La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

lunes, 25 de abril de 2011

Breve anecdotario


La vida se hace más alegre cuando lo cotidiano nos da momentos jocosos. Sin pensarlos, sin planearlos, sin esperarlos. Así, espontáneamente. Esta noche recordé cuatro anécdotas que quiero compartir, porque me hacen más llevadera la distancia, porque me llenan de sonrisas por cosas que pasaron con personas que quiero mucho. Quizás no sean historias tan hilarantes, pero mantienen vivo el recuerdo de buenos momentos que compartidos saben a más. Aquí están:


* Hace un tiempo largo ya, mi padre asistió a un funeral de un amigo muy querido que había muerto en un trágico accidente automovilístico. En medio de la velación, entablaba conversación con los asistentes a este lúgubre escenario y manifestó algo que siempre sirve de pírrico consuelo en estos tristes momentos. Con voz solemne dijo: “Es una lástima que Pachito haya fallecido, pero siquiera no tuvo que soportar el dolor y el sufrimiento de permanecer parapléjico o tetrapléjico, tirado en una cama o en una…” súbitamente fue interrumpido por su interlocutor, quien desde una silla de ruedas, con la cabeza débilmente sostenida a su espaldar y modulando con cierta dificultad le interpeló: “Si Jaimito, esto es muy duro…”.

* Cuando yo despuntaba apenas los veinte, mi novia de aquella época, una pereirana muy “pispa”, se disponía a presentarme a la familia en su terruño. –Amor- me dijo –Esta noche vamos a ir a comer con mi familia. Mi tío nos invitó a un restaurante chino muy fino que se llama “El Naranjal”-. Me pareció un nombre curioso para un restaurante chino y le pedí que verificara el nombre. Con seguridad y un poco molesta ya por mi desconfianza me confirmó, sin consultar, que el restaurante chino se llamaba “El Naranjal”. Se acercaba la hora de la cena y de acuerdo con las indicaciones no encontrábamos el dichoso restaurante chino “El Naranjal” de Pereira. Le solicité tímidamente que pidiera la dirección exacta para tratar de llegar a tiempo. Con media hora de retrazo después de tanta vuelta, llegamos presurosos. Detrás de unos imponentes dragones de yeso y unas matas de bambú, unas luces rojas gigantes de neón que simulaban letras orientales, nos anunciaban que habíamos llegado por fin al restaurante chino “El Mandarín”.

* Hace más o menos ocho años mi padre, que ya está bastante entrado en años, sufrió un ataque cardiaco en Cartagena. Fue un período muy tenso y de mucha tristeza para todos nosotros. En ese paseo estaba casi toda la familia, pero por razones de trabajo en ese momento, yo no pude ir. Después de un tiempo y ya superada la emergencia gracias a Dios, le pedí a uno de mis sobrinos que me explicara bien qué era lo que le había pasado a mi viejo. Con todo desparpajo me contó: - Estábamos en la playa sentados con el abuelo y pasaron un par de viejas buenísimas con unas tangas chiquiticas, el abuelo se quedó siguiéndolas con la mirada mientras se acercaban y se alejaban. Entonces el organismo le ordenó que se la parara algo… y se le paró el corazón -.

* Cuando llegó mi hijo a Buenos Aires, hace unos meses ya, tuvimos que ir a la oficina de migraciones para sacar su certificado de residencia. Fueron tres horas de espera en las que tuvimos oportunidad de hablar de muchas cosas. Entre todos los temas que tocamos, aparecieron los “Emos”, por quienes mi hijo profesa especial aversión. Yo, evocando al gran humorista Hasan, le dije que los únicos “emos” que conocíamos en nuestra época, eran las “hemorroides”. Mi hijo se quedó callado pensando unos segundos tras los cuales me preguntó: - ¿Papi, las hemorroides se tragan o se inyectan? -

lunes, 11 de abril de 2011

Soy leyenda.


Soy leyenda, soy lo que alguien que no me conoció dijo de mí,
Soy la hazaña de otros en un lugar que el destino eligió para mí,
Soy el disparo contra el enemigo de una guerra que sobreviví,
Soy el legado para el orgullo de un pueblo que con tesón redimí.

Soy leyenda, soy la decisión desesperada en un último intento,
Soy la identidad de un pueblo que no encontraba un sentimiento,
Soy el panfleto de la revolución que venció al opresor violento,
Soy quien izó la bandera sobre los escombros de un monumento.

Soy leyenda, soy la portada de un libro de historia, mi historia,
Soy la primera estrofa de un himno lleno de mártires y gloria,
Soy la inspiración de luchas actuales cuando me llaman memoria,
Soy la razón del poder, el fondo del discurso de nación y victoria.

Soy leyenda, soy el estandarte de quien evoca con eco mi nombre,
Soy la cara de la verdad, un destello de esperanza, fuego y lumbre,
Soy peldaños de libertad, la trinidad de caballo, espada y hombre,
Soy gritos de lucha, fortaleza espiritual, soy el faro en la cumbre.

