La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

martes, 29 de noviembre de 2011

CARTA ABIERTA A TIMOCHENKO


Cota, Cundinamarca, noviembre 29 de 2011.

Señor

Timoleón Jímenez

Alias “Timochenko”.

Comandante de las autodenominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC – EP).

Frontera Colombo – Venezolana.


Deplorado señor:

He leído con atención la carta que usted le ha enviado al señor Presidente de la República, Juan Manuel Santos. (Lea acá la carta) En primer lugar, quiero aclararle que yo no soy seguidor del señor Presidente y que, por el contrario, me siento como uno de sus muchos contradictores. Sin embargo, comprendo que él no responda a su carta, porque como sea, él representa la legitimidad de un Gobierno y de una democracia con todo y sus defectos. Él encarna el Gobierno que han elegido las mayorías y por lo tanto respeto su investidura, aunque yo también sienta repulsión por el establecimiento que representa. Y no creo que un Estado legítimamente constituido, con todo y sus vicios y males, deba rebajarse a responder una carta tan insulsa y cínica como la que usted se ha atrevido a escribir. Por eso le respondo yo, aunque no me lea. Aunque no tenga la autoridad ni la investidura para que me escuche. Aunque sólo soy un ciudadano más, como tantos otros, que no entiende su cinismo y su crueldad, su tozudez y su desparpajo.

Yo soy de las personas que siente que en Colombia es necesaria una revolución para modificar el statu quo. De los que cree que hay que mover todas las herramientas democráticas para lograr un país más justo y equitativo. De los que piensa que las utopías son posibles con base en la solidaridad y en la identidad de clase. De los que piensa, como pensaban los revolucionarios románticos de antaño, que es posible construir un país mejor, más incluyente, menos injusto.

¿Pero sabe cuál es el principal obstáculo que los idealistas como yo encontramos Timochenko? Fíjese que no es el establecimiento que nos oprime. Fíjese que no son las élites que nos explotan. Fíjese que no es la corrupción rampante de los políticos que nos toca elegir y reelegir en todas las elecciones. Fíjese que no es la Fuerza Pública y las armas coercitivas del Estado. Contra eso nos tenemos que enfrentar sí, pero eso lo sabemos, contra eso luchamos y para eso nos formamos y nos armamos intelectualmente.

El principal obstáculo son ustedes Timochenko. La guerrilla de las Farc que usted tan soberbiamente comanda. ¿Por qué? Porque ustedes deslegitimaron la lucha revolucionaria, tiñeron de sangre los ideales de libertad e igualdad, perdieron el norte ideológico y se dedicaron a secuestrar, a robar, a extorsionar, a asesinar y a traficar. Todo en nombre de una revolución que ya nadie les cree. Y además de eso, nos estigmatizaron a nosotros que sin asesinar y sin secuestrar queremos un país más equitativo y más justo.

Ustedes lograron que todo deseo de cambio sea criminalizado. Ustedes lograron que cualquier expresión de izquierda sea mirada con temor y desconfianza. Ustedes lograron que mansamente nos pleguemos a las élites que nos oprimen porque el enemigo común de la sociedad son ustedes. Ustedes pasaron de representar a un campesinado pobre y desamparado a ser los mayores y más despiadados criminales de la historia patria.

Está bien. No son mejores los terratenientes que acaparan la tierra o los magnates empresariales que acaparan la riqueza, los monopolios y los oligopolios que tienen a más del 50% de los colombianos en la pobreza. No son mejores los malditos paramilitares que masacraron a los pocos campesinos que ustedes dejaron vivos. No son mejores las Fuerzas Militares cuando amparados en su poder atropellan al pueblo. No son mejores. Pero en ellos no teníamos ninguna esperanza. Pero en ustedes Timochenko, por allá en los años 60´s y 70´s, la sociedad entera vio una ventanita hacia la revolución, la equidad y la justicia social. Y ustedes se encargaron de ir matando esa esperanza poco a poco. Perdieron el arraigo en el pueblo y se dedicaron a delinquir como viles forajidos sólo para satisfacer sus propios intereses. Se les olvidó la gente, se les olvidaron los pobres, se les olvidó la ideología y se convirtieron en los más feroces victimarios de quienes decían defender.

