La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

martes, 10 de agosto de 2010

El espejo, la esencia y el culpable


Hoy me sorprendí con un cuadro tenaz. Pero quizás no era más que un mensaje del de allá arriba para decirme algo. No era una visión y seguro, a cada uno de los que estábamos allí, nos enseñó algo. El mensaje que me dejó a mí abrió de tajo mi alma, me llevó a la depresión absoluta y a la reflexión profunda.

En el fondo de mis ideas, recuerdos, dolor y espasmos de alegría, surgió de repente mi propia esencia hablándome al oído. Era comprensiva y paciente, casi maternal. Me miraba con desconcierto pero al mismo tiempo estiraba su mano para sobar mi pelo… como consolándome.

Mientras miraba yo el dolor que sentía otra persona, para ser más descarnado, un niño, mis dolores fueron acrecentándose, arroyándome, casi aniquilándome. Pero no era el dolor convencional del engaño, el desamor o la indiferencia. Este era un dolor distinto, algo que nunca había sentido. Aquel niño, de unos nueve años, llevaba espumas atadas a sus manos y se golpeaba sin piedad su propia cabeza. Lloraba. Se notaba que en su interior una amargura muy profunda fluía como cascada y se regaba por entre sus dedos rompiendo su fuerza contra lo más vulnerable del ser humano… su razón.

Yo sentí como si él quisiera acabar con su cabeza para no tener que sentir, para no tener que pensar… para no tener que vivir. Lloraba con cada golpe pero con un llanto casi mudo. De sus entrañas ya no salían gritos. Tan sólo su cara dejaba ver todo el dolor que atacaba su ser. Hasta las lágrimas se habían evaporado ya… o ya no producían más su alma. Su razón ya no existía para aconsejarlo o detenerlo. Sólo ya no existía. Ese espacio ya estaba inundado por el sufrimiento también.

Entonces, por un instante, creí estar viendo un espejo. Sentí cómo mis manos golpeaban mi cabeza y no me podía detener, cómo deseaba con toda mi alma dejar de sentir, de pensar… de vivir. Me sentí al mismo tiempo como un niño indefenso y vulnerable… me preguntaba todo el tiempo, mientras me pegaba sin misericordia ¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué habiendo tantas personas en el mundo, me tocó a mí? Y cada pregunta era un golpe cada vez más duro, y cada respuesta era el impulso que le daba fuerza a mi mano para destrozarme.

Entonces, paré un segundo. Ya con sangre en mi nariz (así estaba aquel niño) me detuve y miré a mi entorno, con odio, buscando un culpable. Vi a muchas personas y las quise acabar. Pero percibí que ese deseo no respondería mis preguntas. Entonces agaché mi cabeza como queriendo buscar el infierno.

Vi a un señor fumando un tabaco. Todo era fuego a su alrededor. Él me miró de reojo ¿Qué me ves? Preguntó. –Tú fuiste maldito, tú fuiste el que puso todo ese dolor en mi interior, tus malditas tentaciones y tu aire de grandeza inundaron mi ser de sufrimiento ¡¡¡tú lo hiciste!!! – Sólo dejó escapar un lacónico “Ja”, se volteó y no me respondió nada. Yo sabía que no era él. Era demasiado obvio que su misión no era poner dolor en el alma de nadie. Perdería adeptos. Su función es distinta. Consiste en llenar los sentimientos de alegrías vanas, pasajeras y abrumadoras que al final enceguecen como el azúcar a los diabéticos. Es tan dulce y tan tentador que simplemente nos deja ciegos. Y así vivimos, él sólo nos presta su tridente para que nos sirva de bastón. El perro que nos guía en ese camino es nuestra “suerte”, que la queremos como lo más importante, pero no piensa, sólo nos lleva a donde nosotros queramos ir y a donde sintamos más placer.

Entonces, miré hacia el horizonte y el destino respondió de inmediato – A mí no me mires, yo sólo soy el designio de un poder superior. Quizás arriba te den una respuesta. – Mi ira iba en ascenso y ya había encontrado al culpable. ¡¡¡DIOS!!! Grité desafiante, como siempre. – Responde TÚ, responde que tú tramaste toda esta porquería para mi vida, sólo responde. – Entonces, súbitamente, aquel espejo desapareció y otra vez vi al niño desesperado golpeando su cabeza. Alrededor, la gente también despertaba de un letargo extraño, cada uno volvía de su propio espejo.

