La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

martes, 23 de julio de 2013

Hoy amanecí cucaracha patas arriba.




Otra vez, hállome acá, perdido. Cada vez con más confusión y menos excusas. Con esa sensación de vacío que de tanto sentirla se ha convertido un cliché entre mis vísceras. Dejé quizás todo lo que creía que pretendía. Y lo dejé porque en el camino descubrí que no era lo que pretendía. Es más, descubrí que no pretendo nada. O que lo que pretendo, parece nada.

Robé por un tiempo la sensación de “ser alguien en la vida”, de tener ese reconocimiento de palmadas en la espalda que le hacen sentir a uno que está haciendo las cosas de maravilla, que alguien se siente orgulloso de uno, que uno puede llegar lejos, alto, ser importante, reconocido y trascendente. Sí, me paré en esa plataforma del éxito por unos instantes y me dio vértigo. Sólo sentía unas ganas inmensas de bajarme de allí para vomitar.

¿Y por qué? No sé. Tengo nociones. Sin duda, no soy bueno para asumir responsabilidades. Puedo hacer muchas cosas con gusto, excepto, si esa cosa es una responsabilidad. Estoy jodido. Para lo único que uno está en el mundo es para ser responsable. Esa es la clave del éxito, de la felicidad, de la estabilidad, de todo cuanto puede darnos un gramo de paz y tranquilidad en esta pelota viva verde y azul. Ser responsable es lo único que te pide la humanidad. Alguien te dice que tienes que responder por algo. Tú lo haces. Él o ella están satisfechos, si lo hiciste bien. Tú has cumplido. Así funciona este mundo. Para eso te contratan. Para eso naciste. Así eso de lo que tienes que ser responsable sea infinitamente perverso. Lo único malo es no ser responsable. Pragmatismo le llaman.

Acá nadie viene a hacer lo que se la da la gana. Eso es para forajidos, vagabundos, insurrectos, anarquistas, locos, enfermos, bobos o estúpidos. Cada cual viene a hacer lo que le toca. Todos nacemos con una misión, dicen. Hay una misión para cada ser humano que debe cumplir con toda atención, dedicación y sumisión. Así esa misión sea recogerle la caca a una celebridad o a la mascota de ésta. Esa es una linda misión. Quizás no por la mierda, pero sí por la celebridad. Esa misión está ligada a un destino y ese destino es lo que te hace una bella criatura de Dios, Alá, Buda, Jesús, Mahoma, Ra, Tor, Zeus o lo que sea.

Estoy condenado. Yo quiero hacer lo que se me dé la gana. No duermo bien. Nunca he dormido bien. No importa si he conciliado el sueño a las seis de la mañana, a las siete ya estoy increíblemente despierto asumiendo la culpa, la angustia y la desazón por querer hacer lo que se me da la gana. Estoy condenado. Nadie me va a contratar porque no asumo responsabilidades, porque no entiendo instrucciones y porque no obedezco órdenes. Y no porque sea un rebelde, no. Simplemente me da pereza. Me da pereza levantarme todos los días porque debo hacer algo, porque tengo que cumplir, porque tengo que “ser alguien en la vida”. Me da una mamera infinita ser alguien en la vida. No quiero ser nadie. No quiero ser nada. No quiero tener un nombre y cargar una cédula que me dice que soy de una nación a la que ni siquiera quiero porque la he aprendido a odiar todos los días, tres veces al día, viendo las malditas noticias. Sin embargo, me siento orgulloso de las personas que hacen bien las cosas por esa Patria que compartimos. Me emociono con sus logros y me alegra porque casi siempre triunfan lejos, en donde no tienen que sufrir la miseria que se vive acá todos los días. Han logrado huir y al mismo tiempo son referentes de éxito para otros más que quieren seguir sus pasos. Para ser alguien en la vida, lejos de esta “mala madre” como diría Fernando Vallejo. Esto no tiene lógica. Pero tampoco voy a asumir la responsabilidad de ser lógico.

No soy filósofo ni esta es una filosofía. Todo lo contrario. Es la ausencia de todo deseo por comprender el mundo, descifrarlo y encajar en él. Es justamente lo que lucho. Mi falta de interés por este mundo y su inercia de giros y elipses. Mi falta de interés por el prójimo, por ser mejor, por “ser alguien en la vida”. Soy un pábilo encendido en medio de una parafina que no se quiere derretir, que me tiene atrapado en este instante cósmico como la luz más oscura del universo.

Maldigo con toda mi fuerza la razón que me permite hacer estas reflexiones y sufrirlas, porque además calan en la conciencia que desde muy pequeño me enseñó a sentir culpa hasta por lo que no he hecho. “Pecado original”. ¿Qué es el pecado original? Nunca lo supe y no lo quiero averiguar ahora, pero si sé que la culpa es el soporte vivo de la responsabilidad. Ser irresponsable te hace culpable para tu conciencia y despreciable para los demás.

¿Loco? No, no estoy loco. Me lo he preguntado muchas veces frente al espejo casi siempre con lágrimas en los ojos y sólo puedo deducir que soy un idiota desesperado, pero no un loco. Sólo un pobre idiota que no encaja en este mundo de razones y motivos. Un lastimero que patea piedras y anda con un costal al hombro de dolor autoinfligido. Un imbécil que soporta la vida mirando el calendario todos los días para ver cuándo es que se acaba. Un estorbo, sí. Un estorbo para quienes tienen que soportar mis diatribas sin sentido quitando el tiempo que necesita cada uno para cumplir con sus responsabilidades. Para cumplir con su misión. Que van tan bien en ese rumbo de “ser alguien en la vida”.

Yo ya me he echado en el andén del indigente. No me mato las neuronas con nada porque ellas se matan solas, consumidas por la angustia de no saber cómo voy a vivir. Se matan solas contando los segundos de este reloj para atrás.