¿Cuál igualdad Timochenko? Cuál igualdad si su estructura jerarquizada les da a ustedes los comandantes el vil derecho de oprimir a sus propios subalternos. Les da derecho a acostarse con las mujeres de los guerrilleros rasos como en el más odioso esquema feudal. Cuál igualdad si ustedes los comandantes duermen en camas cómodas pasando la frontera con Venezuela mientras los combatientes están echados sobre un plástico en un charco en la zona de guerra. Cuál igualdad si ustedes tienen todos los privilegios que les dan los narcodólares mientras los muchachitos que ustedes reclutan a la fuerza están con las botas rotas y comiendo lentejas todos los días. ¿Cuál igualdad Timochenko?

Y ahora ¿Qué libertad están defendiendo? ¿La de los miles de secuestrados que tienen en condiciones infrahumanas, la mayoría de ellos civiles inocentes que ni siquiera comprenden qué buscan ustedes como guerrilleros? ¿La libertad de los que ustedes llaman “prisioneros de guerra”, policías y soldados uniformados y oprimidos como ustedes a los que tratan como mercancía, que los tienen por años y años secuestrados sin la más mínima conmiseración y de los que se deshacen masacrándolos sin la más mínima consideración? ¿Esa es la libertad por la que ustedes luchan Timochenko? ¿Esos son los valores revolucionarios sobre los que se sostiene su ideología?

Qué poco tienen para ofrecerle a una sociedad como la nuestra Timochenko. Qué poco aportan y qué daño tan grande le hacen a esta sociedad de por sí jodida. Por qué no deja de escudarse detrás de un fusil y de sus cordones de seguridad para sentirse hombre, por qué no deja de esconderse entre los matorrales y viene a responderle a la sociedad como debe. Por qué no deja de mandar carticas pendejas evocando a Jesús, como si usted mismo lo fuera, cuando Jesús jamás empuñó un arma para convencer a nadie y jamás ordenó una matanza ciega para vengar su muerte como lo hace usted, y más bien afronta como un valiente, valiente de verdad, el daño que le ha hecho a esta sociedad que no lo quiere y no lo necesita.

Timochenko, por qué no comprende que los colombianos no lo apreciamos y que, por el contrario, hemos aprendido a odiarlo a usted y a todas las Farc, a pesar de que sabemos que muchos de sus miembros son muchachitos llevados a la fuerza sin saber por qué matan o por qué mueren. Por qué no deja de ser todo lo que odia y cito textualmente lo que usted dice para que se identifique: “pretender exhibirse como modelo de civilización”, “ostentar poder y mostrarse amenazante y brutal”, “sólo los ogros más malvados suelen actuar de ese modo”, “Matar salvajemente a un ser humano, con métodos notoriamente desproporcionados, para pararse sobre su cadáver y señalar a otros que les tiene reservado el mismo tratamiento”, “Sólo las mentes más enfermas y enajenadas pueden sentir alguna simpatía por Adolfo Hitler”.

Por qué no acepta Timochenko que usted es todo eso, todo lo que odia. Y si no lo cree, le tengo un dato: Nosotros los colombianos, o al menos yo, ciudadano del montón, sí lo creemos. Usted es un tipo cínico, despiadado, cruel y tremendamente loco si no se está dando cuenta de que usted es todo lo que odia.

Todos nos tenemos que morir Timochenko, todos. Y eso lo sabemos. Pero nosotros los colombianos nos queremos morir después de ver crecer a nuestros hijos y cargar a nuestros nietos. No amarrados a un palo en lo profundo de la selva secuestrados. No por una bomba miserable que no discrimina a quién asesina. No por no pagarle la extorsión para que usted mantenga sus vicios y sus bajezas más mundanas. No por atrevernos a decirle que su revolución es un asco y que usted como revolucionario es un fiasco. No queremos morir por eso Timochenko. Queremos morir como se muere en los lugares en donde hay justicia y paz. De viejos o de enfermos. O porque nos estrellamos en el carrito que con esfuerzo compramos sin que ustedes nos lo roben.

