La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

lunes, 15 de noviembre de 2010

¡¡¡Ódiame como a Ingrid!!!


Sólo vi una vez a Ingrid Betancourt. Fue para las elecciones a Senado de 1998. Tenía una sede política al lado del Liceo Francés en Bogotá. Un amigo de la universidad me dijo que si lo acompañaba a una reunión con una vieja que estaba en la Cámara y quería aspirar al Senado. Esa vieja no era vieja y ya era famosa porque todo el gobierno de Samper fue una piedrita en el zapato para el bojote y sus secuaces.

Yo fui, de buena gana además, porque las intervenciones de esa política joven me parecieron valientes, bien estructuradas y consistentes en contra de Samper, a quién yo ya odiaba con todo mi sentimiento patrio. Sabía además, que sus límites entre lo ridículo y lo excéntrico eran casi imperceptibles. Hizo una huelga de hambre por algo que nadie recuerda, porque es evidente que lo que fuera no ameritaba tanto show. Aún así, me caía bien. Me parecía que el hecho de parársele a un Congreso corrupto a decirle que el Presidente era un corrupto era un tiro al aire, pero por eso no dejaba de ser valiente.

En esa reunión que no superó la hora, me quedé con la imagen de una niña bien que quería hacer las cosas al derecho. Percibí en ella iniciativa, proactividad y pujanza. Me pareció honesta y seria. Pero con un gran complejo de heroína que no me cerraba del todo. Sin embargo, me simpatizó.

Nunca más la vi. No trabajé en su campaña y todo mi compromiso con ella fue el de depositar humildemente mi voto a su favor, como lo hicieron muchas personas más. No recuerdo cuántos votos sacó, pero sí recuerdo que fue una de las votaciones más altas, sino la más alta para el Senado en esas elecciones.

Después no seguí ni su carrera ni su gestión, tenía ya muchos rollos en mi vida como para seguirle la pista a ella. Cuando la vi en los medios para las elecciones presidenciales de 2002 como candidata, me pareció pintoresca. No era una candidata que me inspirara respeto para esas instancias la verdad. Había madurado políticamente, sin duda, biche, y su complejo de heroína le subía como espuma.

Cuando la secuestraron las Farc en ese fatídico viaje que se le ocurrió hacer a San Vicente del Caguán, sentí un profundo dolor porque yo sí intuí que no iba a ser cuestión de días. Las Farc replegadas y con las negociaciones recién rotas no eran más que un perro rabioso echando babaza por el hocico sin ninguna sensatez y con toda la disposición de hacer todo el daño posible. Y hacer todo el daño posible no era devolver a una secuestrada de quilates a los días.

Pasaban los años e Ingrid seguía secuestrada. En el 2004, en mi apartamento sólo y profundamente despechado por alguna decepción amorosa, me encontré en mi biblioteca un libro que un amigo había puesto allí por equivocación. Se llamaba “La rabia en el corazón” y su autora era Ingrid Betancourt. El título coincidía exactamente con lo que yo estaba sintiendo, pero por razones completamente distintas. Decidí empezar a leerlo para dejar de torturarme con los pensamientos que me pasaban en ese momento. Lo terminé esa misma noche, bien entrada la madrugada, casi despuntando el alba.

Sentí una simpatía renovada por Ingrid Betancourt y una profunda lástima por su cautiverio, que si bien había sido producto de una imprudencia suya, yo sentía que no lo merecía. Me preguntaba para mis adentros, si una persona cruza una calle sin mirar hacia los lados ¿merece ser atropellada? Quizás le cabe responsabilidad y culpa, pero merecerlo como quién merece una pena o un castigo por haber cometido un delito, lo dudo. Más si se comprometen derechos tan preciados como la libertad o la vida. Así que la palabra “merecimiento” no me cuadraba para comprender su situación y no sentía más que solidaridad con su penosa situación.

Cuando vi su última prueba de supervivencia antes de ser liberada, con la piel forrándole los huesos, ese vídeo que parecía una foto por la inexpresividad en todo su ser, yo pensé que se moría. Es más, sentí que se quería morir y llegué a suponer que si ese era su deseo, ojala se le concediera. Era un sufrimiento tan profundo y evidente que para mí no era más que una eutanasia social.

Y su rescate con el de los otros secuestrados en 2008 para mí fue presenciar uno de los momentos más gloriosos que haya vivido en la historia del país. Su emoción me emocionó, sus gritos me hicieron gritar, sus lágrimas me hicieron llorar.