En ese justo instante encontré todas las respuestas. Dios me había escuchado a pesar de mi insolencia y se había condolido.

Mi esencia empezó a hablarme con serenidad. -El problema no está en tu mundo convencional ni en el de Dante. Tu problema ni siquiera es problema ¿Ves todo lo que te rodea? - Preguntó. Sí, dije con algo de disgusto. – Esa es la vida – Inquirió -¿Sabes cuántas de estas tienes? - Insistió presurosa. Una, no creo en más. Le dije. Agachó la cabeza, dejó de consentir mi cabello y asintió. Me dijo: - Aquí el injusto eres tú – en tono de regaño. - Tú percibes que lo que te rodea es la vida, eres dueño de ella en un gran porcentaje, y por lo menos sabes qué fluye en ti, qué te hace actuar en alguna dirección ¿Ves a ese niño? - Sólo moví la cabeza hacia arriba y hacia abajo. Me sentí apenado. - Él no tiene todo lo que tú tienes. Él está vivo pero no lo sabe, y tiene muchas más preguntas que tú, créeme. Dios también le dará las respuestas a él, pero tomarán mucho más tiempo y quizás nunca las comprenda. Entonces, deja de mirar con odio, de reclamar con rabia, de buscar culpables en dónde no los hay.-

- Amigo – iba concluyendo – bienvenido a la vida, aquí no hay problemas, lo que existen son retos, y entre más problematices un reto, menos tiempo vas a tener para superar el siguiente. Quizás ese niño que tú ves ya encontró el reto de su vida, y sólo ese lo llevara hasta el final. El final es quién lo espera, quien tiene todas las respuestas. Tú puedes vivir de reto en reto si te lo propones y entre más retos superes, más cerca estarás de quién tiene la clave de los acertijos… al final, las respuestas serán sólo tuyas.-

Mi esencia se fue, se esfumó… el niño también… pero mi vida no.

sábado, 7 de agosto de 2010

El viaje que no fue de la mula que no era.


Su rostro es tan parecido al de la muchacha que me atiende en el banco, y la expresión de su rostro denota tanta ingenuidad, que parece obvio que se halla cumpliendo una pena por un desliz que la vida le cobró con creces. A Fanny Paola Mercado nunca le faltó con qué comprar el homófono de su apellido. Era una persona normal, de una vida normal, con dificultades económicas normales, de una familia de clase media en una sociedad en que la miseria jala con fuerza.

Nació en un barrio popular al sur de la capital hace 26 años dentro de una familia convencional de papá, mamá y hermanos. Ella era la del medio, entre una hermana y un hermano. Siempre se caracterizó por su rebeldía y sus posiciones radicales, quizás alimentadas por el excesivo consentimiento de sus padres y su espíritu de líder. Recuerda que desde niña tenía un temperamento muy fuerte. Nunca dejó reto sin desafío ni oportunidad sin revancha. Recuerda también, mientras sonríe, que cuando estaba en décimo grado en el colegio Cafam, encabezó la resistencia estudiantil que a la postre frustraría la intención de las directivas de uniformar a los estudiantes. La suspendieron una semana, pero nunca usó un uniforme.

Décimo fue un año de rebeldía en la adolescencia: “yo era inteligente pero vaga” dice sin vergüenza, quizás porque siempre admiró su inteligencia. Por esa época se separan sus padres, sin traumatismos, como esas relaciones que se agotan con el tiempo.

Pudo seguir estudiando de día, pero en un gesto de independencia decidió trabajar de día y estudiar de noche. Se colgó un maletín de mensajería a las espaldas con el sello de “Helados Robin Hood”, que dejaba para coger el de libros y salir a estudiar de noche en el colegio Nicolás Esguerra. Allí se dio cuenta de que tenía que darle celeridad a su vida y decidió estudiar algo más ágil, que la sacara más rápido de esta etapa y optó validar en el Instituto San Miguel de Chapinero, y de esta manera mató dos pájaros de un solo tiro, terminó el bachillerato en 1.994 y obtuvo el puntaje de Icfes necesario para entrar a la Universidad.

