La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

martes, 9 de febrero de 2010

Memorias de una noche en Florencia (Caquetá)

Recostado contra una casa vieja, con una vieja pistola al cinto, sin ninguna otra defensa que un chaleco de tela y una cachucha con las siglas “C.T.I.”, pasé mi primera y única noche en Florencia. Pero no en la idílica Italia, sino en la conflictiva Caquetá.

No estaba en mis planes quedarme aquella noche. Sabía que la situación de esa ciudad no se prestaba para el turismo, menos cuando uno es foráneo y peor aún, funcionario de la Fiscalía. Pero sí estaba en los planes de la aerolínea Inter, sin temor a equivocarme, la más incumplida del país.

Había terminado mi trabajo comisionado por la Oficina de Protección de la Fiscalía a eso de las tres de la tarde. Una entrevista a una persona amenazada por declarar en un proceso de uno de los tantos homicidios del Departamento (tres para ser más exacto. Con más ya es masacre).

Después de una breve caminata por el centro de Florencia y despedirme de todos los compañeros, me fui a cumplir la cita en el aeropuerto a la hora que indicaba el tiquete aéreo. El vuelo no salió ese día. El avión se fue a cubrir una emergencia en Panamá.

Como un niño extraviado regresé y al llegar a la Oficina la expresión de todos los que me vieron fue unísona: “!No salió el avión de Inter¡”. Sólo agaché la cabeza porque ya me habían advertido sobre la impuntualidad de la aerolínea.

El director del C.T.I. en tono compasivo me preguntó: ¿Tiene plata? - ¡Claro!, respondí, mientras movía un par de billetes en mi bolsillo que no sumaban mas de 20 mil pesos. Ah, bueno, aquí hay un hotel decente que cuesta como 50 la noche. Creo que lo conmovió mi transfiguración de angustia porque replicó de inmediato: pero si quiere quédese en mi casa, hay una habitación vacía pero esta noche no voy a estar. Tenemos algo que hacer acá. No sé si me notó la cara de alivio, pero en tono burlón continuó: Si no tiene plata, diga fresco chino, eso nos pasa a todos por estos días.

La frase “tenemos algo que hacer acá” me quedó martillando en la cabeza. Mis funciones en el Programa de Protección son operativas pero sin mucha acción, más bien son actividades de inteligencia. Pero el C.T.I. rompe por lo menos una puerta por noche en allanamientos y yo quería saber cómo era esa vaina.

Salí de la Oficina del Director y me quedé dando vueltas de oficina en oficina. Pasé por criminalística e Información y análisis. Salí de allí y a mi derecha, en un cuarto pequeño y oscuro, encontré una persona robusta organizando con paciencia armas largas y cortas. Limpiaba el cañón largo de una MP5 mientras miraba con desprecio una pistola 7.65, la más pequeña de todo el arsenal.

Él era el remplazo del jefe de seguridad que había sido asesinado pocos meses atrás, por balas que nadie supo de dónde provenían. Entonces qué, le dije en tono amigable. Levantó la cabeza y siguió limpiando. En ese ambiente es difícil ser amigable. ¿Duro el operativo de esta noche? pregunté. No sabemos. Todo depende de lo que pase. En vista de la brevedad de las respuestas decidí seguir mi camino.

Como a las seis de la tarde vi que todos allí pararon su labor y empezaron a acomodarse chalecos y gorras con insignias del C.T.I. Se sentaron en las escaleras esperando a que les hablaran. Yo me hice en un rincón discreto como quien fisgonea detrás de las puertas. De hecho, cada vez que abrían la puerta de la que estaba al lado, perdía la visión de todo lo que estaba pasando.

Cuando la mayoría de la gente se acomodó salió el Director y sin mucho rodeo empezó a hablar: Ustedes saben que la situación no está nada fácil y ya estamos notificados sobre la posible toma de esta noche. Nadie se inmutó, como si fuera cosa de todos los días. Mis ojos casi se desorbitan. Por eso, continuó, tenemos un plan de contingencia en coordinación con el Ejército y la Policía, y a nosotros nos toca cubrir todas las instalaciones que pertenezcan a la Fiscalía. Entonces, nos vamos así… Empezó a leer sitios y personas a medida que se iban acomodando. Terminó y sólo sobraba una persona en ese lugar: Yo.

Bueno, me dijo, aquí ya casi salimos así que tenga estas llaves y que lo dejen allá. Pensé dos veces antes de pedirle que me dejara ir con alguno de los grupos. Sabía que esa era mi primera y única oportunidad para sentir algo de vértigo en lo que llevaba trabajando. Entonces también, sin mucho rodeo, le dije: yo quiero ir, me siento mal viendo como todos se alistan y yo que tengo el mismo carné, me voy a dormir. No hermano, después le pasa algo y me lo cobran nuevo, dijo. Fresco, repliqué, yo tengo funciones de policía judicial y esto lo puedo hacer. No era cierto, las funciones sólo son para eventos del cargo, no para tirárselas de Rambo. Igual me creyó el cuento. Bueno, pero bajo su responsabilidad, coja ese chaleco y esta gorra que es mía y vaya al armerillo para ver que le dan, terminó.

