Calma, quietud y tribulación, me permití añadir unas entradas de tintes políticos, clamores colectivos que yo hice míos para convocar una solidaridad que fue y ha sido evidente, grata, motivante.

Pensé que una vez ganáramos las elecciones presidenciales de 2010 con Antanas Mockus, lo que daba por descontado en mi infinita ingenuidad de creer que en Colombia hay más pueblo soberano que élite dominante, volvería a la imaginación literaria, a la crónica y quizás a una que otra obra de satisfacción, haciéndole seguimiento a un cambio en la sociedad que vería desde mi exilio voluntario en Buenos Aires.

Son las 2:33 de la madrugada en Buenos Aires y las 12:33 a.m. en Colombia. Acaba de culminar un día nefasto para la democracia, para la autodeterminación del pueblo colombiano, para la esperanza de un grupo creciente de personas que cree en una sociedad más justa, con unas élites más dirigentes, un pueblo menos oprimido y una estructura social más equitativa e incluyente. Pero no, no fue así. Ahora, yo, péndulo entre la rabia y la tristeza, arrastrando desconcierto y desolación.

En cualquier caso, a pesar de los fraudes evidentes ya denunciados por la Misión de Observadores Electorales que descubren la compra de votos desde las uestes oficialistas, esas mismas que representan en la política a ese grupúsculo que acapara la riqueza y el poder, siento que la mayor responsabilidad de esta derrota recae en el pueblo, en la sociedad, en ese grupo amplio de personas de la base que se someten y someten a toda una Nación por acción u omisión. Es incomprensible que alrededor de un 51% de votantes no hayan ejercido su legítimo derecho al voto. Yo mismo no lo hice pero porque median 5 países entre mi mesa de votación y yo, sin una tutela que me hubiese abierto la posibilidad de votar. Y fui activo, políticamente activo. La apatía es un cáncer que se traga la estructura de una sociedad justa. La democracia se ha convertido en una herramienta más de la clase dominante que además legitima todas sus acciones mientras los cómplices pasivos de su accionar se quedan en sus casas durmiendo, viendo fútbol, burlándose de “la gente que vota” o qué se yo.

Ahora percibo mi exilio como una necesidad, como una plataforma de acción política que debo explotar con un impacto desconocido pero cierto. Este nuevo blog no busca convocar sólo opinión, sino también acción. El bosque se ve más claro desde afuera y las guerras no se planean sobre el terreno sino sobre los mapas. Mi apuesta en este blog es sentar una posición política estructurada, formada con quienes quieran intervenir para ponerle seriedad al cambio, que me den su aporte desde mi país y desde otros puntos del planeta. Los resultados en los que confiábamos iban a ser más esperanzadores, pero no fue así. Ahora se tiñe de nuevo un panorama de gris plomizo, con una nueva mafia en un renovado poder.

Acá, prescindiré del estilo. Acá trataré de ser más claro y directo. La literatura se quedará en Calma, quietud y tribulación para permitirle a este espacio una interacción más clara en función política, en buscar alternativas de acción, de generar una revolución de ideas que se pueda materializar en una revolución real que nos permita recuperar al país de las garras de las élites que no lo quieren soltar.

Sí, este es un espacio subversivo y revolucionario, abierto a las ideas de cambio con un fin específico. Construir una estrategia de acción que nos permita recuperar el país de las mafias, los mafiosos, los pícaros y sus picardías. No se considera la violencia como una alternativa pero sí la radicalidad de las ideas y su ejecución.

Acá no son bienvenidas las FARC ni sus acciones. Acá no es bienvenido Chávez y su injerencia indebida sumada a su megalomanía demencial. Acá no es bienvenido quien acepte la muerte de otro colombiano como algo legítimo para alcanzar el poder. Acá espero ansioso a este grupo de compatriotas descubierto por todo el mundo y en mi propio país, dispuestos a lograr un cambio hacia la ciudadanía y la convivencia pacífica. Pero espero ideas innovadoras, agresivas, creativas para lograr recuperar lo que es nuestro. La justicia social y la equidad no sólo son derechos. Es obligatorio procurarlas. El compromiso, así fuere solitario entre mí y mis escritos, será el de recuperar la democracia para el pueblo. Esta es una ventanita subversiva porque va en contra de un régimen corrupto, pero a la vez constructiva porque le quiere devolver ese régimen más que a la legalidad, a la ética, porque es claro que muchas leyes son sólo herramientas del poder para afianzarse a sí mismo.