Pero por esas coincidencias cósmicas de reencuentros del destino, el estudio tuvo que esperar. Un noviecito de colegio apareció con serias intenciones. Paola se hacía vulnerable entre el espacio de la rebeldía y las decisiones que definen la vida. Se decidió por el amor y en poco tiempo ya había creado ese castillo imaginario de los amantes que usualmente se queda en el cielo. Una semilla creció en el vientre de Paola, paradójicamente, cerca al mismo que años más tarde llevaría su desgracia.

Su hija crecía dentro de ella y ella pensaba en como conseguir el dinero que implica traer a alguien al mundo. Trabajaba en Robin Hood y se cuadraba unos pesitos en una casa de banquetes nocturna. Eso le dio para vivir sin apuros, pero Nelson, su novio, no despertaba del letargo de ser un joven y tener que asumir la responsabilidad tan grande como lo es un hijo. Ella asumió el peso de su hija, de la falta de compromiso de Nelson y de su propia vida que venia complicada. Nelson entró a estudiar y se acopló con facilidad al ambiente universitario de rumba, trago, mujeres y desorden. Paola, abnegada, centró su amor en quien le diría mamá, y poco a poco el amor por Nelson se fue extinguiendo por su desapego y vida loca.

El 11 de mayo de 1.996 nació Paula Alejandra, la brújula de su vida. Tomó la licencia de maternidad y esos tres meses fueron suficientes para darse cuenta que tenía que impulsar su independencia. La mamá presionaba la responsabilidad que ella sabía de antemano. La niña para la guardería y ella para el trabajo. Un hijo cambia la vida, pone los pies en la tierra, pero hace el bolsillo más estrecho. Esa es la verdad. Sin embargo, sigue adelante con su niña y viviendo en la casa, pero sin darle mayores trabajos a su madre. Nelson se iba, se diluía en su vida, primero en el corazón y luego físicamente, con su ausencia. Lo que podía ser un hogar sucumbió en los deseos de vivir sin responsabilidades cuando se intuye que otro las puede asumir por uno.

En el 96, las vacas flacas se dejaban ver venir. Sus hermanos y sus padres se quedaron sin trabajo, alguna reservita quedaba pero ya era necesario que Paola aportara lo poco que ganaba para todos y para su niña. Gracias a Dios pasó rápido y todo volvió a la modesta estabilidad, pero ya la casa estaba hipotecada, como el germen del desespero que desencadenaría lo posterior, lo que la tiene tras las rejas.

Cambió de trabajo en el trajín normal de quien no tiene estabilidad pero si talento para no dejarse colgar. De recepcionista, de asistente o de lo que saliera, pasó por tres o cuatro empresas.

Sin mayores sobresaltos, repartiendo el tiempo de la vida entre su trabajo, su vida y uno que otro capricho pasajero se encontró de frente con un ligero accidente. Primero insignificante, después indeleble en el alma, el cuerpo y en la vida. Su mamá enfermó y ella la llevó al médico como lo haría cualquier hijo con sentimientos. El enfermero era demasiado amable en un gremio caracterizado por su deshumanización y trato mercantil del cuerpo y el dolor humano. Pero el trato amable de este gentil enfermero llamado Juan Manuel iba más allá de su interés altruista de querer servir. La verdad es que Paola le gustó más que la enfermedad de su mamá y empezó a conquistarla con detalles simples pero encantadores, y así cautivó el amor de esta joven, lo que a la postre sería un fracaso de amor como muchos, y una experiencia de vida invaluable pero dolorosa.

Él era casado, y como todo hombre casado que quiere tener una aventura, le decía a Paola que estaba muy mal con su esposa, que eso iba a acabar, que vivía bajo el mismo techo pero no compartían la cama. Ella creyó, él mismo se creyó y la relación con su esposa colapsó definitivamente. Ella se enamoró y más allá de los prejuicios y problemas le apostó a esa relación, que a la larga no iba para ninguna parte, ni en tiempo ni en distancia.

