La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

miércoles, 14 de marzo de 2012

Promesas, promesas...


Las promesas no son más que paliativos para la conciencia. Casi nunca vienen de la espontaneidad de un impulso de bondad sino motivadas por dos factores, principalmente: Un interés soterrado, como las promesas de los políticos o la reivindicación de una cagada, como las mías.

Siempre que cometo una embarrada, hago una promesa. Que me dura hasta que cometo el mismo error un tiempo (no mucho) después. Ese día hago una nueva promesa, con mayor ahínco, con mayor arrepentimiento, con mayor compromiso. Las promesas son como curitas que se van cayendo poco a poco mientras sana una herida infectada.

He prometido por ejemplo, no volver a jugar en un casino. Siempre hice esa promesa después de perder, nunca, después de ganar. Cuando entregaba el dinero en la mesa de Black Jack, la contrición acompañaba mis pasos, muchos pasos, del casino a mi casa, porque perdía hasta lo del bus. Prometí por ejemplo, no dejar todo para última hora. Siempre hice la promesa cuando la última hora era corta, inútil, vana. Prometí también controlar mi ira. Casi siempre lo hice secando lágrimas, propias o ajenas.

Prometer. Es algo así como un elemento favorable para meter uniendo un prefijo y un sufijo. Algo así como que para crear hay que procrear, para procrear hay que meter, para meter hay que prometer. Es decir, sin promesas no habría sexo. Triviales o profundas, trascendentales o superficiales, para meter, hay que prometer. Una vida o unos pesos. Un deseo o una necesidad. Un orgasmo o un frenesí.

Las promesas son tan funcionales a las mentiras... Parece que uno rogara por mentiras cuando ruega por promesas. “Prométeme que…” es como pedir “Miénteme para…”. Las promesas son un contrato falaz. Un acuerdo de voluntades en el que llegamos al consenso hermoso de aceptar que nos vamos a mentir y que esas mentiras serán aceptadas. La promesa es una firma con tinta indeleble sobre el agua.

Las promesas me han llevado surfeando la vida sobre olas de apariencia. Soy creíble porque hasta yo mismo creo en mis promesas. Y mis promesas son creíbles, infalibles e incontrovertibles. Y lo son porque un día me prometí romper todas mis promesas.

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