La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

lunes, 13 de febrero de 2012

El mundo de los egos


Intenté mil veces escribir una nueva historia, como muchas otras que ya he escrito, en la que YO sea el héroe. Algunas veces he disfrazado mi heroísmo de falsa modestia con algunas líneas que contextualizan sutilmente mi torpeza. Pero hasta mi torpeza resulta ser grandiosa al final. De antemano, sé que este escrito resultará odioso. Y es odioso porque a nosotros no nos gusta el heroísmo de los demás si es real. Nos encanta Superman, Batman, Acuaman, Flash, Linterna Verde y todos esos personajes que nunca podremos ser. Y que nadie más podrá ser. La promoción del heroísmo propio es tachado por los demás como falta de humildad. Así sea obtenido con sobrados méritos.

Aún me retumban en los oídos las palabras de Cristiano Ronaldo (el futbolista, porque habrá alguno más que no lo conozca nadie), que ante la pregunta de un periodista sobre lo que sentía después de un partido en el que fue ampliamente chiflado por el público, sólo atinó a responder en un agrandado español producto de un nativo y agrandado portugués: "Me chiflan porque soy guapo, rico y buen yugador" (sic). ¿Es mentiroso? No. ¿Es insoportablemente arrogante? Sí. Y quizás estas palabras tan poco consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente le hayan quitado algo de popularidad, hayan perjudicado su de por sí agotada imagen y hayan repercutido en el amor generalizado que se le tiene a Lionel Messi (el futbolista, porque habrá alguno más que no lo conozca nadie) que nunca diría eso. Porque Messi es rico y buen yugador, pero no es tan guapo. Ni tan arrogante. Porque en cuanto a egos lo que se odia de uno, se ama en otro que hace lo mismo.

Es el mundo de los egos. Y para definir el ego no me voy a remitir a los conceptos científicos de Freud o Piaget. Lo haré desde mi propia óptica, la mía, la única y quizás la mejor. Definiré el ego con mi ego. No podría ser más adecuado. El ego es el envase en donde nos cabe el alma. Si tenemos un ego grande, nuestra alma tendrá espacio suficiente para desperezarse, extenderse, brincar, hincarse... en fin, tendrá espacio para moverse. Si tenemos un ego pequeñito, nuestra alma se verá incómoda, estrecha, contorsionada y dolida.

Tener el ego grande no resulta odioso de por sí. Resulta odioso en cuanto se ostenta. Y resulta odioso como todo lo que se ostenta. Podemos tener una casa grande y bonita. Y no pasa nada. Pero si nuestra casa grande y bonita es el único tema de conversación que tenemos, atiborramos a conocidos y desconocidos con las fotografías de esa casa y todas las demás casas nos parecen un asco comparadas con la nuestra, entonces nuestra casa se convierte en una aburrida e insufrible mansión del terror. Además, siempre habrá alguien que tenga una casa más grande, más bonita y mejor. Pronto ese orgullo edificado como fortaleza alrededor de nuestra casa será una ruina y ya nada será suficiente. Esa casa es uno mismo.

Deambulamos en un mundo de egos que se encuentran y se estrellan, que oprimen y se dejan oprimir, que atacan y se defienden, que adulan y se dejan adular, que compiten, que combaten, que se disfrazan y engañan, que se desnudan y seducen. Algunos casan a su ego joven con ese sofisma bien vestido llamado éxito. Ese matrimonio casi siempre se vuelve insoportable y asfixiante. Para estas personas no hay lugar del mundo al que su ego vaya si el éxito no está esperándolos. Y si el éxito se fuese, el ego pronto saldrá con otra en su borrachera de despecho, andrajosa y mal vestida, llamada frustración.

El ego es además el caleidoscopio a través del cual vemos el universo. Según lo giremos, nos dará millones de formas: grandiosas, simples, bonitas, feas, curiosas, misteriosas, confusas o claras. Tan grandes o tan pequeñas como el tamaño de nuestro ego. Y a partir de esas formas pariremos interpretaciones de eso llamado cosmos. Abrazados a nuestro ego, nos sentiremos insignificantes o majestuosos debajo de las estrellas en la noche.

En la vida, los egos de los demás llevarán a nuestro ego como las lianas en la selva sobre eso etéreo llamado gente. El ego tiene esa facultad maravillosa de hablar de la "gente" como si uno no fuera gente. El ego nos despersonaliza, nos hace superiores, mete a todos los demás mortales en un costal lleno de "gente", unos bichos todos iguales que piensan poco y hacen las cosas mal. Así pues, uno puede juzgar a la "gente" de muchas cosas: gente sucia, gente pobre, gente inculta, gente aburrida, gente abusiva, gente vaga, gente mala, gentecita... Todo lo que uno no es porque su ego no se lo permitiría. El ego crecido puede lograr que ese envase gigante en donde cabe el alma se llene de prejuicios. De basura.

El ego es nuestra cuarta dimensión. Todo tiene algo de ancho, algo de largo, algo de profundo y algo de nuestro ego. Y todo será tan ancho, tan largo y tan profundo como nuestro ego quiera. Hasta que otro ego lo debata. Hasta que otro ego nos derrote. Hasta que otro ego nos imponga su ancho, su largo y su profundo. Es decir, hasta que otro ego nos la clave.

El ego nos hace únicos. Pero ante ese inmenso proyector de los humanos que sólo hace visible a los famosos, seremos poco, seremos nadie. Nuestro heroísmo en la calle está limitado por este mito farandulero al recorrido de nuestro nombre y nuestra imagen entre los otros egos. Pero la fama en sí misma esta vacía del ego propio. Es un ego falso invadido por imaginarios colectivos. Ese no es el ego propio.

Por eso mantener el ego crecido, limpio y ordenado es importante. Por eso verse en el espejo y sentirse un héroe no es arrogante. Es necesario. La medida del amor que nos pueden dar no es más grande que la medida del amor propio. Para enfrentar un mundo lleno de egos agrandados no se puede hacer nada distinto que peinar el de uno todos los días para salir a la calle. Pasearlo con orgullo, sin miedo, sin complejos, aunque siga habiendo egos que nos quieran someter. Estamos en un mundo en el que es nuestro deber sentirnos guapos, ricos y buenos yugadores. Sin decirlo. Sin ostentarlo. Pero sintiéndolo de corazón.

Por eso me refugio en estas letras silenciosas para susurrar al espejo que YO soy el héroe de mis historias, que me llamo Andrés Felipe Giraldo López, el que nadie conoce, porque el guapo, rico y buen yugador, es Andrés Felipe Giraldo Bueno. Y le dicen: "Pipe Bueno".