Esta es una entrada improvisada de tres de la madrugada que sirve de apertura a una lucha perenne, persistente, consistente, denodada y que no tiene fecha de vencimiento. Terminará cuando las élites corruptas dejen de utilizar las herramientas de la democracia para su propio beneficio, cuando el Estado represente los intereses de la sociedad y cuando el ciudadano cobre más valor social que el mafioso. Ese día, habremos cumplido. Entonces bienvenidos y bienvenidas. El camino será largo y tortuoso, pero los resultados seguramente irán marcando una ruta de satisfacción inmensa. Gracias por estar ahí… así este mensaje se quede para mí sólo. Todo bien. Acá está quien quiera estar y se puede ir quien disponga que es lo correcto. La libertad está en hacer. Y este es mi pequeño aporte.

jueves, 27 de mayo de 2010

Algunas veces...


Algunas veces, cuando creo desfallecer y el paisaje se me torna sombrío a pesar de los faros encendidos, trato de imaginar versos en mi mente que logren destilar un trocito de poesía. Quizás, porque de niño leí la poesía de Miguel Hernández y algunas melancolías de Benedetti, se me quedó clavada la sensación de que la poesía y la tristeza son dos hermanas siamesas unidas por el corazón, que a pesar de la adversidad, se mantienen vivas en su relación simbiótica, y sin quererlo, me dan vida a mí.

Imagino las palabras y las rimas y me doy cuenta de que no siempre las palabras que riman son las que queremos expresar. Entonces, prefiero divagar y prescindir de la rima, dejar que simplemente mis dedos bailen en el teclado haciendo piruetas incoherentes que le den sosiego a mi espíritu brioso. Dejo venir en cascada la añoranza, el anhelo, la nostalgia y todas esas imágenes que exacerban mis entrañas para recordarme que ser humano es la primera condición para que el sufrimiento se ensañe con uno.

Elaboro mi vida una y mil veces en mi mente, dejo fluir las culpas y los remordimientos como una bola que rebota contra las paredes internas de mi piel, asegurándome la atención de todos mis nervios sensibles. El corazón se cubre la cabeza ante tanto garrotazo y la mente mira para otro lado sin querer protegerlo. El alma baila embriagada mientras los recuerdos disparan en revolución sus arengas reclamando ese espacio que tantas veces les cohíbo para no sentirme así, desolado.

Entonces, me encuentro sólo, con este papel desafiante que me pregunta si por fin podré hacer rimar amor con dolor. Le respondo que esa rima ya me tiene aburrido, porque usualmente las alterno con otra rima disonante. Me pregunta por más rimas y versos y sólo le digo que para mí la poesía es prosa que me acosa en fuego efervescente de palabras que no me salen porque no terminan igual. Qué hago si no me riman el desespero, la distancia, la añoranza, el amor furtivo, el amor perdido, el error, la equivocación, el daño, el dolor, la soledad… nada de eso me rima con bohemia y vino.

El papel se burla y yo lo ignoro. El pasado huye y yo lo añoro. Dejo que la brisa fría del otoño juegue con mi pelo en el balcón de un quinto piso porteño. Entono con voz suavecita esa canción de Silvio Rodríguez: “imagínate, que desde muy niño, te llevaba flores, te daba mi abrigo, imagínate, que soy el amigo, de tu mismo grado, que lleva tus libros…” y recuerdo ese pantalón corto de la primaria, ese ariecito fresco de la mañana en Bogotá esperando el bus en la otra acera de la de esa niña a la que nunca le hablé.

Me es imposible evitar un suspiro profundo, profundísimo, mirar al cielo despejado pero sin las estrellas ya opacadas por las luces de Buenos Aires y exhalar al cosmos mi vaho humedecido por la escarcha de los años. Me siento tan trascendente para la sublimidad de mis cuitas y tan insignificante para las calles de esta ciudad porteña. Mis cuitas no pueden vivir sin mí. Pero estas calles… estas calles ni siquiera notan mi presencia en la ausencia o la multitud. Allí, soy un alma en pena vestida de ocre.

Cuando me doy un respiro sereno me ataca la melodía de Pablo Milanés: “Sábado al fin, terminé de estudiar te propongo un hermoso plan, que no dejes sin repasar, las canciones, el baile, comer algo en la calle y después por supuesto amar”… tarareo otra parte que no me sé, y continúo “Sacrifiqué la canción del final, con la idea de conseguir, que ella al salir disfrutara un lugar y una pizza para seguir”. Y sigo tarareando el resto que no me sé y descubro que de las canciones sólo guardo su melancolía.

Algunas veces, cuando creo desfallecer, cuando la piel se me pone al revés y hasta la brisa me duele, algunas veces, cuando no procuro parar el mal del sufrimiento y lo dejo atacar sin piedad ni consideración, algunas veces, cuando salgo al balcón para recordar que la amargura me ha sorprendido a las tres de la madrugada congestionado por las lágrimas, los mocos y el sudor, recuerdo que está este maldito papel en blanco que me reta y se burla. Pero siempre, al final, deja que lágrimas, mocos y sudor, reposen en su regazo… para siempre.


