La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

viernes, 12 de septiembre de 2014

A veces me abandono.





Algunas veces me dejo, me abandono, como si ya no me importara. En un estado catatónico puedo sentir hasta mis pulsaciones más débiles. Desvanezco ante el espejo al que solo le queda el vaho de mi aliento. Y ahí voy languideciendo entre pensamientos lúgubres y rimas forzadas con todas esas palabras que me encantan: Nostalgia, melancolía, anhelo y añoranza.

Aveces me tumbo en cualquier superficie horizontal, ojalá mullida, y me quedo tirado boca arriba solo para percibir la insignificancia de lo que soy comparado con todo lo que me rodea. No me menosprecio, no. Por el contrario, creo que los sentidos me hacen poderoso porque puedo notar todo lo que me falta. Me importa tan poco la trascendencia y me aferro tanto a la contemplación.

Mi espíritu se alimenta de imágenes y del collage que hago con ellas en mi mente. El sentido, la coherencia, la congruencia y todas esas cosas son solo caracoles aburridos. La lógica me provoca un tedio infinito. Divagar es la forma más fácil de volar, de dejarse llevar por el viento como quiera soplar. Y me abandono. Me abandono al aire, a la melodía, al aroma, a la textura, a las palabras y a las letras que quieren jugar como sea, como caigan, como se les dé la gana.

Ahí en cualquier parte, me echo y quedo babeando. Escribo estupideces solo para dejar un rastro de papel, para saber que me perdí en algún lugar, en algún recuerdo, en algún momento triste agazapado en una esquina. Solo mis dedos se mueven, lento y sin orden, plasmando cosas, regando tinta, botando torpes la copa de vino sobre el regazo. Y me quedo horas mirando esa mancha. Encontrándole una historia.

Me encanta la inercia del tiempo que saca al sol por el oriente y lo oculta por el occidente. Y más me gusta la inercia que pone a viajar a las estrellas por el firmamento hasta que las mete detrás de alguna montaña como quien esconde mugre debajo del tapete. Me encanta el vaivén de las olas, más cuando el mar embravece y me revuelca contra el mundo. Me encanta la fuerza del viento, más si el aire me congela las mejillas. Los olores le quitan a uno los ojos, porque no se necesitan.

Adoro ser un simple recipiente de sensaciones. Vivo apenas para abandonarme. Para que no me importe nada más. Y ya.






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