La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

sábado, 11 de agosto de 2018

Lo que nunca termino


Mi vida es una secuencia de tareas inconclusas. Vivo arriado, a los empujones, casi que obligado, buscando el rumbo que no lleva a ninguna parte y cumpliendo con la apariencia de la cordura para gambetear al sufrimiento.

Mi espíritu es un ente errante agobiado por respuestas que no le satisfacen, por vacíos insalvables, misterios rellenados de fe y por la certeza absurda de que la razón fue puesta allí en alguna parte del cerebro por alguien que juega con nosotros. La religión es la resistencia en masa a ese juego, es la capacidad para mentir de una generación a otra creyendo que esos misterios se respondieron con mitos construidos sobre otros mitos en una espiral infinita de fábulas entrelazadas que se convierten en dogmas incontrovertibles, no por ciertos, sino por inverificables. A todos esos mitos se les ha construido una parafernalia invencible repleta de templos, fieles y jerarquías en la cual lo que no se puede explicar se convierte en milagro.

Mi escepticismo con respecto de la religión es inverso. Creo que todo lo que profesan las religiones podría ser verdad, pero de algo estoy seguro y es que nunca lo sabré. Dudo de la existencia de un Dios y estoy seguro de que muchos dioses han sido creados por el hombre con fines perversos. Y sé, además, que ese Dios sobre el que mantengo una duda vital, poco le importa si creo en él o no. No es un Dios que se detenga en la vanidad de ser reconocido. Bastante trabajo tendría con darle cierto orden al caos en todas las dimensiones existentes para preocuparse por el hecho simple de si una criatura minúscula e insignificante perdida en una partícula redonda del Cosmos porta o no su carné de creyente. El Dios (en el que creo que creo) es tan indescifrable como el Universo mismo, tan misterioso, sublime e inalcanzable, tan desprovisto de bien y de mal, conceptos inútiles en el todo, que me parece un desperdicio este párrafo tratando de explicármelo, como la mayoría de lo que escribo, como lo que nunca termino.

Recabar sobre este vacío espiritual no tiene otra intención que la de tratar de comprender porqué soy una secuencia de tareas inconclusas. Y la razón, después de mucho cavilar, parece simple, pero no lo es. La verdad, no le encuentro el carácter teleológico a mi existencia, no sé para qué vivo ni por qué, más allá de los afectos que son tan importantes, que llenan tanto, que nos mantienen atados al mundo sin más explicación que los sentimientos que no tienen explicación, jamás he encontrado mi misión y tampoco he querido inventarme una. Procuro enterarme a través de la historia, ese sofisma inventado por el humano para reforzar los mitos con narraciones heroicas, cómo han vivido aquellos "grandes" personajes que se creyeron predestinados para hacer de su trasegar por el mundo algo trascendental, inmortal y por supuesto, histórico. La mayoría de estos sujetos, salvo contadas excepciones, han dejado tras de sí una estela de sufrimiento, devastación y muerte incalculable. Entonces, eso de trascender o llegar al menos a ser "alguien en la vida" no está dentro de mis planes, ni siquiera entre los proyectos más mediocres. Mi único objetivo consciente, que algunas veces no logro y por lo cual pido perdón, es pasar por la vida de las personas sin hacerles daño, sin lastimar sus sentimientos, sin herir su susceptiblidad, sin hacer miserables los momentos que comparten conmigo. Y si puedo y me alcanzan las fuerzas, intentar hacer algo que le alegre el momento a esas personas, sin muchas pretensiones, sin querer tocar corazones, cambiar vidas o transformar el mundo. No me interesa y no lo pretendo. Mi intención consciente es pasar por la vida de las personas sin dejar marca ni huella, que sea fácil olvidarme y grato recordarme, así las imágenes que deje en esos recuerdos sean difusas y poco relevantes.

Sonará extraño que esta sea la razón aparente de todas mis tareas inconclusas. Y claramente no es una razón, es apenas una excusa. Las excusas son los mejores argumentos de quienes nunca terminamos nada. Y mi excusa es que no pretendo nada, no persigo nada, no quiero llegar a ninguna parte. Mis aspiraciones no pasan de ser ese acto elemental de esnifar aire.

Es difícil sobrevivir en un medio competitivo sin tener aspiraciones, en el sentido amplio de la palabra, cuando el bienestar está estrechamente ligado al éxito. Es aún más difícil aceptarlo cuando soy esencialmente hedonista y aborrezco el sufrimiento, le tengo pánico a la pobreza y si me da hambre me vuelvo mi propia pesadilla. Sobre esto debo decir que simplemente soy pragmático, me acomodo, finjo estar inmerso en estas dinámicas y si me tengo que cortar el pelo y ponerme una corbata para procurarme un techo y un plato de comida pues lo voy a hacer. Lo he hecho. Pero no es por voluntad, simplemente es parte de lo que nunca termino, la solución momentánea de los problemas, una intermitencia de mientras tantos entre un letargo y otro. Termino lo que estoy obligado a terminar y lo demás lo procrastino eternamente, como si la eternidad exisitiera. No haría la lista de las cosas que nunca he terminado porque, oh sorpresa, jamás terminaría. Por lo demás, en los intersticios de letargo, reflexión, meditación y lapsos en los que me he dedicado a pregonar mi miseria espiritual, he contado con suerte. El plato de comida llega de alguna manera a la mesa y el techo está siempre sobre mí en las noches. En esto me han soportado los afectos, personas que me quieren, me han mantenido. Así de simple.

Entonces, puedo descubrir a través de estas palabras que mi espiritualidad no es más que un mar de dudas, montañas de escepticismo, valles de desolación y rios de incertidumbre, que vivo por inercia y que no saber qué me tiene acá tampoco me motiva para terminar nada porque nada tiene un propósito. Solo soy un hombre lleno de excusas que escribe. No soy más, pero acá estoy, escribiendo y de esto, al menos en este momento, está lleno mi espíritu. Con eso me basta. Mi espíritu es un vacío permanente que no pretende ser colmado, que lleno de nada me permite ser yo, que no sé qué soy ni para qué.

Después de algunos párrafos divagando en un escrito que claramente no va para ninguna parte, no sé cómo terminarlo. Entonces, sencillamente haré lo que hago casi siempre, esta vez sin excusas: no lo voy a terminar.

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