FIN.

lunes, 24 de mayo de 2010

Por qué no voto por Juan Manuel Santos

Aunque parezca producto de la mente de un JJ Rendón verde, que no lo soy, y que no tengo el poder para serlo como párvulo refugiado en un blogcito de difusión gratuita y restringida, si voy a decir abiertamente por qué no me gusta la figura de Juan Manuel Santos para que sea presidente de Colombia. Trataré de hacerlo de una forma objetiva y desapasionada, aunque sé que no lo voy a lograr porque es que de verdad el tipo me cae mal. Evitaré apelativos como “Chuky”, “Grinch”, “Santo Positivo” o cualquiera que ataque la desagradable apariencia física de este ser… do.

Voy a empezar por el final: A mi no me gusta la gente que se alegra con la muerte de otro ser humano. No voy a negar que sentí alivio cuando dieron de baja a Raúl Reyes. Porque ese era otro que se alegraba con la muerte. Y aplaudí al Gobierno por el operativo, porque sé que consultándole a Correa todavía andaríamos detrás de él para pedirle el favor de que por lo menos le sacara la lengua en territorio ecuatoriano. Y él no lo hubiese hecho. Me molesta es toda la política generada alrededor de los estímulos para dar caramelos por muertos y el desprecio tan grande por la vida que este estúpido experimento suscitó.

Los grandes demócratas de la historia, han visto a la muerte del enemigo como un mal necesario en la procura de fines superiores de la sociedad. Pero un mal. Y el grueso de los muertos en nuestra guerra no son como Raúl Reyes. Son unos muchachitos sacados de sus casas a la fuerza cuando no han dejado de ser niños, bajo presión y en contra de su voluntad que les dan un fusil a las malas y les ordenan matar so pena de su propia muerte o la de sus familias. Creo que el merito real de un demócrata está en sacar a estos jóvenes de la guerra vivos, no muertos. No mostrando cómo aparecen sus botas ensangrentadas saliendo de unas bolsas negras horribles mientras todos los que están vivos se abrazan jubilosos como si esto fuera una cacería de bestias. No, ese país no me gusta, y el estratega que lo pinta así, tampoco.

No comparto el ideal guerrillero, o mejor, su falta de ideales. Mucho menos comparto su forma de proceder y de torturar a todo un país secuestrando, matando, extorsionando, y todas las porquerías que hacen. Son despreciables como se les mire. Pero la brutalidad no se puede atacar con brutalidad. La brutalidad se ataca con inteligencia, y a todas luces, Santos no es un tipo inteligente. Es instruido, educado y tiene más cartones que la casa de Lupe, una desplazada que vive en “el paraíso” arriba de lucero alto. Pero no es inteligente. Un tipo inteligente daría incentivos por pacificar, no por matar.

Matar es fácil, más si se tiene un fusil para hacerlo. Pacificar requiere de más sesos. Qué tal si a un comandante de división se le dan estímulos por reducir los combates en su zona, por cartas de gratitud de la comunidad que protege, por actividades que le procuren cariño y no miedo. Qué tal si se incentivara al Coronel que sea capaz de disuadir a un grupo de muchachos guerrilleros para que se desmovilicen y sean productivos en el bando de la legalidad. Qué tal si los muertos fueran la última opción y no la primera. Sencillo, habría menos muertos y más vivos. Pero si a un general le dan caramelos, medallas, vacaciones, viajes y prestigio a cambio de muertos, muertos se tienen. Porque si uno corrompe la cabeza de ahí para abajo todo se corrompe. El General premia al Coronel, el Coronel al Capitán, el Capitán al Sargento, el Sargento al Cabo, el Cabo al soldado y ya… muertos elevados a la potencia “n” tenemos.

¿Y si no podemos matar guerrilleros? Fácil, nos inventamos guerrilleros. Cogemos al hijo de la señora Lupe que es medio tránsfuga, le ofrecemos un puesto en Ocaña, lo emborrachamos y lo matamos. Vamos a donde mi General, él nos da un fin de semana de permiso y una platica y mi General queda bien con mi Ministro de Defensa ¿Y doña Lupe? Doña Lupe no importa, para eso tiene hartos hijos y le damos platica de “Familias en Acción” por seguir preñándose irresponsablemente ¿Y el Ministro que diseñó todo esto? El Ministro ahora es candidato presidencial con grandes posibilidades de ganar y no le ha dado nunca la cara a doña Lupe así doña Lupe lo busque para que le de una explicación. Aparte de que no le da la cara, le manda a decir con su señora esposa, que si no vota por él, le quita el subsidio de Familias en Acción.

Y doña Lupe sólo piensa: “me tocará votar por el Santos porque o si no me quedo sin el “suicidio” de Familias en Acción”. Y ya, Santos tiene hasta el voto de doña Lupe a pesar de que él diseñó la estrategia que terminó con la vida de su hijito tránsfuga, el que más quería, porque o si no, no podría mantener a sus otros 5 hijos que le dan platica con los “suicidios” de Familias en Acción. Esto si es ganar por punta y punta, pero no me vengan con que es inteligencia. Esto es astucia, hasta “picardía” es.