Soy leyenda, soy lo que soy y lo que fui, soy luchas que emprendí,
Soy errores y aciertos, soy mi anhelo, mi grandeza y mi porvenir,
Soy proezas épicas mezcladas con pueblo, deseo, locura y frenesí,
Soy leyenda devenida en poder, política y ambición… resumido así.


Santiago Dum.

viernes, 8 de abril de 2011

La historia de una familia (lo que quedo de ella) en el Programa de Protección de la Fiscalía.


* Este fue un reportaje escrito a finales de 2002, cuando era funcionario del Programa de Protección de la Fiscalía y además adelantaba mi especialización en periodismo.

Era de noche en una remota vereda de Risaralda. Los gritos de Lola Martínez* no conmovieron a los asesinos. Ni siquiera los inmutó que cubriera con sus manos la cabeza de su esposo para que no lo mataran. Mano y cabeza atravesaron de un disparo. También masacraron a dos de sus hijos. El trabajador de la finca cayó boca abajo al lado de los demás, sólo porque se asomó en la penumbra para ver qué estaba pasando.

Los paramilitares acusaban a Lola y su familia de ser auxiliadores de la guerrilla. Y sí, los auxiliaron: les lavaron unos uniformes y les prepararon unas gallinas tres días antes de que llegaran a masacrarlos. No tenían opción. Si no le hacían ese “favor” a los guerrilleros, igual habrían perecido, sólo que tres días antes. Eran los últimos días de mayo del 99.

Lola vio a “La huesuda” entre los asesinos. Hasta hace poco sólo era algo más que el loco del pueblo. Pero en ese momento tenía un arma y se sentía dios. De hecho decidió que la familia de Lola muriera. Pero tuvo alma, parece, porque respetó la vida de los dos hijos menores de 13 y 9 años. Tampoco mató a Lola, aunque ella le imploró que lo hiciera. Otro de los hijos se salvó porque estaba en el baño. Oyó el alboroto y saltó por una ventana. Regresó tres horas después para ver el cuadro dantesco que dejaron los visitantes. Antes de abandonar le escena del crimen, “La huesuda” advirtió a Lola que si abría la boca para implicarlo se moría.

Al amanecer, llegaron los agentes del C.T.I. para hacer los levantamientos. Lola abrió la boca. Poco le importó la advertencia y contó todo lo que había pasado. Elaboró un retrato hablado y mencionó el alias de “La huesuda”. Al resto de los homicidas, cinco en total, no los pudo identificar. El C.T.I. sabía que lo que quedaba de familia no podía permanecer en la finca. No sólo porque el dolor y el miedo no los dejaría vivir en paz allí, sino porque los “paras” volverían a rematarlos. Se los llevaron rápido para Pereira y desde allí llamaron al Programa de Protección de la Fiscalía General de la Nación para que se hiciera cargo de Lola y sus hijos.

Un investigador del Programa se desplazó desde la regional de Medellín para estudiar el caso de Lola. Esta es la regional más cercana a Pereira. También están las regionales de Barranquilla, Cúcuta y Cali.

El comisionado del Programa tenía que valorar si la colaboración de Lola haría avanzar la investigación para judicializar a los homicidas. En ese momento el C.T.I. ya andaba con un retrato hablado buscando a “La huesuda” en algún municipio del eje cafetero. Esto ya daba uno de los requisitos para que el Programa interviniera: que la colaboración fuera eficaz. El segundo requisito era incontrovertible. Lola corría un riesgo real. Dos hijos, el esposo y el trabajador de la finca muertos, más la amenaza para Lola si abría la boca, eran prueba suficiente. El tercer requisito era que Lola quisiera ingresar al Programa. Ella, una campesina no muy letrada de 43 años, aceptó. No tenía muchas opciones. El siguiente paso era sacar a Lola y su familia de la zona de riesgo y el lugar que ofrecía más garantías era Bogotá, donde queda el centro administrativo de la Oficina de Protección.

Una mujer con el rostro demacrado por la tristeza y pálido por el miedo del vuelo, y una venda en la mano derecha, bajó del avión con un niño pelirrojo aferrado a su otra mano. Atrás de ellos, una niña adolescente y un joven con gorra descendieron. Una camioneta blindada los esperaba en la pista con un grupo de personas armadas. Llegaba al Programa uno de los 136 casos (testigos con sus familiares) protegidos en 1999, que constituyen 485 personas.

En el camino del aeropuerto al Búnker de la Fiscalía, donde funciona la Oficina, el agente a cargo de este caso le explicaba en qué consistía el Programa: "Deben permanecer en una sede del Programa. Si van a salir me deben informar y yo los autorizo. Cuando se vayan a desplazar en trayectos largos yo vengo por ustedes con escoltas. El Programa se encarga de su alimentación con mercados que les damos. No pueden tomar bebidas alcohólicas ni consumir alucinógenos mientras estén incorporados...". Lola oía pero no escuchaba. En su cabeza aún retumbaban los disparos. Necesitaba asistencia psicológica.

