La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

martes, 26 de julio de 2011

La nada


¿Y qué hago mientras la solución llega? Yo le llamo bloqueo y culpo a la angustia. Algunas veces. Otras veces le llamo angustia y culpo al bloqueo. No sé cuántas noches llevo divagando entre la angustia y el bloqueo. Y mientras me defino, sigo buscando culpables.

Quizás el insomnio que no es tal. Sólo que Morfeo llega borracho a la madrugada, casi en la mañana para decirme que se olvidó toda la noche de mí y que sólo viene a dormir la resaca conmigo. Quizás sea la soledad, la apatía, la insensatez, la pereza, la confusión, la tristeza, la incertidumbre, la locura... quizás el temor... quizás todo, quizás nada. Quizás sea el escepticismo que hace que no crea en nada sin pensar, o la fe, que me hace creer en todo sin pensar.

Llevo ya mucho tiempo en este estanque chico sin mucha gracia. Metiendo las patas para mojarme un poco. Para sentir que aún tengo pies y que quizás exista un camino. Conservo como un indicio de ser mis latidos y mientras los sienta y los escuche en este silencio melancólico, mantendré viva mi angustia y con ella mi bloqueo. Intento comprender el mundo para saber cuál es mi lugar en él. Y descubro tras las letras de otros que intentan explicarlo que no soy capaz ni siquiera de comprender mi existencia. Y que mi espacio está acá, reducido a estas paredes, con las persianas abajo, en donde no sea más perceptible que para mí mismo. Soy inerte así, pero inofensivo. La soledad no me permite saber si ya he enloquecido. Y eso es bueno, porque no me preocupa.

No recuerdo el momento en el que averié la brújula. En el que el norte empezó a moverse para todos lados y la aguja se quedó quieta. Sólo sé que desde ese momento la aguja y el norte nunca han coincidido. Y poco a poco la inercia de la vida me arrastra hacia el abandono. A sumergirme en las tinieblas. A fusionar la noche con esta oscuridad interna. A prescindir de ese hacer y patalear que sólo revuelve las cosas en el mismo sitio. Ah, quizás soy demasiado lúgubre. Pero entre esta niebla espesa no se nota. Ahora recuerdo aquel insecto de Kafka, patas arriba, incapaz de darse la vuelta atrapado por su caparazón. Así me siento. Pero menos lúcido.

He cambiado mis catarsis por drenajes permanentes y he hecho de la vida misma una tragedia. Y es una tragedia gestada en la mente, proyectada en el alma y enquistada en la voluntad, sin ningún soporte en lo exterior. Todo vive en mí y opaca hasta el sol. Soy alérgico a los días radiantes. Cuando alzo la mirada y no encuentro nubes, el azul del cielo me hace estornudar. Y no es una metáfora.

Tengo claro que no soy feliz, pero tampoco infeliz. No sé para qué hago lo que hago. Y aún más claro tengo que no sé si me gusta lo que hago. Quizás porque no hago nada... y no sé nada de la nada. Sé que vivo en una eterna huida que no llega a ninguna parte. Algunas veces pienso que es mi lastre. Otras que es mi esencia. Y la mayoría de las veces pienso que mi esencia es un lastre. Algunas veces creo que estas reflexiones son sólo cinismo. Y otras que son autocompasión. Y todas las veces sé que la autocompasión es por naturaleza cínica. Hasta lo que tengo claro es oscuro.

Y mientras llega la solución, ¿qué hago? Quizás fuera conveniente empezar a buscar el problema... por ahora sólo sé que llegó Morfeo, borracho otra vez, a dormir conmigo su resaca.