En cualquier país maduro esto tendría una responsabilidad política que debería asumir un personaje político. El endiosamiento de Uribe lo inhibe a él de asumir cualquier responsabilidad. Así sea evidente su responsabilidad directa, como con las interceptaciones ilegales del DAS. Pero uno por lo menos esperaría, como ciudadano, que el Ministro de la cara. No sólo no dio la cara sino que quemó a más de 10 generales y un sinnúmero de oficiales sin el debido proceso, algunos de ellos sin responsabilidad alguna y se los tiró a los leones de la opinión pública y la justicia como cualquier emperador romano en problemas. Y aún hay quien piensa que las Fuerzas Militares “lo adoran”. No, no es cierto. El resentimiento que genera Santos en los soldados honestos de la Patria detrás de bambalinas le haría casi que ingobernable el país. Un mito más desvirtuado. Esto sin contar a todos los generales de la policía que quemó injustamente para poder subir a Naranjo, escudado en otra evasiva de su responsabilidad cuando se empezaban a destapar las “chuzadas”.

Otra cosa que no me gusta de Juan Manuel Santos es su “camaleonismo político”. A simple vista se nota que no es un tipo de estructura y principios. Es un político ávido de poder. Ha servido a dios y al diablo con tal de no perder vigencia.

Made in USA, privilegiado de los pocos que podían estudiar fuera en los 60´s, no regresó de Harvard a Colombia. Mejor se fue para Londres a representar a los cafeteros colombianos cuando en la vida había visto un palo de café. Quizás acá esté aflorando mi resentimiento social de lumpen. Entonces no diré más al respecto.

En todo caso llegó a Colombia a principios de los 80’s para hacer una carrera periodística corta en la que admiró profundamente a Antanas Mockus, para luego meterse de cabeza en la política desde la que despreció y ha despreciado a Antanas Mockus por no ser un político tradicional y que más bien le parecía un payaso simpático.

Fue Ministro de Gaviria, de un Ministerio sospechosamente creado para él. Fue el primer Ministro de Comercio Exterior. La apertura económica de Gaviria dejó a mi tío que fabricaba camisas en Pereira en la absoluta quiebra y sin ningún respaldo del Estado. Quizás acá también esté brincando mi resentido de lumpen. Después, Santos pasó al partido liberal de codirector, esperando para dar el zarpazo durante el Gobierno de Samper. Ante la ingobernabilidad de éste, que se vendió a los narcos para ser Presidente, dicen, no me consta, que le quería hacer el cajón al bojote junto con unos militares y otros paramilitares para tumbarlo. Qué lindo. El mismo Samper lo dice y las mentiras entre mentirosos resultan creíbles.

Como no pudo dar el zarpazo por la resistencia del serpazo, prefirió ser precandidato. Pero como tenía más fuerza un Topolino modelo 70 sin reparar, prefirió desistir para seguir viendo a qué árbol se arrimaba. Ganó Pastrana la presidencia en el 98 y lambió y lambió y lambió y lagartió y lagartió y lagartió hasta que por presión política Pastrana lo nombró Ministro de Hacienda en el 2000. De él sólo recuerdo el impuesto del 2 por mil en las transacciones bancarias que ahora es 4 por mil para superar una crisis de los bancos. Ahora, que los bancos están bien, yo no veo que me devuelvan esa platica por las utilidades monstruosas que presentan. Y el impuesto sigue.

Después, Uribe… y me da pereza contar qué pasó. Además todos lo vimos en vivo y en directo. La carrera política de Santos se resume así: Con Gaviria se volvió gavirista, con Samper se volvió oportunista, con Pastrana se volvió pastranista y con Uribe se volvió uribista. Ahora sólo es Santos y como no es nada de lo anterior, sólo es un político vacío de contenido y lleno de soberbia acumulada en estos 20 años.

Juan Manuel Santos es el típico camaleón político que se para encima de la cabeza de sus amigos y enemigos para obtener el poder. Es producto de unos medios que él controla o que controla su papi o su primis o su tío. Es el típico representante de una élite recalcitrante que nos ha tenido del cuello durante los últimos 200 años. Es el típico representante del maquiavelismo que avala que el fin justifica los medios. Y el fin es su poder al que ama con absoluta pasión, pero por el poder mismo, por nadie más. Por el gusto de sentirse poderoso. Y el poder lo siente dirigiendo tropas al combate, que le lleven en canastos la cabeza de sus enemigos y jugando al Mariscal mientras gana guerras que se inventa.