Así que, Timochenko, si sigue en su empeño de declararle la guerra a toda la sociedad, porque ya no está luchando contra un establecimiento opresivo y corrupto sino contra toda una Nación llamada Colombia, le sugiero que le cambie la sigla a su movimiento, lo que quiera que sea. Entienda que ya no son Fuerzas, porque las Fuerzas necesitan respaldo y ustedes no lo tienen. Por lo menos no de este lado de la frontera. No son Revolucionarias porque nadie más que usted y sus colegas comandantes, son los que más profundo e irreparable daño le han hecho a la revolución. La han deslegitimado. No son de Colombia porque en Colombia nadie los quiere y ocupan un espacio geográfico acá por terquedad y sometimiento, en contra del deseo de la población, de quienes en realidad merecemos llamarnos colombianos. Y muchísimo menos son el “Ejército del Pueblo”, porque el pueblo no tiene ejércitos y porque ustedes no han hecho sino maltratar a ese pueblo sometiéndolos a eternas zozobras y tristezas. Quédense sólo con la A de armadas, arrogantes, anacrónicas, altaneras, abigeas, anquilosadas, arpías y asesinas. Solo les queda la A de agonizantes. Y es mejor que deje morir a las Farc si usted quiere vivir Timochenko. Porque todos tenemos que morir Timochenko, pero nosotros no tenemos por qué aguantarnos que usted nos siga matando. No más Timochenko. Así no más. Suelte las armas y respóndale a la sociedad. O respóndame a mí si quiere. Pero le digo con convicción que yo ya no le tengo miedo. Ni respeto. Ni nada. Sólo desprecio y un inmenso pesar. Es lo que usted se ha ganado. Es lo que merece.

Entreguen las armas y devuélvanos la revolución Timochenko. Nosotros merecemos un país mejor y ese país no lo representan ustedes. Ustedes sólo representan lo que los colombianos odiamos: El cinismo de quién en nombre del pueblo nos llena de luto y tristeza. Ustedes son la misma muerte. Y si es verdad que todos tenemos que morir Timochenko, empiece matando a las Farc como organización. Porque ya no existen más que en el rechazo y la repulsión de todos los colombianos en general y el mío en particular.

Sentidamente,


Andrés Felipe Giraldo López.

jueves, 10 de noviembre de 2011

El Talento de mi hijo.


Volver a escribir sobre mi hijo es recordar ese texto en el que relaté muy detalladamente toda esa sensación horrible que invadió mi ser cuando lo golpeé, estando él muy chiquito. Afortunadamente para mi impunidad él no se acuerda. Desafortunadamente para mí, no se me olvida. Pero bueno, ya ha pasado mucho más de una década y han pasado muchas otras cosas como para que ese fuera un recuerdo recurrente. Y en todo este tiempo nos hemos visto crecer.

En el proceso de crecimiento de un hijo, por lo menos en mi caso, existe una curiosidad persistente por saber qué talentos tiene. Algunos padres un poco más inquietos le están destrozando los tímpanos infradesarrollados a sus fetos con música de Mozart a todo volumen con la esperanza de que el bebé traiga consigo un Stradivarius. A esta tortura la llaman "estimulación temprana". Yo no estimulé a mi hijo. Ni temprano ni tarde. Mi estimulación temprana consistió en que no me pillara ebrio, que no me viera llorando mientras me separaba de su madre o de vez en cuando jugarle fútbol porque desde que nació yo ya me sentía viejo para andar arrastrando carritos. Tampoco le leí cuentos porque prefería hablarle sobre la vida y sus demonios en un tono tan lúgubre que le ayudaba a dormir. Sé que no fui un padre ejemplar. Aunque yo prefiero pensar que simplemente no fui un padre prototípico o convencional.

En este sentido, creo que los talentos que desarrolló mi hijo son su mérito. Los logró solito sin ninguna guía. Sin ninguna inspiración de mi parte. Mis aportes fueron materiales. Como esos padres poco sensibles que creen que lo material lo cubre todo. Así fui yo. Le heredé una organeta vieja a la que sólo le compré las pilas. Y por supuesto, un balón, ese regalo misterioso a los pies del arbolito de navidad al cuál se le puede dar patadas incluso sin quitarle el papel.

A partir de esos dos aportes, materiales y fríos, mi hijo empezó a desarrollar sus propios talentos: El fútbol y la música. Debo alegar en mi defensa que soporté estoicamente esos conciertos eternos de notas rechinantes y la musiquita de fondo de las organetas o "ritmos" que llaman, origen de la insulsa música electrónica. También colaboré con tardes de fútbol intenso enseñándole a mi muchachito la única jugada que sabía hacer bien: La chilena. Hasta que me disloqué el codo y decidí no seguir fanfarroneando con él. De resto, él siguió haciéndose sólo. Jugaba fútbol al rebote con las paredes y trataba de imitar las notas de las canciones que escuchaba en la radio en su pequeña organeta. Así fue madurando mientras yo seguía mi vida arrastrando los lastres de mi inmadurez.

