La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

jueves, 18 de julio de 2013

Un tipo extraño.




Ya encontré mis pies debajo de la cama. Me los voy a poner. Hoy me pondré los dos izquierdos. Es simpático verme girar sobre mi propio eje sin poder ir a ninguna parte. Ayer lo hice con los dos derechos pero no me gustó tanto. No me podía ver bien en el espejo girando en ese sentido. De vez en cuando me pongo uno de cada uno y salgo a caminar por ahí, como cualquier persona. Pero eso sí que me gusta menos. Cuando me los pongo al revés, la gente me mira raro, porque camino cascorvo.

No sé si soy un tipo extraño. No me puedo comparar con otros porque no hablo con nadie. Sólo me siento por ahí a mirar gente. Gente. Qué cosa rara es la gente. Toda es tan igual pero tan distinta. En términos generales, todos tienen más o menos lo mismo. Un rostro y en él un par de ojos y de orejas, una nariz y una boca. La nariz con dos huecos que les dicen fosas. Un par de brazos con sus manos, un par de piernas con sus pies. Una de cada uno. No se ponen los pies repetidos, como yo, para girar en su propio eje. Ellos van con los pies bien acomodados, andando para adelante, así no sepan para dónde van. A no ser que hayan caído en desgracia y les falte uno o los dos pies, o los tengan pero no les sirvan.

Me cuesta trabajo comprender su rutina y su intención. La mayoría madrugan, corren, se enlatan en los medios de transporte. Se les ve angustiados yendo de un lado para otro casi siempre con algo en la mano. Algo a lo que se aferran como si allí llevaran su vida. Corren en la mañana, al medio día y en la tarde. Corren todo el día para llegar a un lugar y a otro. Corren toda la vida para ser pobres. Miserablemente pobres. Eternamente pobres.

Progresar es salir de las latas del transporte público para montarse en su propia lata espaciosa. Para mirar desde allí, mucho más lento, como otros están allí, enlatados con los demás. Y son pobres. Ahora son "ellos", los pobres. "Llegaré más tarde, pero en mi propia lata".

Y al bajarse de esas latas, todos vuelven a sus pies ubicados correctamente, siguiendo hacia adelante, así no sepan para donde van. Unos pies se posan sobre las cabezas de otros como si fueran peldaños de escalera para llegar alto. Un alto que es encima, porque de nada sirve estar alto si no es para estar encima. Habilidad, astucia e inteligencia,  es lo que se necesita para llegar alto, para estar encima de los demás.

La gente es toda igual pero diferente. Las diferencias se luchan, se ganan, se reivindican y se mantienen durante siglos. A eso lo llaman cultura. Hasta que alguien abre los ojos y los demás le siguen. Hasta que ese alguien logra lo que quiere y oprime a los demás. Y a eso lo llaman civilización. Los de abajo sostienen a los de arriba y les rinden pleitesía. Se reverencia a quien lleva ropajes lujosos. Se desprecia al que escasamente puede vestir. Esa es la gente.

La riqueza se ostenta con soberbia y la pobreza se lleva con resentimiento. La gente ha creado un sistema para elegir a sus verdugos, a sus opresores, a sus amos. Le llaman democracia, dinastía, tradición. O simplemente gobernantes. La democracia, por ejemplo, vende sonrisas en carteles gigantes. Desde el cartel se ríen de la estupidez de la gente. Esa que saben manipular para pisotear cabezas para llegar alto, para estar encima. Esa gente que los elige cuando les ponen bien los pies para ir a las urnas a votar.

Lo que el mundo provee, ahora cuesta. La gente transforma el mundo y lo vende. A eso lo llaman mercado. No entiendo mucho de eso, porque no tengo con qué comprar el mundo que me venden. Sólo tengo mis pares de pies que yo mismo inventé.

Y la verdad prefiero ponerme mis pies repetidos, andar en círculos abriendo un hueco en la tierra con mis pasos. Los pies bien puestos sólo me sirven para salir a lugares para mirar esa miseria llamada gente. Los pies bien puestos me sacan de mi refugio, ese en el que ando en redondo para no cruzarme con la gente.

No sé si soy un tipo extraño. No hablo con nadie para saberlo. Sólo sé que cuando los veo me parezco a todos. Salvo cuando me pongo mis pies repetidos. No me gusta la gente. No la extraño ni me hace falta. Sólo la observo y me aflijo. Los veo en sus latas de ruedas o rieles apretujados para llegar a donde hay más gente. Para llegar a poner la cabeza de peldaño para que otro se suba. A mascullar el dolor, la rabia y la impotencia.

Gente, qué cosa rara. Viven bien unos, sobreviven apenas los otros. Todo está tan meticulosamente puesto en forma de pirámide. Todo está ubicado maravillosamente para que unos corran de madrugada apretujados en latas para llegar rápido a un lugar en donde servirán de peldaño para que otro llegue arriba en su lata espaciosa.

A la gente metida en una bolsa imaginaria le llaman sociedad. Y todos caminan con sus pies bien puestos para meterse allí, para respirar abriendo orificios en cualquier parte, codeándose entre la masa, con los ojos clavados en el piso, con el cuerpo esquivando pies.

¡Bah! Me quedaré acá con mis pies repetidos girando y girando. Marcando mi sendero, siendo un tipo extraño. Aunque no lo sé porque no he hablado con nadie. Pero no me gusta la gente y no me quiero meter en eso llamado sociedad. Entonces soy un tipo extraño ¿Y ahora en dónde puse mis pies repetidos?









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