No me gusta Santos porque es la representación de la continuidad, lo que asume con cinismo. Del Úberrimo a El Tiempo todas son granjas y todos somos peones. Son capataces que nos dicen cuáles son los principios que debemos respetar así ellos mismos se los pasen por la faja cada vez que se les da la gana. Son patrones, pero no son líderes. Son mandoncitos, pero no saben mandar. Son arrogantes y les gusta sentirse así. Me refiero a Santos y a su estirpe de guerreros fabricados en Harvard, Oxford e intermedias.

Y por último, lo que no me gusta de Santos son los santistas. Pero no los que votan coaccionados porque les van a quitar el “suicidio” de “familias en acción”, esos me dan pesar. Me refiero a los santistas de pura sepa.

Vi un letrero en el Facebook de una compañera de la universidad que encaja dentro del perfil santista o como yo me imagino el estereotipo así: “ESTAMOS ELIGIENDO PRESIDENTE COMO SI FUERA LA MUCHACHA DEL SERVICIO: no sabe hablar, no sabe cocinar, no sabe lavar, no sabe planchar, pero es honrada!!!” con el consabido “ja,ja,ja,ja” subsecuente.

Me imagino a las señora de Urrea, de Urrutia, de Heinz, de Pombo, de Santamaría, de Ladrón de Guevara, de Santos y todos aquellas “de” que evitan mezclarse con el genoma chibchoide, muertas de la risa de esta “ocurrencia, ala”, mientras la pobre Lupe escuchaba lavando platos en la cocina, rezando para que no le fueran a quitar el “suicidio” de Familias en Acción. El juego de bridge en la que a la más “pila” de todas se le ocurrió eso, debió ser inolvidable.

Y así son la mayoría de santistas o por lo menos sus argumentos. Flojitos, agresivos, clasistas, peyorativos, pero sin fondo o consistencia. Que hay que acabar a esa “plaga”, pero uno no sabe si se refieren a la guerrilla o a los pobres. Que Mockus es como Chávez porque, porque, porque… no sé por qué… nunca lo explican. Que porque Mockus admira a Chávez. Prefiero a alguien que sepa tramar y amansar al mandril ese, que alguien que lo rete a pelear como varones o que le de en la cara marica. Que Santos representa la continuidad de Uribe, pero va uno a ver y los uribistas con ideales claros están o con Vargas Lleras o con Mockus. Los seguidores de Santos son esas elites genuinas o de levantados o “clase emergente” que llaman, que para entrar al club les piden el carnet del Partido de la U. Y a mi eso tampoco me gusta.

Si, lo confieso, no pude ser objetivo y mucho menos imparcial. Me cae mal Santos y lo que representa. Asumo los insultos, improperios, amenazas y hasta que me den en la cara maricas por pensar como pienso. Pero no me lo puedo guardar y menos aguantar. Menos ahora que el diario de mayor difusión en el país, El Tiempo, le está haciendo campaña en contra de cualquier criterio periodístico o informativo. Como yo no soy periodista, pienso y estoy en mi blog, gratuito y restringido, lo digo con claridad. No voto por Santos por nada, ni por los 40 mil que me dan si me agarro a escribir en la red ni porque venga hasta acá a ofrecerme Familias en Acción. No, gracias pero no. Comprendo a doña Lupe y que le toque hacerlo, pero sé que somos más los que no “tenemos” que hacerlo, entonces, YO, no voto por Santos. Me mamé de las picardías, los pícaros y los picarones y tengo resentimiento de lumpen. No y no. No voto por Santos.

lunes, 10 de mayo de 2010

No le pegues a tu hijo


Esto pasó en agosto de 1998. Y esta catarsis sólo la puedo procesar hoy, casi 12 años después. Quizás sea un drama menor. Pero en mi alma se ha enquistado como una tragedia mayor. Un padre primerizo actuando como una madre primeriza.

Inexperiencia total. Múltiples ocasiones de poner un pañal mal puesto, lo que se hacía evidente en la carita de un bebé incómodo, un hedor fatal y una masa acuosa y marrón escurriéndole por la pantorrilla. Decidí enseñarle a “controlar los esfínteres” a mi hijo que apenas sobrepasaba los dos años ¿Y cómo se enseña eso? No lo sé… nunca aprendí a enseñarlo.

