La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

lunes, 22 de septiembre de 2014

Carta para mis amigos deprimidos. (Esto incluye a mi yo, mi ello y mi súperyo)






Cualquier lugar en cualquier tiempo, qué más da.



Queridos amigos y amigas deprimidos:


La depresión es un estado natural del ser humano. Es decir, soportar al mundo y sus demonios no es tarea fácil. Por eso al sentirnos abrumados por los avatares de la vida es normal que los sentimientos que se anidan en nuestra alma, corazón y mente no sean los más alegres. Por el contrario, son la tristeza, la confusión, el desasosiego, la rabia, la impotencia, la nostalgia y la melancolía huéspedes frecuentes de nuestros días.

Esta carta, tristemente, no es para sugerirles que abandonen todos estos sentimientos para que el optimismo los colme de repente y así, de ahora en adelante, sea la felicidad el único sentimiento que invada su ser. No puedo. No podría hacerlo. Estoy deprimido. Y cuando eso pasa, este tipo de recomendaciones no serían más que imposturas forzadas y mentirosas escondidas detrás de una sonrisa fingida.

De hecho, no me sirven los libros de autoayuda que me deprimen al ver lo fácil, práctico y divertido que es ser feliz y yo no puedo. Como quisiera ser Coelho, Choprá, Riso u Osho para incubar tanta felicidad con mis letras. Pero ese no es mi talento. Yo me he especializado en revolcarme en la tristeza como un marrano en un lodazal. Y como un marrano en un lodazal, confieso que esto me divierte.

He aprendido a vivir con la depresión. Lejos de huirle y pretender que la puedo aniquilar en vicios o huir de ella en escapes eternos, me he sentado largas horas a conversar con ella. Algunas veces disfrutamos discusiones distendidas, amenas y tranquilas. Otras veces nos tranzamos en peleas ríspidas, emotivas y dolorosas. Y después de estas charlas o agarrones, he aprendido que la depresión le permite a uno conocerse, comprenderse, valorarse, retarse y perdonarse. La depresión puede ser un huracán de autodestrucción o un impulso magnífico para enfrentar la vida.

Los depresivos tenemos esa tendencia a convertir a los sentidos en radares de dolor. Eso nos hace sensibles y por supuesto, perceptivos. Es allí cuando la depresión puede jugar a favor de la felicidad, así suene paradójico. La sensibilidad es creativa y cuando los poros de la percepción se abren, se pueden llenar de muchos grises y oscuros, pero también de colores.

Mi vocación es escribir. No sé si sea mi talento y no me preocupa averiguarlo. Debo reconocer que la depresión ha sido un motor magnífico para mi mente, mi alma y mis dedos. La tristeza tiene palabras variopintas, prosas desaforadas, cadencia, ritmo, locura, romanticismo y muchos matices. La tristeza tiene todo porque es profundamente humana. Y es en la depresión en donde he logrado canalizar esa mezcla de lágrimas, mocos y tinta para plasmar ideas, sentimientos y pensamientos que al final son mi obra. Y esa obra al final es el cemento de mi carácter, de mi historia y de mi vida. Cuando al final leo eso que escribí es cuando entonces reconstruyo mi carácter, mi historia y mi vida.

Por eso creo que la depresión no es mala per se. Mucho menos si la realidad que nos circunda es tan deprimente y no la podemos evadir montados en una nube. La depresión puede ser fantástica si hacemos de ella un motor de creatividad, de sensibilidad y de percepción. Y por lo tanto, sin darnos cuenta, se desvanece y se difumina en momentos de tristeza capitalizados en pequeños destellos de lucidez, de arte. Y ese arte al final será nuestra satisfacción, pequeños momentos de felicidad.

No podemos darle el gusto a la depresión para que sea nuestra ruina. Eso es lo que más desea. Por el contrario, la consciencia sobre esos sentimientos agobiantes debe motivar reflexiones y acciones que nos lleven a hacer de estos trances difíciles canales de expresión. No tenemos por qué trasegar por el mundo con la depresión como un costal como si fuésemos mendigos de cariño o aceptación. Pero es necesario sentir, sentir con intensidad y con valor, porque la depresión hay que enfrentarla en estos duelos magníficos en donde las espadas se cambian por vino tibio y pensamiento frío.

Hay que darle alas a la tristeza sin miedo, llevarla hasta una almohada y dejarla pintada en la funda con todo lo que sale del fondo del alma cuando lloramos con ganas. Pero no nos podemos ahogar en ese charco que parece el mar. La depresión nos reta y no podemos ser inferiores a sus desafíos porque no se nos puede llevar la vida. Porque la vida es lo único que tenemos realmente, ese instante cósmico fugaz, finito, tenue e imperceptible en la inmensidad del Universo. Y es todo lo que somos. Nuestra vida es valiosa porque nos pertenece, porque nos permite ser parte de un algo indefinido a lo que le vamos dando sentido atados a esta pelota verde, azul y gris llamada Tierra que viaja por el espacio mientras nos extinguimos.