Nunca fui consciente sobre sus avances. Y nunca hubo plata para meterlo en clases particulares de algún instrumento o algún deporte para hacer de su talento una carrera. Pero él seguía dándole a la organeta y al balón. Hasta que acabó con los dos. Entonces pidió una guitarra y un balón nuevo. Y yo seguí haciendo lo más fácil. Dándole lo material. Le compré una guitarra fina para así obligarlo a que la cuidara y un balón ahora sí de fútbol, porque lo otro era una pelota de cualquier cosa que servía para darle patadas.

Poco a poco ese sonido agudo y disonante fue tomando rasgos de melodía y me demostró empírica y técnicamente que lo que yo creía que era una chilena sólo era caerse para atrás y por casualidad pegarle al balón. Poco a poco fui tomando consciencia sobre el desarrollo silencioso y vertiginoso que había tenido mi hijo.

Uno de los primeros gestos ególatras de un padre orgulloso es creer que su hijo le heredó algo relacionado con sus talentos. No fue mi caso. En mi caso fue una grata sorpresa y mayor desconcierto no saber cómo hizo mi hijo para desarrollar un talento musical y otro deportivo de los cuales carezco completamente. Pensé en los talentos de su mamá. Pero ni música ni deporte. Su madre es talentosa para el baile, la pintura y las manualidades. Pero la música o el deporte no están en el menú. Y mi talento musical no me da ni para tocar bien un timbre. El que mejor me sonaba era el del apartamento de un amigo que hacía parecer como si el edificio estuviera echando reversa al ritmo de "la cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar". Y como futbolista me refugié en el arco. En ese cálido espacio debajo de los tres palos. Culpable de todos los males pero el que menos corre. Era a lo que estaba acostumbrado en mi vida.

Mi hijo iba creciendo mientras yo daba tumbos. Por cada caída mía el afinaba mejor una nota. Le llegó la adolescencia hace unos años y dejó a un ladito el balón para abrazar la guitarra con más fuerza. En ese proceso de crecer, que es ir desechando todos los sueños para aferrarse a uno, optó por la música. Y no se conformó con la guitarra sino que empezó a "darle a los tarros" como le dice a tocar batería. Y su ritmo y coordinación eran sencillamente impecables. Sus primos lo abrigaron con más melodía, con amor de hermanos y poco a poco la música se convirtió para ellos en una religión. En la mejor religión. Esa religión en la que se reza meneando la cabeza y moviendo las manos pero sin fanatismos ni falsos profetas. En la que el único mesías se llama Rock’n’ Roll que sólo pide que el devoto se ponga de rodillas para culminar el éxtasis de la interpretación. Esa religión que hace familia alrededor de una banda. En donde las estrellas no señalan ningún lugar sagrado sino que se apoderan de sus sueños, haciéndolos a ellos mismos estrellas.

La música se convirtió en el idioma de mi hijo. Su talento le ha dado un lugar privilegiado en el cosmos. Porque la tarima lo llama sin pretensiones. Sin ser el niño angustiado que se sube al escenario para someterse al escarnio de un público ávido de tragarse aspirantes. Él disfruta su música, la hace sin mirar el entorno, mientras hace temblar los tarros la melodía corre por sus venas y tiene explosiones fantásticas de adrenalina que lo vuelven sublime, majestuoso, grande.

Es una tendencia generalizada de los padres que creamos que nuestros hijos son los mejores. Y así debe ser. No sólo es nuestro derecho sino nuestra obligación. Y para mí Nicolás es el mejor. No porque no haya mejores tocando la batería o la guitarra. Sino porque elaboró sus talentos con paciencia y disciplina que no tiene para nada más. Porque encontró su vocación más allá de las tareas y los desafíos que impone el sistema. Porque ha descubierto un espacio de bondad que se traduce en notas, decibeles, armonía, coordinación, empalmes, banda y rock ‘n´roll.