Pacientemente le expliqué que si tenía “pipí o popó” me debería avisar diciendo sólo esas palabras mágicas. De esa manera, yo lo llevaría presuroso a la bacinilla que habría llegado al baño después de algún “baby shower” y no necesitaríamos más pañales. Ahorraríamos en dinero y él ya iría aprendiendo a ser un “individuo”. Él sólo repetía divertido las palabras “pipí y popó” y sonreía, pero sólo era porque le parecía gracioso, no porque hubiese aprendido la lección. Seguía en su juego y su mundo con el carrito, el muñeco o cualquier cosa que hubiese por ahí. Un niño disfruta con la misma avidez un robot de última generación, el más costoso, que un pedazo de trapo. Usualmente siempre disfrutan más el pedazo de trapo. Hacen de él todo lo que quieren que sea: Una capa, una cobija, un avioncito, un mantel, un gusano… mientras que el robot nunca deja de ser un aburrido robot. Lo dejé jugando y me fui a lavar algunos platos. Mientras escuchaba el agua correr, desde la habitación Nicolás me gritaba “¡Popóoooooooooooooooooo!” corrí para comprobar la genialidad de mi hijo. Todos creemos que nuestros hijos son geniales, o por lo menos, más inteligentes que nosotros. Cuando llegué para verlo, efectivamente, popó. Se escurría entre el pañal y su entrepierna. Lo tomé con el asco del caso y lo limpié. Lo dejé en pelota un rato y le expliqué pacientemente que las palabras “pipí o popó” las debería pronunciar antes y no después del reguero. Me miraba atento. Cuando yo decía pipí o popó, él se reía.

Seguí haciendo algunas cosas domésticas y él se quedó dormido en nuestra cama, la que compartía con mi esposa que ya no es mi esposa desde hace nueve años. Oí que se despertó porque siempre hacía un sonido gutural particular. Como si se rascara la garganta por dentro. Lo dejé que se desperezara y gritó ahora “pipíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii” corrí a su lado, como estaba enpelotica, pensé que había mojado la cama. Tragedia. No, misteriosamente no se había hecho pipí. Corrí con él a la bacinilla y lo puse en frente. Orinó la pared, el piso y luego dejó caer una mínima parte en la bacinilla. Lo abracé, lo levanté y sentí una gloria inmarcesible y un júbilo inmortal. Mi hijo era un genio que había asimilado las instrucciones a la perfección. No más pañales y quizás estaba descubriendo un futuro icono de la cultura latinoamericana que aprendió a controlar sus esfínteres con poco más de dos años.

Ya creía que las instrucciones estaban bien asimiladas y que el pañal sobraba.

Mi esposa (ex esposa hoy), llegó a eso de las siete de la noche del trabajo. Con orgullo le conté lo que había logrado en nuestro futuro Bolívar, San Martín, García Márquez o que se yo, tanto genio latino. Ella sonrío, se sirvió alguna cosa maluca que yo había preparado tratando de mezclar arroz con huevo y alguna verdura para no ser tan básico en la cocina que sólo probó. Me preguntó si yo había pagado el recibo de alguna cosa que se me olvidó y discutimos. Siempre se me olvidó todo. Mi memoria es como la memoria de las calculadoras viejas. Si la reseteaste, cagaste, nunca más te vuelve la operación. Y yo vivía reseteado. Como diría el gran filósofo de la cultura grecochibcha, Andrés López, los hombres sólo podemos hacer una cosa a la vez. Y si yo cambiaba pañales, no pagaba recibos.

Ella sabía que entonces le correspondería ahora ir a un Cade y hacer una fila infernal para enmendar mi tonto error. De la discusión pasamos a la pelea. Nicolás jugaba y paró para mirar la gritería. Ella lo notó, bajó la voz, lo alzó, le dio un beso y todo volvió a la normalidad. Relativa. Pero con el rabillo del ojo me disparaba con esa desaprobación femenina con la que uno prefiere de verdad mejor un pellizco en las pelotas. Mejor ese dolor intenso sin atenuantes pero sin ese girito socarrón de cabeza, mirada china tipo Kill Bill y posición de boca que dice sin decir: Eres taaaaaan inútil.

Yo quedé herido en mi ego de macho no sólo por ser la dama de la relación, sino porque además lo estaba haciendo mal. Sentí devaluado mi gran logro del día de haber conseguido que un bebé controlara los esfínteres cuando sabía que muchos habían desfallecido en el intento. Ella se fue a donde los vecinos para distensionar el ambiente y para conversar algunas cosas con ellos. Apenas salió, Nicolás sentado en el suelo dijo “Pipí”. Corrí con él a la bacinilla, le bajé los pantaloncitos y otra vez, mojó todo menos la bacinilla pero igual, lo había hecho de nuevo. No había sido una casualidad, era un hecho, había logrado que Nicolás en menos de un día controlara sus esfínteres como todo un individuo. Y ella no estaba para verlo. Me frustré. Pensé que quizás si lo hubiese visto mi merito podría haber hecho menos tonta mi omisión del recibo. Pero no, no estaba ya.

Acosté a Nicolás y se quedó profundo. Lo contemplé y admiré su precoz capacidad. Me extrañé porque nunca le fomenté la estimulación temprana. Sólo lo dejaba ser. La estimulación temprana que tiene a los fetos escuchando a Mozart sin saber siquiera si les gusta. Cuando es el parto ya nacen a lo Phelps, en el agua, salen nadando con gorrito y gafas y batiendo el record mundial. Yo siempre me negué a someter a mi hijo a ese suplicio de tener que ganar todo sin saber para qué se gana. Es la era de los bebés triunfadores que ya no dicen “gugú, tata” sino “down jones y wall street”. Por eso, por su crianza campirana, admiré su valioso avance al controlar los esfínteres sin que Mozart hubiese intervenido en el proceso.