La fila era corta y la gente iba saliendo con MP5, Moltber, R-15, Galil, y las mujeres con 9 mm. Cuando llegó mi turno el hombre robusto me miró con extrañeza, y sin pensarlo un segundo me pasó la 7.65. La miré y lo miré. Él ya tenía sus ojos en otra persona y otra arma. Bueno, qué cárajo, pensé, a la hora de la verdad con cualquiera le dan a uno.

Iba caminando sin rumbo para ver que grupo me adoptaba, y el jefe de criminalística, un paisa buena gente, me invitó para irme con ellos. Venga, nosotros vamos a cuidar la plática, nos vamos para la seccional administrativa y financiera. Listo, va pa’ esa, dije. ¿Y su arma? preguntó. Le mostré el cañón que asomaba por entre mis manos. Bueno, le figuró la cauchera, pero fresco que esa también pega duro.

Empezamos a salir de las instalaciones grupo por grupo a pie. Nosotros éramos el tercero. Íbamos cuatro personas y sin mucho orden salimos. Yo sólo seguía al jefe porque no tenía ni idea para dónde caminábamos.

La gente miraba por las aberturas estrechas de las puertas o por el filo de una ventana. La mayoría se escondía. Al pasar por un billar lleno de hombres, unos dos corrieron detrás de un mostrador y los otros se quedaron impávidos. Afortunadamente ninguno se asustó lo suficiente para desenfundar algo. Pasamos de largo. Ese día no era para requisar a la gente.

Después de unos diez minutos llegamos al sitio que debíamos cuidar. Vaya hágase al lado de esa casa y escóndase bien, me dijo el jefe. Yo me ubiqué recostado contra la pared de una casa vieja, al lado de una zanja llena de pasto y maraña. No sabía si me daba más miedo lo que pudiera pasar o los bichos que podían salir de ese matorral.

Pasaba la gente y para mí todo el mundo era sospechoso. Metí el arma entre el pantalón para no hacerme tan evidente. Con la gorra y el chaleco ya era suficiente. Mi rincón era oscuro y casi nadie me veía. Debía estar alerta. Hasta las madres de la caridad podrían sacar algo debajo de su hábito. Al frente, en otra casa, estaba ubicado uno del grupo en un sitio iluminado y la gente que pasaba lo miraba con curiosidad y temor.

A lo lejos se escuchaba un rugido suave que poco a poco se iba incrementando. Pasaron por el frente unos tres tanques cascabel y a los cinco minutos dos camionetas de la policía repletas de uniformados. Nunca había sentido la guerra tan cerca. Es algo escalofriante, la zozobra no tiene descripción. Aunque no suceda nada, por las venas sólo pasa corriente.

Un grupo de supervisión pasó al lado y casi no me ve. Sólo escuché un susurro: ahí hay uno, se escondió bien ese, pero se pegó a la pared de la sede de la Administrativa, cuando la vuelen, lo vuelan a él también.

Me corrí un poco más hacia la zanja. Preferí la picadura de una araña que la detonación de una granada. Me boté al suelo y ahí me quedé un rato. A la hora se escuchó un grito: ¡Todos a la sede, se acabó el simulacro¡. ¿Cómo? ¿Un simulacro? ¿Estaba creando la úlcera más rápida de la historia por un simulacro? Sentí una mezcla de rabia y alivio. La verdad, más alivio que rabia. Bajó toda la tensión y mientras me quitaba todas las cosas que se le pegan a uno dentro de la maraña no podía dejar de reírme.

Caminé al lado del jefe y él también se reía porque sabía que yo no estaba enterado de que era un simulacro. Devolví el arma, la gorra y el chaleco, le di la mano al jefe y me despedí de él. Esa fue la última vez que lo vi. Tres meses después, en un atentado que no era un simulacro, lo mataron, también por balas que hasta ahora no se sabe de donde provenían. Esa es la guerra.


POSTCRIPTUM

Este texto fue en su momento la evocación de algo anecdótico. Mientras lo escribía, me reía recordando cómo había helado mi sangre en el calor de Florencia esperando una toma de la guerrilla que no llegaría esa noche, porque no era más que un simulacro del que yo no estaba enterado. Han pasado poco más de tres años desde aquella noche.

Después de mi relato, por casualidades un poco macabras de la vida, fui trasladado a Florencia para remplazar a una persona que habían matado. No era al paisa buena gente, era otro funcionario, el jefe de la Sección de Información y Análisis del CTI en esa ciudad.