Por eso la depresión no debe quitarle valor a la vida de ninguna manera, menos a la propia. Vivir es el desafío hermoso de saber cuántas batallas he ganado hoy, cuántas heridas me quedaron en el combate, a cuántos demonios derroté y cuánta inspiración dejé en el camino. Por eso la depresión no debe ser un estanque de amargura. Debe ser un río de cauce amplio, profundo, con muchas curvas, subidas y bajadas cuyo recorrido nos debe afianzar el carácter y fortalecer el criterio para poder enfrentar eso que a veces se nos torna insoportable.

Por eso mi llamado, queridos amigos y amigas deprimidos, es para que tengan el valor de enfrentar la depresión con las armas que les da su vocación. Que hagan de las lágrimas tinta para escribir o pintar, del dolor contenido dentro, fuerza de interpretación que lleven a las tablas de un teatro con todo el dramatismo que le puedan dar, que la rabia quede plasmada en tomas magníficas de una cámara fotográfica o de video que recoja las sensaciones por las que no se han dejado vencer.

El arte, amigos y amigas, el arte es la respuesta. La historia sublime de la humanidad se ha construido sobre la tristeza que los héroes han superado. Allí están sus gestas plasmadas o escritas, quizás con otros personajes, pero gracias a la pluma o el pincel de quien lucha por remar contra la corriente. El espíritu se edifica con base en la interacción humana de sentimientos y sensaciones. Nuestra condición humana nos hace presas fáciles de la tristeza. Los sentidos nos sirven para comprender que al final no podemos entender al mundo y sus injusticias. Y eso nos deprime. Pero si somos capaces de cambiar todos esos sentimientos destructivos y autodestructivos por arte, tendremos un mundo más colorido, más diverso, más respetuoso que reconozca la diferencia como parte inherente de compartir este espacio y este tiempo del que no nos podemos salir, y así quizás, vayamos aniquilando las razones objetivas de la depresión. Porque ver esas luchas internas representadas en el arte son un bálsamo magnífico para cambiar lo que nos agobia en lo que nos hace sentir orgullosos. Y el arte no tiene límites porque es imaginación. Y la imaginación no tiene límites. Cuando la imaginación se expande en el arte, se contrae en la depresión.

Deprimida y creativamente,


ANDRÉS FELIPE GIRALDO L.



viernes, 12 de septiembre de 2014

A veces me abandono.





Algunas veces me dejo, me abandono, como si ya no me importara. En un estado catatónico puedo sentir hasta mis pulsaciones más débiles. Desvanezco ante el espejo al que solo le queda el vaho de mi aliento. Y ahí voy languideciendo entre pensamientos lúgubres y rimas forzadas con todas esas palabras que me encantan: Nostalgia, melancolía, anhelo y añoranza.

Aveces me tumbo en cualquier superficie horizontal, ojalá mullida, y me quedo tirado boca arriba solo para percibir la insignificancia de lo que soy comparado con todo lo que me rodea. No me menosprecio, no. Por el contrario, creo que los sentidos me hacen poderoso porque puedo notar todo lo que me falta. Me importa tan poco la trascendencia y me aferro tanto a la contemplación.

Mi espíritu se alimenta de imágenes y del collage que hago con ellas en mi mente. El sentido, la coherencia, la congruencia y todas esas cosas son solo caracoles aburridos. La lógica me provoca un tedio infinito. Divagar es la forma más fácil de volar, de dejarse llevar por el viento como quiera soplar. Y me abandono. Me abandono al aire, a la melodía, al aroma, a la textura, a las palabras y a las letras que quieren jugar como sea, como caigan, como se les dé la gana.

Ahí en cualquier parte, me echo y quedo babeando. Escribo estupideces solo para dejar un rastro de papel, para saber que me perdí en algún lugar, en algún recuerdo, en algún momento triste agazapado en una esquina. Solo mis dedos se mueven, lento y sin orden, plasmando cosas, regando tinta, botando torpes la copa de vino sobre el regazo. Y me quedo horas mirando esa mancha. Encontrándole una historia.

Me encanta la inercia del tiempo que saca al sol por el oriente y lo oculta por el occidente. Y más me gusta la inercia que pone a viajar a las estrellas por el firmamento hasta que las mete detrás de alguna montaña como quien esconde mugre debajo del tapete. Me encanta el vaivén de las olas, más cuando el mar embravece y me revuelca contra el mundo. Me encanta la fuerza del viento, más si el aire me congela las mejillas. Los olores le quitan a uno los ojos, porque no se necesitan.

Adoro ser un simple recipiente de sensaciones. Vivo apenas para abandonarme. Para que no me importe nada más. Y ya.