La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

miércoles, 12 de febrero de 2014

El síndrome Leszli Kálli.



Sucedió en abril de 1999. Un avión de Avianca que cubría la ruta Bogotá – Bucaramanga fue secuestrado por guerrilleros del ELN. Allí iba una cándida niña de 19 años llamada Leszli Kálli. Su tragedia quedaría registrada para la posteridad en un libro que ella misma escribió llamado: “Secuestrada”. Hasta allí, nada muy distinto de la historia miserable que deben padecer tantos colombianos que han sufrido alguna tragedia por culpa de nuestro ridículo conflicto.

Como era de suponer, Leszli Kálli continuó con su vida, como la han tenido que seguir todos los que han salido vivos del cautiverio. En algún momento de la vida se encontró con Gustavo Petro. Congeniaron, por lo que cuenta ella, por el amor hacia los animales, y Kálli terminó trabajando para la administración del alcalde en un cargo no muy bien definido con unas funciones no muy claras. Allí empezó otra novela. Según su relato, los celos de la esposa de Petro desembocaron en su prematura renuncia, con ingredientes tan sórdidos como una amenaza de violación de un funcionario de la Alcaldía que fue denunciada ante la Fiscalía. Esta historia también está registrada en otro libro de su autoría recién editado que se llama “En las entrañas del poder. Acoso laboral en la Alcaldía de Bogotá”.

Sin duda, Leszli Kálli ha sido víctima de una sociedad enferma. Fue secuestrada, vivió en el exilio y ahora enfrenta los atropellos de una sociedad machista y de una institucionalidad opresiva. Pueda que tenga razón. Pero la forma como ha decidido vivir refleja el contagio que convierte súbitamente a una víctima en una fiera pendenciera.

Ocasionalmente reviso la cuenta de Twitter de Leszli Kálli para saber qué piensa. Y la verdad no piensa mucho. Reacciona, insulta, injuria, intriga, pelea, destila tanta hostilidad que no es agradable pasar de cuatro o cinco trinos para saber que es una persona tremendamente resentida, con un sentimiento tan rancio que la carcome por dentro, y con un deseo inmenso de venganza que no materializa pero que se trasluce con todo su odio.

Quizás ella no lo sepa con claridad, pero se convirtió en militante antisocialista. Detesta a Petro y por extensión a Nicolás Maduro. Habla del castro-chavismo con más propiedad que el propio Uribe a pesar de que Uribe jamás ha definido qué es el tal castro-chavismo.

Y vive en Twitter. Se ha convertido en su cuartel de aliados y trinchera de enemigos, que además los ve por toda parte. Allí, en 140 caracteres, dispara cada sentimiento como un proyectil con el que quiere volar una cabeza. Está encumbrada en el pedestal de los intocables, de los que no escuchan razones, de los que no pueden aceptar en lo más mínimo que podría estar errando el camino. Es una radical convencida de su superioridad sobre el resto de la humanidad y solo tienen razón los que compartan su pasión.

Sonará contradictorio, pero admiro a Leszli Kálli. Y la admiro porque soporta con gallardía una enfermedad que tenemos la mayoría de los colombianos: El odio. Ella odia sin tapujos y sin hipocresía. Odia incitando al odio y sumando odiadores a su causa, hostilidad a sus apreciaciones y como debe ser, sin la más mínima posibilidad de diálogo o reconciliación. Así se odia. Con el hígado y a matar o morir. Y así odiamos los colombianos. Así ha transcurrido nuestra historia desde Bolívar y Santander hasta Santos y Uribe.


Leszli Kálli es un ícono de la colombianidad. Ojalá se cure algún día.