Me recosté y me quedé dormido al rato de Nicolás a eso de las nueve de la noche. A las once me desperté y me di cuenta de que mi esposa (ex hoy) no estaba a mi lado. Di una vuelta por la casa y tampoco estaba. Me exasperé. Me senté y vi una caja de cigarrillos. Yo no fumaba (ni fumo) pero decidí prender un cigarrillo mientras tarareaba “fumando espero, al hombre que yo quiero…” y me reí con esa risa lacónica que ama y odia. Yo era la dama de la relación y me imaginaba buscando el molinillo en la cocina para hacer el reclamo cuando llegara él, es decir, ella, en fin. Entró a la casa sin hacer ruido y sólo me delataba el cigarro encendido. Me dijo “¿Qué haces despierto?”. Respiré profundo, profundísimo y respondí “esperándote”. Algo me dijo, no recuerdo qué y siguió a la habitación. Yo seguí fumando intrigado por qué ella no me había preguntado qué hacía yo fumando si yo no fumaba. No me lo preguntó nunca. Entré a la habitación y ella ya estaba bajo las cobijas, empijamada y durmiendo. Quise despertarla para… para… para… no sé para qué… para nada, porque nada había ya qué decir.

Nicolás durmió casi toda la noche, a las 5 de la mañana se despertó y yo le di el tetero. Se lo tomó y durmió otro ratico. Mi esposa (ex hoy) se levantó a las 6, se baño a mil, se tomó un jugo, besó a Nicolás y lo consintió un rato y me dio un pico en la boca de afán… y se fue. Quedé maluco. No sé, quería decirle algo que no le dije, no sé si bueno o malo. En la salida recogió el recibo de la mesa, giró su cabeza como diciendo “no” y se fue. Yo quedé sentado, rayado, viendo a Nicolás entre dormido y despierto con el chupo entre los dientes. Ese día tenía que llevarlo al jardín nuevo que le habíamos conseguido para que yo pudiera ir sin tanto contratiempo a la Universidad. Le preparé el desayuno, lo bañé y se hizo pipí en la ducha. Siempre lo hacía y no pasaba nada… le parecía divertido como el agua de él se mezclaba con el agua de la ducha. Lo vestí, y convencido de que no era necesario, no le puse el pañal. Saqué unos calzoncillitos de otro “baby shower” y se los puse. Encima, la mejor pinta. Pantalón nuevo, zapatos lindos, camisita de grande. Todo un dandy.

Fui a hacer el desayuno mío y gritó: “Popóooooooooooo”. Corrí para llevarlo a la bacinilla. La prueba del popó aún faltaba. El popó asomaba por la pantorrilla. Súbitamente, yo, me convertí en la persona que más he odiado en mi vida. Lo miré y lo levanté con asco e ira y le di la vuelta ¡Pam! Una palmada en la cola que sólo aplastó más lo que ya era una desgracia. No lloró, sólo me miró sorprendido ¡Pam! Otra palmada más dura. Abrió sus ojitos y sólo sollozó. ¡Pam! Más duro, cerró sus ojitos y dos lágrimitas escurrieron. Aún no dejaba escapar el llanto. Lo tiré en la cama y le quité el pantalón de un solo jalón. La camisa, los zapaticos, todo sin misericordia y con una agresividad corrosiva. Él me miraba sin comprender qué estaba pasando. Lo llevé a la ducha para bañarlo. Por equivocación abrí el agua fría y no la caliente. Pero mi perversidad sin límites convirtió una equivocación en una tortura miserable. Lo dejé bajo el chorro de agua fría y él instintivamente trató de correr. Lo impedí y me cercioré de que el chorro le diera en la cola para que lo limpiara, pero en un acto que ni Lucifer hubiera disfrutado. Él empezó a llorar profusamente y el llanto era interrumpido por el suspiro entrecortado que provoca el agua fría, más si es en tierra fría. Estamos hablando de las parcelas de Cota, plena sábana de Bogotá a 2600 metros de altura de trópico a las siete de la mañana. El frío es simplemente recalcitrante. Lloraba más duro y ¡Pam! Otra palmada acompañada de un regaño: “¡Eso es para que aprenda que el popó se hace en la bacinilla!” mientras mis dientes de arriba chasqueaban contra los dientes de abajo y me hacía tan belfo y monstruoso que sólo mi cara le daba más terror que mis palmadas.