¡Bah! Hoy desperté cucaracha, acostado sobre el caparazón de las alas yertas que no me deja girar para levantarme.



jueves, 18 de julio de 2013

Un tipo extraño.




Ya encontré mis pies debajo de la cama. Me los voy a poner. Hoy me pondré los dos izquierdos. Es simpático verme girar sobre mi propio eje sin poder ir a ninguna parte. Ayer lo hice con los dos derechos pero no me gustó tanto. No me podía ver bien en el espejo girando en ese sentido. De vez en cuando me pongo uno de cada uno y salgo a caminar por ahí, como cualquier persona. Pero eso sí que me gusta menos. Cuando me los pongo al revés, la gente me mira raro, porque camino cascorvo.

No sé si soy un tipo extraño. No me puedo comparar con otros porque no hablo con nadie. Sólo me siento por ahí a mirar gente. Gente. Qué cosa rara es la gente. Toda es tan igual pero tan distinta. En términos generales, todos tienen más o menos lo mismo. Un rostro y en él un par de ojos y de orejas, una nariz y una boca. La nariz con dos huecos que les dicen fosas. Un par de brazos con sus manos, un par de piernas con sus pies. Una de cada uno. No se ponen los pies repetidos, como yo, para girar en su propio eje. Ellos van con los pies bien acomodados, andando para adelante, así no sepan para dónde van. A no ser que hayan caído en desgracia y les falte uno o los dos pies, o los tengan pero no les sirvan.

Me cuesta trabajo comprender su rutina y su intención. La mayoría madrugan, corren, se enlatan en los medios de transporte. Se les ve angustiados yendo de un lado para otro casi siempre con algo en la mano. Algo a lo que se aferran como si allí llevaran su vida. Corren en la mañana, al medio día y en la tarde. Corren todo el día para llegar a un lugar y a otro. Corren toda la vida para ser pobres. Miserablemente pobres. Eternamente pobres.

Progresar es salir de las latas del transporte público para montarse en su propia lata espaciosa. Para mirar desde allí, mucho más lento, como otros están allí, enlatados con los demás. Y son pobres. Ahora son "ellos", los pobres. "Llegaré más tarde, pero en mi propia lata".

Y al bajarse de esas latas, todos vuelven a sus pies ubicados correctamente, siguiendo hacia adelante, así no sepan para donde van. Unos pies se posan sobre las cabezas de otros como si fueran peldaños de escalera para llegar alto. Un alto que es encima, porque de nada sirve estar alto si no es para estar encima. Habilidad, astucia e inteligencia,  es lo que se necesita para llegar alto, para estar encima de los demás.

La gente es toda igual pero diferente. Las diferencias se luchan, se ganan, se reivindican y se mantienen durante siglos. A eso lo llaman cultura. Hasta que alguien abre los ojos y los demás le siguen. Hasta que ese alguien logra lo que quiere y oprime a los demás. Y a eso lo llaman civilización. Los de abajo sostienen a los de arriba y les rinden pleitesía. Se reverencia a quien lleva ropajes lujosos. Se desprecia al que escasamente puede vestir. Esa es la gente.

La riqueza se ostenta con soberbia y la pobreza se lleva con resentimiento. La gente ha creado un sistema para elegir a sus verdugos, a sus opresores, a sus amos. Le llaman democracia, dinastía, tradición. O simplemente gobernantes. La democracia, por ejemplo, vende sonrisas en carteles gigantes. Desde el cartel se ríen de la estupidez de la gente. Esa que saben manipular para pisotear cabezas para llegar alto, para estar encima. Esa gente que los elige cuando les ponen bien los pies para ir a las urnas a votar.

Lo que el mundo provee, ahora cuesta. La gente transforma el mundo y lo vende. A eso lo llaman mercado. No entiendo mucho de eso, porque no tengo con qué comprar el mundo que me venden. Sólo tengo mis pares de pies que yo mismo inventé.

Y la verdad prefiero ponerme mis pies repetidos, andar en círculos abriendo un hueco en la tierra con mis pasos. Los pies bien puestos sólo me sirven para salir a lugares para mirar esa miseria llamada gente. Los pies bien puestos me sacan de mi refugio, ese en el que ando en redondo para no cruzarme con la gente.

No sé si soy un tipo extraño. No hablo con nadie para saberlo. Sólo sé que cuando los veo me parezco a todos. Salvo cuando me pongo mis pies repetidos. No me gusta la gente. No la extraño ni me hace falta. Sólo la observo y me aflijo. Los veo en sus latas de ruedas o rieles apretujados para llegar a donde hay más gente. Para llegar a poner la cabeza de peldaño para que otro se suba. A mascullar el dolor, la rabia y la impotencia.

Gente, qué cosa rara. Viven bien unos, sobreviven apenas los otros. Todo está tan meticulosamente puesto en forma de pirámide. Todo está ubicado maravillosamente para que unos corran de madrugada apretujados en latas para llegar rápido a un lugar en donde servirán de peldaño para que otro llegue arriba en su lata espaciosa.

A la gente metida en una bolsa imaginaria le llaman sociedad. Y todos caminan con sus pies bien puestos para meterse allí, para respirar abriendo orificios en cualquier parte, codeándose entre la masa, con los ojos clavados en el piso, con el cuerpo esquivando pies.

¡Bah! Me quedaré acá con mis pies repetidos girando y girando. Marcando mi sendero, siendo un tipo extraño. Aunque no lo sé porque no he hablado con nadie. Pero no me gusta la gente y no me quiero meter en eso llamado sociedad. Entonces soy un tipo extraño ¿Y ahora en dónde puse mis pies repetidos?