Paola tenía una hermana mayor con la que no compartía las mejores relaciones. Por aquellas cosas de Corín Tellado o Mujer, casos de la vida real, Milena, la hermana de Paola, conoció a Juan Manuel. Más allá de su bata blanca, le gustó él y él, no se mostró indiferente, luego, todo queda entre familia y entablaron una relación paralela. Entonces, Paola ya no sabía si él engañaba a su mujer con ella o la hermana la engañaba a ella con su novio. El caso es que ese ídolo de barro blanco se cayó y se rompió y nunca más volvió a sentir amor por ese gentil enfermero. Sin embargo, como toda relación establecida, esta siguió por inercia, y ella siguió también su vida en muchos aspectos. Refugió su dolor en el licor, la rumba y todo aquello que le hiciera olvidar que su vida iba pasando y las metas propias de una líder se iban estancando en un lugar oscuro.

“El año 98 fue en año tenaz” dice entre una evocación poco melancólica. Lo último que faltaba era compartir su vida con su dolor, y ello ocurrió efectivamente. Un día cualquiera apareció Juan Manuel con una maleta para darle la “buena noticia” de que viviría con ella con el beneplácito de la madre. No había más remedio de aceptar, querer quererlo sin amor, pero esto es muy difícil. La cama se convierte en un martirio cuando se comparte con alguien que cree que sueña lo mismo en las noches. Cuando el amor muere no vuelve y él no lo aceptaba, sólo quería estar con ella a cualquier costo, hasta el de su propia dignidad y la tranquilidad de ella. El hombre que pone cachos con la hermana, ahora celaba a Paola en todo lugar y por toda razón, el ladrón juzga por su condición.

Era normal verlo en la puerta de la empresa donde trabajaba ella para ver con quién salía, que dirección tomaba, con quién hablaba, a quién besaba en la mejilla o un poco “esquiniado”, todo era un escándalo bochornoso que dio al traste con las aspiraciones laborales de Paola, por ello perdió un empleo y mucha paciencia, el trago era su consejero y la vida se le desordenó. Su mamá alzó su mano y la estrelló contra su cara cuando el trago ya le había hecho perder gran parte de su consciencia. En un gesto de amor propio acudió a Alcohólicos Anónimos, ya estaba cansada de ser una borracha conocida.

Juan Manuel, el enfermero, ahora sin empleo, se suicidaba cada vez que Paola llegaba tarde hasta que a ella dejó de importarle. La muerte no tiene sentido cuando ya ni el amor se valora. La situación se hizo insostenible y afortunadamente, por fin, Juan Manuel lo entendió. Él se fue a vivir a cuatro cuadras de donde vivía Paola. Muy lejos para dormir con ella pero muy cerca para olvidarla. Ella lo vio partir con dolor, pero sabía que era lo mejor, el amor ya no volvería jamás.

Su vida continuó otra vez entre su hija, su trabajo, lo que saliera, y su vida, otra vez su vida, Juan Manuel se enamoró de una azafata de Avianca y eso provocó alguna distensión del amor por Paola.

El 2.000 fue un año pasivo, tanto que Paola recuerda muy poco de ese tiempo, como si su vida hubiese llegado a la parte tranquila del mar donde se presagia una inevitable tormenta, y así fue.

En Enero del año 2.001 Paola presentó su hoja de vida a Colsubsidio para trabajar de cajera en la ciudadela. Como siempre, sin mucha dificultad, pasó y empezó a trabajar allí. Por esta misma época la novia de Juan Manuel lo sacó de su vida, y otra vez, así fuera virtualmente, se refugió en el amor inexistente de Paola. Esto marcaría el principio del fin de la libertad de Paola.

El trabajo honesto, la estabilidad y una vida humilde marcaban el rumbo de Paola, no se esperaban mayores sobresaltos en su vida.

Semana Santa de ese año marcó los contrastes de la vida de Paola, esos contrastes en los que se mezcla lo incompatible para hacer daños totales. Un amigo de colsubsidio invitaba a Paola de los actos litúrgicos de la semana de Pasión, y la pasión de Juan Manuel impulsada por sus celos enfermizos, llevaron al colapso la incertidumbre de una vida difícil.

Después de la conocida escena de celos, Juan Manuel descansaba sentado en un andén. Transcurría el mes de abril y Paola se sentó a su lado para escuchar una rara noticia. Juan Manuel se iba de viaje y quería que Paola le cuidara su perro de manchas. Paola accedió, pero ese viaje intempestivo de enfermero varado le causaba curiosidad.