No es un buen estudiante. Le cuesta trabajo concentrarse para entender qué dice la historia, en dónde quedan los lugares que señala la geografía, se enreda con las factorizaciones, la biología y la química se le complican y sus notas académicas no son tan buenas como las musicales. Pero qué importa. Para qué es la educación. Para formar eruditos o para formar seres humanos. De qué le sirve saber tanto si lo que le gusta saber, si lo que necesita saber, si lo que lo llena y lo hace feliz no lo resuelve la calculadora ni los libros sino sus "tarros" y su banda. Y mi objetivo como padre no es llenarlo de conocimientos insulsos. Mi objetivo es que sea feliz. Pero el sistema hace que la felicidad esté muy cerca del fracaso. Y mantiene al talento arrinconado por el conocimiento. Él me lo ha explicado desde su frustración y yo se lo he replicado desde el realismo que va de la puerta de la casa hacia afuera.

Ahora comprendo que él desprecie todo lo que no lo hace feliz. Porque el sistema lo está obligando sin motivarlo. Le tiran ecuaciones y millones de datos que él no sabe para qué le sirven. Que no hacen que Breaking the Law suene mejor. Y al final de cada período le tiran unas calificaciones horrorosas, para que él sienta que está haciendo las cosas mal. Sistema educativo de mierda. Está ceñido a un pensúm de fábrica fordista. De formación de seres humanos en serie. Homogéneos, grises y aburridos. Llenos de datos, fechas, fórmulas y conocimiento sin alma. La genialidad es vocacional, no académica. Y el talento es natural, no se enseña, sólo se perfecciona en la medida en la que el gusto lo vuelve disciplina y constancia.

Ahora entiendo a mi hijo. Comparto su aversión por el estudio y su vagancia. Porque entre un libro de matemáticas y una guitarra, él prefiere la guitarra. Y a mí también me suena mejor su guitarra que su libro. Pero él debe entender que si queremos derrotar el sistema tenemos que infiltrarlo. Succionar lo mejor de él y aprovecharlo para nuestro beneficio. La estrategia no es abandonarlo y luchar contra él desde la desolación del aislamiento. La estrategia es ser feliz a pesar del sistema. Aprovechar que ahí se encuentran más soñadores presos de la escuela con los que se puede volar. Y que finalmente esos reos son sus amigos de banda, sus bandoleros.

Al sistema hay que engañarlo. Hacerle creer que somos parte de él. Dejar nuestras huellas impregnadas en sus aulas que parecen jaulas y sacar de ahí los cartones que nos abren las puertas de nuevas cárceles que seguiremos infiltrando. Hacer menear las gafas, los lapiceros y las batas de laboratorio al ritmo del Rock ‘n´Roll como un grito de revolución que se va carcomiendo las bases de esta educación para abrirle paso a las alas del talento.

Entonces, hijo, no pienses que cuando vas al colegio vas a una tortura de ocho horas de aburrimiento. Piensa que es tu misión encubierta en la que estás dejando tu marca de resistencia, rebeldía, cambio y revolución. Tu música es tu arma y cada vez que le das a los tarros el sistema tiembla a tus pies. Comprende el por qué de las matemáticas. Pitágoras creó música con las matemáticas y dedujo, con base en fórmulas matemáticas, que la música es "la perfección del Universo". Que la historia te ha traído a este siglo, en el que la revolución más que un sueño es una forma de vida. Eres un privilegiado por eso. Que vale la pena saber que estás en Colombia, en un potrero de Cota haciendo sonar tus tarros. Para que cojas el mapamundi y te imagines en Papúa Nueva Guinea con tu banda, ese grupo de reos que conociste en colegio, esperando para salir al escenario. Ningún conocimiento sobra así no te haga falta.

Haz tu tarea de infiltración bien hecha. Deja tu legado en los cientos de personas que te rodean y te admiran. En los de primaria que te ven como el grande. En los mayores que te ven como lo que les hubiera gustado ser en el colegio. Aprovecha tu talento para derrotar el sistema. No dejes que el sistema derrote tu talento. Sé inteligente y date cuenta de que no es tan difícil. Y que si bien el sistema educativo es una mierda, ahora es el camino más expedito que tienes para llegar hasta donde quieras llegar. Tú eres el infiltrado, yo soy tu cómplice. Gana tu libertad entre los barrotes del sistema para demostrarle a esta fábrica de individuos que es el talento el que hace buenos seres humanos. Yo te ayudo. Pero dame la mano. Y ponte a estudiar.