Viví en Florencia en ese cargo un mes, 18 días y 15 horas. Ese tiempo me duró el miedo. La anécdota dejó de ser un recuerdo gracioso y se convirtió en una zozobra permanente. El chaleco ya no era prestado. Era el mío, y lamentaba cada vez que me lo ponía, que no fuera antibalas. La vieja pistola me fue remplazada por una nueva 9 mm. Era mi compañía permanente y estaba nueva porque mi antecesor no alcanzó a utilizarla. Quedó con ella en la mano inactiva.

No pude vivir así, el miedo me ganó y renuncié al C.T.I. y al empleo. Sabía que iba a ser un desempleado más en las estadísticas pero un muerto menos. Dejé mi chaleco y mi pistola a quien fue mi reemplazo. Un muchacho de Bucaramanga experto en criminalística que hacía los levantamientos de cadáver. Descansé.

Cuatro meses después de mi renuncia, las noticias justificaron mi miedo. El muchacho que me remplazó fue asesinado junto con el morfólogo. Saliendo de Puerto Rico, Caquetá, después de una quema de droga, la guerrilla los retuvo y los mató. Quemaron la camioneta en la que iban y los dejaron tirados al lado de la vía. El arma nueva que ninguno de los tres habíamos usado por fin fue detonada. Con esa misma los mataron.

La toma no llegó nunca a Florencia, pero la muerte apareció en cualquier camino. Esta experiencia me permitió entender que en Colombia los simulacros son preludio de tragedias que no siempre llegan como las hemos imaginado. Esa es la guerra.

Fin.

6 comentarios:

  1. Con todo respeto, su relato parece que se desarrollara en una Florencia de hace cincuenta años y me parece una pena que se haya quedado con una imagen tan mala de una ciudad que a pesar del abandono y la desidia ha sabido progresar. Le invito para que eche un vistazo a las noticias e imágenes más recientes de Florencia en http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=639981.

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  2. Pues Nico, entiendo su comentario pero a mí esto me pasó en el año 2002. Es una crónica de unos hechos reales y el postcriptum también. Si es en una Florencia de hace 50 años me alegra, pero no estoy acudiendo a la ficción sino a una historia de vida. Quiero a Florencia y no escribo para difamar su imagen. Si se ofendió lo siento, no era mi intención, y si la situación ha mejorado me alegra de corazón porque es una tierra con una gente invaluable y que conmigo fueron especiales. Pero yo no escribo para maquillar las cosas ni hago análisis. Cuento mis historias de vida cuando hago crónicas como esta. Porque no es ficción. Es crónica. Reconozco el valor de la ciudad y su gente. Tengo buenos amigos de allá que aprecio y me aprecian y saben que lo que cuento acá es real. Un saludo y espero que esté bien.

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  3. gracias a DIOS que lo encontre, vivi en esa ciudad y recien llegue mi mente se preparaba cada para sentir el calor de una bala, la sangre y mi cuerpo tendido en el piso, cada dia alli fue un milagro , sali con vida fisica, pero enredada en el mentalismo de ese lugar, vigilan cada acto del funcionario honesto, sali luego de un simulacro del DAS en el hotel donde residia y del cual solo salia a trabajar, conoci algunas personas maravillosas WILFREDO Y SALOMON , MARIO Y OTROS maravillosos pero igual el riesgo fue permanente y los sustillos no pasaran pese ser hoy en dia pensionada igual me retire por el simulacro , eso me saco corriendo y pude salvar la vida y los buenos recuerdos

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  4. safinatuneyat49... aún tengo mi mandíbula desencajada por emociones fuertemente encontradas. Yo también conocí a Salomón y a Wigberto, que debe ser como recuerdas a "Wilfredo". Bueno, ellos dos son parte de esa linta interminable de mártires que el país no se cansa de enterrar en nombre de la nada. Mis dedos tiemblan y mi corazón resolla. Por favor, nunca hago esto, pero si puedes y quieres, dame una señal para poderte contactar. Un abrazo y mil gracias por llegar a este lugar. Espero compartir esta historia con vos, con tu carne y tu hueso así sea virtual. Un abrazo.

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  5. Wao, que impresión.
    Estaba tan cautivado con todo hasta que dices del cimulacro, pues caí redondito, ya hacía de cuenta que te había tocado una balacera tenas¡
    Me gustó tu relato, es genial la forma como cautivas al lector¡
    En fin; y ahora a que te dedicas?
    Saludos desde El Paujil Caquetá ¡

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    1. Hola Sueños: Muchas gracias por llegar hasta acá, hace mucho tiempo escribí este relato. Creo que más de 10 años. Y aún lo recuerdo con toda nitidez. Ahora estudio en el exterior. Pero pronto volveré a Colombia, a seguir trabajando para encontrar historias más amables. Un saludo y gracias por escribirme desde la hermosa Caquetá, tierra de sueños.

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