Finalmente, se enteró de los motivos del viaje, y con los motivos vendría la propuesta. Juan Manuel se iría para España “cargado” como una mula, y necesitaba una coartada. Una pareja joven iba de “paseo” a España. Suena normal, pero en un modus operandi tan trajinado que finalmente esto los haría fracasar. Pero la ambición de éxito, y el sueño irreal de querer resolver todos los problemas de una, sobre todo económicos, pudo más que la cordura. Paola se vio atraída por la posibilidad de pagar la hipoteca de la casa que se iba perdiendo en esos absurdos créditos que le dan a uno para vivir y luego perder todo y vivir pobre y endeudado.

Lo estaba pensando, y cuando quiso entrar a definir, la situación ya estaba resuelta. Llego a la casa de Juan Manuel cuando los contactos estaban allí. Le preguntaron a Juan Manuel con quien iba a viajar, y el sin titubear cogió a Paola y dijo “con ella, ella es mi esposa”. Sin cura se celebro la boda que levaba de luna de miel a Paola y Juan Manuel, sin cura estaba ya la situación. Riesgo tomado, riesgo que mata, riesgo que quita la libertad. Un Kilo de droga en cada barriga y mil sueños. El de ella, pagar la hipoteca, y el de él vivir con ella dentro de su obsesión enfermiza de quien no entiende que el amor no vuelve y menos de una barriga llena de droga. En este caso no aplica el dicho de “barriga llena, corazón contento”.

Sus aspiraciones de estudiar sistemas el en SENA se vieron truncadas por la intransigencia de su madre. Estudiar con una hija es imposible y su mano no sería suplente de Paola cuando esta no tuviera. Por eso declinó esta posibilidad. Juan Manuel llamaba todos los días y esto no gustaba a la mamá de Paola. Por algo dicen que las madres siempre tienen una fuerte intuición cuando algo malo le puede pasar a un hijo.

Ahora lo único que faltaba era cuadrar lo del trabajo. Paola iba a pedir unos días, los suficientes para salir con unos pocos centavos y regresar con 15 millones de pesos que era la suma ofrecida. Eso se cuadro fácil. En la casa nadie sabía, sólo una carta portaba la noticia que Paola no podía sacar de su voz. Sabía que podría ser fatal, y la fatalidad es mejor dejarla registrada en un papel, como el suicida, el loco o el romántico.

Sólo se esperaba la orden, la indicación definitiva del viaje sin igual retorno. Era el viernes 8 de junio del año 2.001 y repicó el teléfono en colsubsidio de la ciudadela. Ya estaba la fecha y la hora. Las indicaciones eran claras. Ella debía estar a los dos de la tarde en Plaza de las Américas para comprar la ropa que sirve de fachada a los viajeros. Así lo hizo. Cumplida compró ropa que jamas usó, con plata que nunca disfrutó. Vuelve al trabajo a cuadrar el tiempo, a hablar con los jefes como una despedida corta, pero sería muy larga en su vida. Quizás nunca más la miren a los ojos.

Salió esa noche de trabajar a las 8 de la noche y fue a su casa. No le hablaba ni el radio. Su hija la esperaba para dormir como todas las noches. La miró a los ojos con amor profundo de madre, cargada de ilusiones vanas y con el estómago dispuesto a recibir cápsulas de gloria o fracaso. Esperó a que cerrara sus ojitos y la miró hasta que expiró en un sueño eterno de libertad. Empacó unas pocas cosas y se fue a reunir con su destino. Ese que empezó mal en una falsa amabilidad, que enamoró a su hermana y que enfermó de celos hasta que la acaparó en su locura frenética de tener mucho con muy poco esfuerzo. No tuvo valor de dejar la carta y la conservó para dejarla con alguno de estos mercaderes de la libertad.

Llegó y los buitres ya festejaban. Preparaban las cápsulas para que fueran ingeridas por las mulas. Ingenuas, llenas de planes que en el fondo sucumben tras las rejas. La carga es como un flete de camión. Lento, en orden. Pudo tomar toda la noche. No se puede masticar, con los dedos se mete hasta el fondo donde empieza la faringe, y en un esfuerzo gutural soberbio se pasa hasta que baja lento para descansar en el recipiente, el estómago. Cada cápsula pagaba una cuota de la hipoteca. Se justificaba.