El Programa tiene tres niveles de seguridad dependiendo del riesgo que se le genere al testigo. Un esquema máximo intramural, para aquellas personas que declaran dentro de procesos de trascendencia a nivel nacional. Los protegidos permanecen en una sede del Programa con un agente de seguridad las 24 horas del día sin poder salir a ninguna parte. Un esquema mediano, en el que se ubicó a Lola, y un esquema supervisado, cuando la persona ya se encuentra reubicada fuera de la zona que le representa un riesgo inminente. Se le prestan rondas periódicas para constatar que su situación de seguridad ya se encuentra controlada.

Si bien han pasado casi tres mil personas protegidas por el Programa, el balance no se podría considerar malo. Pero asegura Jenny Fonseca, actual coordinadora operativa del Programa: "Este no es un Programa en el que haya porcentaje de éxito. Es 100% efectivo o es un fracaso, con un sólo testigo muerto toda la credibilidad se va al suelo como pasó una vez".

El escalonamiento del conflicto también se ve reflejado en el incremento de los casos protegidos. Mientras en 1992 se incorporó un sólo caso, se ha ido incrementando el número cada año. En el 2001 más de 500 personas (155 casos) fueron protegidas.

Los fiscales que instruyen los procesos lo han convertido en una herramienta útil para garantizar el buen desarrollo de sus procesos. "Muchas veces, a pesar de qué todo el mundo sabe quién cometió un delito, nadie habla por miedo y por eso se caen los procesos, pero cuando el testigo se siente respaldado, protegido, dice hasta misa", dice Mariela Santos, fiscal de la Unidad Nacional de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario.

Lola y su familia llegaron a la Oficina con la ropa que alcanzaron a sacar de su casa. Una de las psicólogas adscritas al Programa los esperaba para tratar el trauma que provoca cambiar así la vida en cuestión de una noche. Además debían hablar en varias sesiones del plan de reubicación.

Este plan se diseña para una región que esté por fuera de la zona de riesgo. Una vez se tiene claridad en cuanto a la proyección de la actividad del testigo, se le implementa un proyecto productivo con la ayuda de una administradora de empresas. "El éxito del proyecto depende mucho de la voluntad del testigo. Por ejemplo, mientras en Barranquilla se montó una fotocopiadora cerca de una Universidad que ya es una papelería y deja casi tres millones de pesos en utilidades mensuales, ha habido negocios que no duran dos meses y ya están quebrados por la pereza de los reubicados o por problemas del negocio", dice Alina Goenaga, la encargada de esta área dentro de la Oficina.

En cuestión de tres meses el plan ya estaba en marcha y en cuestión de otros tres ya había fracasado. El negocio era producir arepas en un municipio de tierra caliente de Cundinamarca. Esto no prosperó y la situación económica se fue a pique. El Programa los ayudaba con algunas asistencias económicas pero no eran suficientes. Los zapatos de los niños ya se veían rotos. La niña dejó de estudiar para tratar de vender las arepas. La gente del pueblo prefería avena helada. Así pasaron un buen tiempo.

Las reubicaciones en el exterior no corren por cuenta del Programa. No se tienen convenios internacionales que permitan sacar testigos. Simplemente se presentan los casos ante las embajadas para que ellos estudien el caso. Dada la precaria situación de Lola y su familia el Programa decidió presentar el caso a la Embajada del Canadá, el único país que ha abierto sus puertas de manera generosa. Tramitaron los documentos y el primer secretario de la embajada los entrevistó. Al recibirlos lo hizo con una gran sonrisa. Al despedirse su cara de compungido lo decía todo. La historia le tocó las entrañas. Autorizó las visas de inmediato. Sólo en el 2000 Canadá recibió a más de 60 personas protegidas , entre ellos a Lola y su familia.

Durante los diez años de funcionamiento del Programa (1992 – 2002) sólo un testigo ha sido asesinado. Una noche de mayo del 2001, llamaron del C.T.I. por radio a la entonces directora del Programa. El cuerpo de uno de los testigos más importantes a cargo del Programa yacía sin vida con varios impactos de bala en el suelo de una cancha de básquet al sur de Bogotá. Quien fuera piloto de Carlos Castaño, y uno de las principales testigos que lo podría implicar con narcotráfico, ya no hablaría más. El resto pueden decir, como uno de los protegidos que afirmó: si pudiera poner el epitafio de mi tumba, pondría “me salve”.

Lola y sus hijos hablan ahora un francés apaisado. Nunca podrán borrar de su memoria la pesadilla que vivieron pero tienen una esperanza para seguir adelante. Por lo menos saben que donde están no hay guerrilleros o paramilitares. Los homicidas fueron capturados y judicializados. Su historia no fue fácil. Ella permanece con el dolor de haberla padecido pero con la tranquilidad de poder “vivir para contarla”.
* El nombre ha sido cambiado por razones de reserva legal.