La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

lunes, 26 de noviembre de 2012

Crueldad.




Somos crueles, sí. Los humanos somos crueles. En ninguna especie he percibido tal crueldad como en nosotros, los humanos. Y creo que eso es posible porque somos conscientes sobre la crueldad. Para eso sirve esa porquería llamada razón.

He visto a mi gato divertirse con algún ratón indefenso soltándolo y atrapándolo de nuevo varias veces antes de merendárselo. Pero no le veo los ojos desorbitados ni la mandíbula desencajada de placer en el ejercicio. Es algo así como un ritual en el que pone a prueba su agilidad para confirmar que andar sin pelotas no lo volvió fofo y lento. Le mandé a quitar las pelotas aconsejado por varias personas de que era mejor así, para que no se meara en las esquinas de la casa, para que no se volviera insoportable con el maullar desaforado del ritual de apareamiento con las gatas y para que no llegara todo rasguñado el pobre. Es cruel, sí. Quitarle las pelotas a un gato es cruel. Pero yo soy humano. Por mi comodidad le mandé a quitar las pelotas. Me gusta su pelaje, su ronroneo, el característico aseo gatuno de buscar la cajita de arena o el parque en el que no dejan la evidencia al aire porque saben tapar bien. La independencia que se les ve al buscar cariño cuando quieren y el "no me joda" cuando no quieren. No como los perros, que no tapan bien y nunca aprendieron a usar cajita de arena. Y que siempre están batiendo la cola implorando afecto. Me gusta mi gato. Pero sus pelotas pudieron ser molestas y se las mandé a quitar. Eso es cruel. Y yo soy humano. Mi gato no me ha reclamado, no me desprecia por lo que le hice, no tiene consciencia sobre al asunto y por eso se deja acariciar. Porque no tiene esa porquería llamada razón.

La crueldad pues, nos diferencia de los animales. National Geographic nos hace pensar que la naturaleza es cruel. Esa persecución frenética de las leonas al ciervo bebé nos parece un acto de sadismo. Pero no, es la cadena alimenticia. El depredador busca con sus dientes afilados justo el cuello de su presa para provocarle el menor sufrimiento. Nunca veremos a una manada de leones secuestrando al pequeño ciervo y mandándolo por pedazos a su rebaño cobrando un rescate o pidiendo que uno más grande se canjee por él. Eso sólo es posible en los seres humanos.

Los humanos somos crueles con todo lo que nos rodea. Al menos con lo que tenemos al alcance. Pobre Marte cuando caiga en manos de humanos. Ya le estamos lanzando guantes robóticos y tomándole fotografías a su intimidad dispuestos a invadirle. Somos crueles con la naturaleza, con los animales y con los otros humanos. No ser cruel en la especie humana es un acto de abstinencia. Todos hemos sentido ese placer morboso que se desprende de la crueldad. Alguna vez. Así sea en la inocencia de la infancia. Yo lo experimenté lanzando moscas vivas a las telarañas. Me emocionaba ver cómo la araña se le avalanzaba a la mosca enredada y desesperada. Y ahora que lo recuerdo, siento el mismo vértigo. Pero me abstengo, con algo de desespero, de volverlo a hacer. Porque es cruel. Pero como la droga fuerte que se ha probado, si no trabajamos la voluntad con ímpetu, podríamos recaer.

Muchos ya se han resignado a su crueldad y viven de ella. Además, la disfrutan y les resulta lucrativa. Les llaman delincuentes. O políticos. O religiosos. O militares. O paramilitares. O guerrilleros. Es decir, son todos aquellos que viven de la debilidad del otro. Y como tenemos razón, esa porquería, no basta la crueldad física, también existe la crueldad psicológica. Las estructuras de dominación humana están diseñadas para enaltecer la crueldad. Hasta el propio Maquiavelo la percibió divertida y útil. Sugiere al Príncipe ser cruel de vez en cuando para infundir miedo. Y como si fuera poco, recalca que es mejor la crueldad con los amigos para intimidar a los enemigos.  Con juicio y dedicación ejercieron la crueldad tantos líderes humanos que no hubo duda alguna sobre su liderazgo. Ni sobre su humanidad. Gengis Kan, Nerón, Calígula, Hernán Cortés, Napoleón, Hitler, Stalin, Mao,  Karadzic, todos ellos tan líderes, tan crueles y tan humanos. El matrimonio de la dominación son la crueldad y el miedo.

La crueldad es inherente al humano. Controlarla, minimizarla y someterla, nos hace más animales, es decir, menos propensos a ser crueles por diversión. Todas esas comparaciones que se usan para tratar peyorativamente a una persona para equipararlo con un animal, son injustas. Con los animales. Bestia, salvaje, animal, hiena, buitre, cerdo, sanguijuela, perro, perra, zorra, lagarto, sapo... en fin, todas estos apelativos que se usan para ofender a las personas, degradan a los animales a la condición más vil de la creación: La humanidad.

Quizás esté omitiendo toda la bondad humana que existe. Quizás Jesús, Gandhi, la madre Teresa, Luther King y Mandela no merezcan todo este desprecio. Es verdad. Quizás "seamos muchos más los buenos que los malos", eterno cliché que reluce cada vez que la crueldad agobia. Pero sólo hay que recordar la forma en que murieron, vivieron o para lo que vivieron estos sublimes personajes para refrendar la ineludible certeza de que la naturaleza humana es cruel. La bondad humana es perseguida, flagelada y condenada por la crueldad.

Es agotador escribir sobre la crueldad porque el tema deprime, aburre, constipa, angustia. Además, no tiene fin. Estresa ¡Bah! Mejor me voy a acariciar mi gato sin pelotas... y sin razón.