La noche fue larga y a punta de relajantes quedaron dormidos un rato, un corto rato de noche de libertad. La trama es total, la peluquería no podía faltar para los actores del infortunio. La mañana del nueve de junio ese fue le plan, preparar a las bestias, con doce pastas de lomotil se cerró el flete.

El vuelo salía en la tarde y Paola aún apretaba la carta contra su pecho. La dejó con uno de los buitres quien prometió entregarla. La cita era en la bomba de la Boyacá con 53 para ser dirigidos de allí al aeropuerto. Por cosas de la vida, y como un aviso celestial llegaron cuando el vuelo ya se había cerrado. No pudieron viajar ese día como diciéndole a Paola que aún era tiempo de arrepentirse. No se arrepintió e insistió una noche más, otra noche igual, más larga y tediosa en la que su mente era colmada por las mil preguntas de su hija en su vaga inocencia.

Al otro día, todo estaba preparado. Preparadas las bestias y el flete, la ropa y la trama, todo menos la certeza del futuro y el infortunio. Esta vez no podía fallar el tiempo, por eso llegaron a la una de la tarde cuando todo estuviera holgado. En la fila de las maletas y el registro de vuelo cayó una de las personas que la noche anterior se había cargado con ellos. Un señor cuarentón como los fantasmas de Ghost fue aprendido para nunca volver a la libertad hasta que un fallo lo dijera. Otro aviso celestial que Paola no entendió, la terquedad propia de la mula ya la había transformado.

Sintió hambre, llevaba más de un día y medio sin comer y se embutió una hamburguesa. No le afectó. Pasó los filtros con su “esposo” ficticio hasta la sala de espera. Sólo esperaba la hora de abordar. La hora fatídica que parte la vida entra la libertad y el encierro. No sospechaba que sentiría si algo fallaba, se había convencido de que todo saldría bien. Llegó a la fila de abordaje, el avión era un remanso de paz hasta la otra orilla del charco. Eran los últimos de la fila como aquel grupo de rock español que ya nunca podría ver en un concierto. Un agente vestido de civil se le acercó. Sin preámbulos le dijo “usted es Fanny Paola Mercado, usted sabe que no puede viajar”. Cuando buscó refugio en su "esposo" él ya estaba por cuenta de un uniformado. Había caído pero los relajantes no dejaban que Paola cayera en cuenta que ese era su último instante fuera de unas rejas.

No viajo ni conoció a España ni los quince millones prometidos. De ahí, la subieron a una camioneta azul a Fontibón para pasarla por los rayos x. Esa fotografía imborrable de su interior fue nefasta. Un estómago con restos de hamburguesa alrededor de unas cápsulas que parecían pequeños cohetes. Era confirmado. La ley 30, tráfico ilegal de estupefacientes, proceso, la ley, la libertad.......adiós. El avión ya iba rumbo a España y ellos para la cana. Diez personas más con ellos.

Vuelta al aeropuerto para el D.A.S., la foto de rigor de la cara del capturado y una llamada. Llamó a una amiga, no a su mamá, le dejó razón con el esposo y empezó a ver como se cierran las luces del sol cuando uno está en cautiverio. De ahí esposada para el hospital de Puente Aranda para expulsar el sueño de 15 millones.

Al hospital llegó su amiga Sandra, una amiga del colegio, su mamá y sus hermanos. Lágrimas por doquier de dolor que desgarra. La cárcel y la muerte son dos experiencias muy duras. Su mamá había ya leído la carta, que entre sus apartes decía “Por favor pídale a Dios que me vaya bien”. Su madre, entre sollozos, oró por ella y de alguna manera logro que fuera retenida acá y no en España, en donde la soledad y la discriminación la hubiera marcado con huellas de marca de ganado.

Aquí todos tenían algo que ver, la presión de la mamá, la ambición de ella, la ligereza de su hermana, muchas cosas confluyeron en una receta maligna que lleva a una joven a jugarse la vida por un kilo de ilusiones efímeras. La mamá le pidió perdón y ofreció su mano para los momentos difíciles que se venían.

