La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

lunes, 6 de enero de 2014

El alma libre y la confusión.





¿Qué pasaría si el alma pudiera liberarse? Si pudiéramos divagar más allá de esta cárcel viva envuelta por piel que llamamos cuerpo, si pudiéramos viajar más allá de esta nave esférica, verde, azul y gris anclada a su órbita que se llama Tierra.

Eso es lo que pienso echado en el pasto en la noche mientras cuento millones de punticos brillantes en el firmamento cuando las nubes me dejan y la luna se oculta. Sé que la religión y la ciencia ya se han preguntado esto muchas veces y que tienen sus propias respuestas. Pero he decidido desconfiar de la ciencia y no creer en la religión, para simplemente entregarme a mi imaginación, el único ente en el universo al que le rindo culto. La ciencia y la religión son la imaginación masificada de otros.

Se nos ha dado la razón para comprender el universo y un cuerpo que ni siquiera es capaz de vivir sin oxígeno. Aunque se nos exige gratitud para ese ser omnipotente inventado que llamamos Dios por permitirnos ser conscientes de nuestra insignificancia en el cosmos, yo siento que esta condición es cruel. Estamos girando dentro de un espacio inaccesible. Somos imperceptibles ante la infinitud. Y desde acá sólo podemos ver destellos titilantes como ilusiones lejanas.

Entonces cierro mis ojos e imagino. La única forma en la que puedo transportarme hacia los astros distantes. Imagino que mi alma es libre, que puede volar, flotar y desplazarse más allá de los confines de esta estrecha atmósfera para indagar. E imagino que mi alma está provista de los sentidos que tiene mi cuerpo y la capacidad que tiene mi mente, pero que soy inmune al dolor. Y sin dolor no tengo miedo. Y sin miedo no tengo límites.

Entonces viajo. Y mi viaje está lleno de todo y de nada. De todo lo que no sé, porque nada conozco. Desde afuera veo que este planeta, que para mí lo es todo, en realidad es poco, casi nada. Y lo dejo allí, girando, sabiendo que en su interior todo lo vivo envejece y muere vuelta a vuelta. Y me voy.

Me voy sin la curiosidad del científico. No quiero saber de qué está hecho el cosmos ni cómo funciona. Quiero saber de qué estoy hecho yo y para qué existo. Quiero saber qué es el espíritu, la razón, la trascendencia, los sentimientos, el amor, el sufrimiento, el dolor, la vida, esa vida propia que es tan fugaz en este espacio ilimitado. Por un instante recuerdo que las lucecitas que veo en la noche son reflejos de hace millones de años y que cuando mi alma imaginada llegue allí, quizás esa luz ya no exista.  Que esa luz es miles de milenios más antigua que mi cuerpo sin brillo. Que en la magnificencia todo es aparente.

En mi recorrido quisiera cruzarme con el asteroide B-612 y ofrecerle disculpas al Principito y a su Rosa por no haber leído nunca su libro completo. Quisiera preguntarle a él si ya encontró sus propias respuestas, porque yo no he podido encontrar las mías. Entre más distancia tomo del mundo, más lejos estoy de las respuestas y mucho más cerca de la incertidumbre. Porque las respuestas necesitan un contexto y mi alma viajera ya ha perdido las referencias. Ya no tiene al mundo.

Entonces libre soy como un fantasma errante, sin preocupaciones ni ocupaciones, sin responsabilidades y sin semejantes, sin horarios ni lugares, sin tiempo ni espacio. No tengo nada. No soy nada. Soy mi alma divagante entre astros habitados e inhabitados y prolongados vacíos, preguntándome cosas que ya no tienen sentido porque no tienen contexto. Y mi confusión se hace tan grande como el universo. Mis dudas son infinitas y por infinitas ninguna. 

Soy realmente libre. En el cosmos yo soy mi propio planeta, mi propio punto de referencia y mi contexto. En el infinito soy el centro de todo y todo gira a mi alrededor. No es egoísmo. A cada alma divagante le pasará lo mismo y hay mucho infinito para cada una. 

Entonces comprendo el calibre de mi grillete. Súbitamente siento el frío del pasto húmedo en mi espalda y dejo de volar, de imaginar. Comprendo que la fuerza de la gravedad no es un capricho, porque nadie estaría atado a los límites del tiempo y el espacio que nos brinda esta esfera viva verde, azul y gris por su propia voluntad. Y comprendo que esta esfera, perdida e insignificante en la inmensidad del cosmos, me ha permitido vivir. Y le ha permitido a mi cuerpo echarse en la hierba para imaginarse en las estrellas. Me ha permitido inventarme a un Dios que yo creo que me inventó a mí. Me ha permitido ser un recipiente de ilusiones que saco a pasear de vez en cuando para sentirme libre.

Como una paradoja, descubro que no podría ser libre sin lo que me aferra. Que de alguna manera la imaginación que me saca de este planeta reposa en mi cuerpo que siento como una cárcel. Que sin esto que me hace lo que soy, mi contexto y mis prejuicios, no podría imaginar las dimensiones inexistentes de mi libertad en el universo. Y que soy echado en el pasto de noche especulando lo que quiero, porque la imaginación me lo permite. Que ahora no entiendo bien lo que pienso y lo que escribo. Pero que pienso y escribo porque una fuerza motora me lo permite. Esa fuerza se llama vida. Vida que es posible por el oxígeno que respiro.

Entonces descubro que soy libre porque soy esclavo. Porque añorar me hace imaginar. Y porque imaginar me hace libre en el mejor de los espacios: Ese que no sabemos si existe, pero que lo hacemos existir, porque la imaginación existe. Existe atada un cuerpo y a una mente que la hace posible. Y la imaginación logra que todo sea posible. Entonces descubro que la imaginación y el universo son lo mismo. Son el infinito.

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