Otra ¡Pam! ¡Pam! ¡Pam!... no sé cuántas palmadas le dí, hasta que una voz, casi divina, casi celestial, me gritó con ofuscación: “Felipe, ya, ya, ya no más salvaje, lo quiere matar o qué imbécil”. Era mi hermana, que por alguna razón, que sólo Dios hoy sabe y yo agradezco, entró en mi casa a pedirme algo que nunca supe qué era. La miré y le dije: “¿Usted quién es para cuestionar lo que yo hago con mi hijo, acaso yo le digo qué hacer con sus hijos?”. Pensé que la iba a disuadir. Vi que se creció 20 centímetros, se robusteció como un luchador y me reviró: “No es sólo es su hijo, es un bebé y antes de que usted le de otra palmada yo me hago matar”, mientras cerraba la llave del agua fría, la única que estaba abierta. Tomó a Nicolás que aún sollozaba con esos sollozos profundos que uno siente que rompen el alma y lo envolvió en una toalla. Se lo llevó a la cama, lo metió en una cobija y lo abrazó. Yo los miraba y sentía como si mi alma estuviese volviendo al cuerpo. Mi alma que me había abandonado mientras el diablo que me invadió golpeaba a lo que yo más amaba.

Me senté en el suelo y me tomé la boca, luego la cabeza y enredé mis dedos en el pelo. Empecé a llorar sin poderme contener y gritaba como un loco: “perdón, perdón, perdón, hijo, perdón…”. Mi hermana me dijo: “Quédese acá ahora vuelvo”, y salió con Nicolás y con la ropa que le iba a poner. Me quedé allí, en el suelo, miré el techo, llamé a Dios y le pregunté qué me había pasado.

Mi hermana volvió como a la hora. Cargaba a Nicolás que se había dormido. Me lo dejó en los brazos, me miró, me hizo un gesto de desaprobación, y se fue. Yo lo llevé a la cuna y lo dejé ahí, tendidito. Me quedé contemplándolo y vi cómo tenía un bultico en la cola. Mi hermana le había puesto un pañal. No era capaz de tocarlo ni para acariciarlo. Al rato se despertó y me miró. Su mirada no era la misma. Seguía extrañado, sorprendido, decepcionado. Traté de alzarlo pero no me estiró los brazos como siempre. Sólo se dejó levantar sin quitarme la mirada de los ojos como si quisiera comprobar si era yo o el diablo que me había poseído. Lo abracé y él seguía con sus bracitos inertes, inexpresivos, yertos. Lo dejé en el tapete y le busqué los juguetes. Él tomaba todo con temor con desconfianza, con extrañeza, como si nada fuera lo mismo.

Traté de hablarle. Mientras estaba sentado en el suelo me senté a su lado y le pedí perdón. No sabía si entendía mis palabras, pero hablé pausado, calmado y traté de explicarle lo inexplicable. Él me seguía mirando aterrado pero ya no aterrorizado. Cuando terminé de hablarle él se quedó mirando un carrito y trató de simular que jugaba. Le di el tetero y me lo recibió en la mano, como nunca lo hacía, siempre esperaba que yo se lo pusiera en la boquita. Se lo tomó lento y me seguía mirando.

Yo, me recosté a ver la televisión y me quedé dormido en la cama. Él, estaba en el tapete, en el suelo, jugando con un carrito que casi no movía. Profundo, soñé con él, con su sonrisa, con la cara divertida que ponía cuando le decía “pipí y popó”, en su carita emocionada cuando lo levanté la primera vez que hizo pipí en la bacinilla. Soñé con él todo el tiempo. Desperté y sentí una presión en mi pecho, en mi brazo izquierdo. Pensé que era el remordimiento, la culpa. Pero no. Gracias a Dios no era eso. Era él, Nicolás, que se me había recostado en el pecho mientras yo dormía y se había quedado dormido encima. Lo miré impávido. Lo acomodé mejor en la cuna de mi hombro. Lo abracé con el otro brazo. Y sin hacer ruido, lloré… lloré… lloré y lloré… no sé cuánto tiempo lloré mientras le sobaba la cabecita y le daba gracias a Dios y a mi hermana por haberme detenido. Abrió sus ojitos y sequé los míos. Sonrió y le sonreí. Entendí que en su infinita ternura me había perdonado aunque siguiera sin comprender por qué hice lo que hice.

Se bajó de la cama y me miró con miedo de nuevo. Su pañal estaba inflado. Con calma le cambié el pañal, con tanta suavidad que no sintiera que mi infamia se pudiese repetir. Le cambié el pañal esa vez y todas las demás que fue necesario. Nunca más le parecieron divertidas las palabras “pipí o popó”. Nunca más las volvió a decir y con el tiempo él mismo fue sólo hasta la bacinilla a hacer pipí o popó.

No recuerdo la edad exacta en la que mi hijo aprendió a controlar los esfínteres, pero si recuerdo con claridad el instante en el que cometí la peor cagada de mi vida.