El 13 de Junio se la llevan para la aeroportuaria, un improvisado centro de detención de la aeronáutica, un cuarto de detenidos que más parece una oficina vacía. Dormía en el suelo, miserable, con el rigor para quien ha fallado y no merece piedad. Allí vio de lejos a la niña pero no pudo hablar con ella. El sólo hecho de no ver cerrar sus ojitos esa noche y muchas que vendrían, le hacía un nudo infranqueable en la garganta.

Ahí una semana, su “esposo” también. Él salió para la modelo y ella para la estación de Fontibón una semana después. Mezclada con “mecheras” o ladronzuelas, el clima era hostil. Le robaron el maquillaje que ya no utilizaría porque un buen tiempo no tendría para quien verse bella y un pequeño radio que era su única ventana a la libertad. Se hizo amiga de doña Conchis, quien se reía pues por su edad no podría ser recluída.

El 27 de Junio se la llevaron para el Buen Pastor, esposada como una fiera rabiosa, como muestra de la degradación humana en condiciones de cautiverio. Llegó dispuesta a no dejársela montar de nadie, ya venía envenenada. Le tomaron otra foto, con placa en pecho en frente y de perfil. Sus dedos pasaron por la tinta donde muchas delincuentes que habían halado de un gatillo los habían marcado. Esperaron un rato en el patio de recepción para pasar al patio, el mejor era el quinto. Allí fue ella pues se notaba que no era mala, sólo un poco ingenua e ilusa. Desde los otros patios le gritaban “carne fresca” y en realidad lo era, una bella mujer, joven, que serviría para satisfacer los instintos que se alborotan con tiempo de encierro. Pero nunca la maltrataron en ese aspecto. Su compañera de celda era neurótica pero respetuosa.

Pero la tragedia no sería eterna, el carisma de su esencia y su verraquera en momentos difíciles la perfilaron para salir del encierro del común. La Delegada de Derechos Humanos para el patio le pregunto si sabía sistemas. Ella sabía, y sabía que Dios existe, que un error lo comete cualquiera y que merecía estar mejor. Pasó a trabajar en la subdirección y a dormir en las celdas para las internas que trabajan extramuros. Quizás es una privilegiada, pero como ella dice “cana es cana”. Ahora su ventana a la libertad es una pantalla parecida a la que les lleva esta historia. Le puede quedar más de un año en la cárcel pero aun no pierde el resplandor de su sonrisa ni el brillo de sus ojos. Sabe que saldrá y buscará la felicidad en las cosas simples de la vida, las que de verdad valen la pena. Su mamá nunca le falla, no fueron muy amigas pero ahora es su mamá, lo más bello que uno tiene en la vida.

Su hija está con Nelson, quien en un gesto de soberbia ha impedido que ella la vea, como si el cautiverio o el castigo fuera también para Paula Alejandra. Su mamá cometió un error y lo está pagando, pero ella es una niña que pregunta por su mamá. Ella entenderá cuando crezca y las dificultades de la vida le muestren que hay momentos cruciales en la vida en los que apostamos todo por nada, sólo para superar esas mismas dificultades.

De vez en cuando, la visita uno que otro amigo, cada vez menos, y de Juan Manuel sólo sabe que esta en la casa, le dieron domiciliaria, quizás por ser más amigo de los delincuentes, del poder. Los buitres deben seguir cargando bestias, las que caen, caen, y las que pasan los hacen ricos. Ese es el negocio.

Para Paola esta es una experiencia, muy dura por cierto, pero sabe que saldrá y podrá retomar el rumbo de su vida, aquel que una aventura le trunco por unos años. Ahora valora todo lo poco que tenía pero que había logrado con dificultad, allí estuvo el mérito.

Yo salí de la cárcel y ella se quedó adentro. A la salida, su padre la esperaba con una sonrisa pero sin poder ocultar las lágrimas. Sólo le dijo: “hija, como me alegra verte”. No la había visto en los nueve meses que lleva encerrada, y ese abrazo la llevó a la libertad, a los suyos, a lo sencillo.

Yo me fui, ella se quedó, pero me llevo su experiencia y un legado de vida. Ella nació cuando la mula no era más que el cruce de un burro y una yegua. Ahora ella es catalogada como tal, y no tiene nada de burra, pero si de yegua, las ansias de libertad y el deseo de cargar el peso de estar vivo y tener que ganar la vida a pulso.