La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

martes, 10 de agosto de 2010

El espejo, la esencia y el culpable


Hoy me sorprendí con un cuadro tenaz. Pero quizás no era más que un mensaje del de allá arriba para decirme algo. No era una visión y seguro, a cada uno de los que estábamos allí, nos enseñó algo. El mensaje que me dejó a mí abrió de tajo mi alma, me llevó a la depresión absoluta y a la reflexión profunda.

En el fondo de mis ideas, recuerdos, dolor y espasmos de alegría, surgió de repente mi propia esencia hablándome al oído. Era comprensiva y paciente, casi maternal. Me miraba con desconcierto pero al mismo tiempo estiraba su mano para sobar mi pelo… como consolándome.

Mientras miraba yo el dolor que sentía otra persona, para ser más descarnado, un niño, mis dolores fueron acrecentándose, arroyándome, casi aniquilándome. Pero no era el dolor convencional del engaño, el desamor o la indiferencia. Este era un dolor distinto, algo que nunca había sentido. Aquel niño, de unos nueve años, llevaba espumas atadas a sus manos y se golpeaba sin piedad su propia cabeza. Lloraba. Se notaba que en su interior una amargura muy profunda fluía como cascada y se regaba por entre sus dedos rompiendo su fuerza contra lo más vulnerable del ser humano… su razón.

Yo sentí como si él quisiera acabar con su cabeza para no tener que sentir, para no tener que pensar… para no tener que vivir. Lloraba con cada golpe pero con un llanto casi mudo. De sus entrañas ya no salían gritos. Tan sólo su cara dejaba ver todo el dolor que atacaba su ser. Hasta las lágrimas se habían evaporado ya… o ya no producían más su alma. Su razón ya no existía para aconsejarlo o detenerlo. Sólo ya no existía. Ese espacio ya estaba inundado por el sufrimiento también.

Entonces, por un instante, creí estar viendo un espejo. Sentí cómo mis manos golpeaban mi cabeza y no me podía detener, cómo deseaba con toda mi alma dejar de sentir, de pensar… de vivir. Me sentí al mismo tiempo como un niño indefenso y vulnerable… me preguntaba todo el tiempo, mientras me pegaba sin misericordia ¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué habiendo tantas personas en el mundo, me tocó a mí? Y cada pregunta era un golpe cada vez más duro, y cada respuesta era el impulso que le daba fuerza a mi mano para destrozarme.

Entonces, paré un segundo. Ya con sangre en mi nariz (así estaba aquel niño) me detuve y miré a mi entorno, con odio, buscando un culpable. Vi a muchas personas y las quise acabar. Pero percibí que ese deseo no respondería mis preguntas. Entonces agaché mi cabeza como queriendo buscar el infierno.

Vi a un señor fumando un tabaco. Todo era fuego a su alrededor. Él me miró de reojo ¿Qué me ves? Preguntó. –Tú fuiste maldito, tú fuiste el que puso todo ese dolor en mi interior, tus malditas tentaciones y tu aire de grandeza inundaron mi ser de sufrimiento ¡¡¡tú lo hiciste!!! – Sólo dejó escapar un lacónico “Ja”, se volteó y no me respondió nada. Yo sabía que no era él. Era demasiado obvio que su misión no era poner dolor en el alma de nadie. Perdería adeptos. Su función es distinta. Consiste en llenar los sentimientos de alegrías vanas, pasajeras y abrumadoras que al final enceguecen como el azúcar a los diabéticos. Es tan dulce y tan tentador que simplemente nos deja ciegos. Y así vivimos, él sólo nos presta su tridente para que nos sirva de bastón. El perro que nos guía en ese camino es nuestra “suerte”, que la queremos como lo más importante, pero no piensa, sólo nos lleva a donde nosotros queramos ir y a donde sintamos más placer.

Entonces, miré hacia el horizonte y el destino respondió de inmediato – A mí no me mires, yo sólo soy el designio de un poder superior. Quizás arriba te den una respuesta. – Mi ira iba en ascenso y ya había encontrado al culpable. ¡¡¡DIOS!!! Grité desafiante, como siempre. – Responde TÚ, responde que tú tramaste toda esta porquería para mi vida, sólo responde. – Entonces, súbitamente, aquel espejo desapareció y otra vez vi al niño desesperado golpeando su cabeza. Alrededor, la gente también despertaba de un letargo extraño, cada uno volvía de su propio espejo.

En ese justo instante encontré todas las respuestas. Dios me había escuchado a pesar de mi insolencia y se había condolido.

Mi esencia empezó a hablarme con serenidad. -El problema no está en tu mundo convencional ni en el de Dante. Tu problema ni siquiera es problema ¿Ves todo lo que te rodea? - Preguntó. Sí, dije con algo de disgusto. – Esa es la vida – Inquirió -¿Sabes cuántas de estas tienes? - Insistió presurosa. Una, no creo en más. Le dije. Agachó la cabeza, dejó de consentir mi cabello y asintió. Me dijo: - Aquí el injusto eres tú – en tono de regaño. - Tú percibes que lo que te rodea es la vida, eres dueño de ella en un gran porcentaje, y por lo menos sabes qué fluye en ti, qué te hace actuar en alguna dirección ¿Ves a ese niño? - Sólo moví la cabeza hacia arriba y hacia abajo. Me sentí apenado. - Él no tiene todo lo que tú tienes. Él está vivo pero no lo sabe, y tiene muchas más preguntas que tú, créeme. Dios también le dará las respuestas a él, pero tomarán mucho más tiempo y quizás nunca las comprenda. Entonces, deja de mirar con odio, de reclamar con rabia, de buscar culpables en dónde no los hay.-

- Amigo – iba concluyendo – bienvenido a la vida, aquí no hay problemas, lo que existen son retos, y entre más problematices un reto, menos tiempo vas a tener para superar el siguiente. Quizás ese niño que tú ves ya encontró el reto de su vida, y sólo ese lo llevara hasta el final. El final es quién lo espera, quien tiene todas las respuestas. Tú puedes vivir de reto en reto si te lo propones y entre más retos superes, más cerca estarás de quién tiene la clave de los acertijos… al final, las respuestas serán sólo tuyas.-

Mi esencia se fue, se esfumó… el niño también… pero mi vida no.

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