Yo ese mismo día pensé: “Si yo fuera esa vieja, me iba para Francia mañana mismo”. Lo hice en un acto reflejo de pensar que lo mejor frente a una realidad horrible que acaba de pasar es huirle lo más lejos posible. Quizás porque yo sigo siendo de los idiotas que prefieren no volver por un tiempo a los sitios en dónde se la pasaba con la exnovia que aún le tiene a uno hecho mierda el corazón. Creí que era su derecho legítimo de hacer con su vida lo que se le diera la gana después de tener cadenas durante casi siete años en el cuello y que no podía hacer con su vida nada más de lo que la obligaban a hacer de muy mala manera y contra su voluntad. Creo, que como yo, pensamos muy pocos.

Recién se fue para Francia, me empezaron a llegar “Cartas abiertas a Ingrid Betancourt” en esos reenvíos masivos que detesto, de colombianos indignados porque la nena se había ido. Me llegaron tres cartas, pero sólo leí la primera. Las otras dos las borré sin siquiera abrirlas. No recuerdo muy bien qué decía esa carta, pero alcanzo a acordarme de un “colombiano de a pie” que le decía a Ingrid Betancourt que con esa actitud sólo estaba demostrando “desprecio” por la Patria que la había hecho quién era y que estaba demostrando que no era más que una “oligarquita acomodada” a la que no le importaba Colombia porque ya había obtenido lo que quería en su verdadero país que era Francia y que los soldados que habían arriesgado su vida por ella eran colombianos y no franceses y bla, bla, bla, bla, bla… antes del último bla le recordaban con vehemencia que su mamasita era 10 mil veces peor que ella. Obviamente las palabras exactas no las recuerdo y son retazos que vienen a mi memoria no por el contenido, sino por el odio que yo percibía en cada una de sus líneas.

Yo me pregunté otra vez (me la paso preguntándome cosas como si yo fuera otro yo, sí, podría ser bipolar, lo sé) si ese “ciudadano de a pie” habría metido esos pies siete años secuestrado en el monte, y si así hubiere sido, si pensaría lo mismo. Mi otro yo respondió que nunca, nunca ese “colombiano de a pie” había sabido en la vida que era estar un solo día sin libertad, con el pantano a la rodilla, con el fusil en la espalda, con la cadena en el cuello y rogando para que el suplicio terminase así fuera con la muerte. Y sabía que no tenía ninguna autoridad moral para juzgar con tanta ligereza a una vieja que sí estuvo casi siete años no como una “colombiana de a pie” sino como una colombiana secuestrada, maltratada, cautiva y humillada al que este ilustre ciudadano le estaba dando cátedra de patriotismo con una soberbia y una prepotencia dignas del mísmisimo Mourinho. Con la diferencia de que Mourinho pontifica sobre lo que conoce y se ha ganado el sitial con todos los méritos y resultados futbolísticos, mientras que este “ciudadano de a pie” no tenía la menor idea de lo que había padecido Ingrid Betancourt durante esos siete años.

Yo ya sentía una atmósfera caldeada en contra de Ingrid Betancourt. Su radicación en Francia y en Nueva York generaba escozor porque no estaba acá en Colombia. Otra vez felipito preguntón brincó: ¿Qué podría hacer ella en Colombia que no pueda hacer desde dónde está? Mis respuestas, de ese otro yo, eran hasta jocosas. Me la imaginaba sentada en el sofá con Jota Mario y Laurita Acuña hablando con la nena esta sexóloga de “Muy buenos días” sobre su relación con el petardo de Lecompte, o sirviéndole de caso al Padre Chucha en “Abre tu corazón” en un tema como algo así: “Estuve secuestrada y me enamoré de un compañero” con una peluca y unas gafas oscuras mal puestas. O de pronto participando de “El desafío 2010, la lucha de las regiones” representando a los antiguos territorios nacionales, el cual habría ganado sobrada porque habría barrido en las pruebas de supervivencia con una cadena al cuello a todos los demás competidores.

Siendo menos sórdidos, la gente esperaba que Ingrid hiciera política, lucha social, que asumiera la bandera de la liberación de todos los demás secuestrados y que hasta ella misma se volviera a meter al monte a buscarlos. Claro, fácil exigirle eso. Fácil exigírselo como “ciudadano de a pie” sentado en un sofá cambiando de canales y criticando desde la comodidad que da estar al frente del televisor y que mueve más el dedo sobre el control remoto que por el país. Fácil exigir así. Ingrid Betancourt al momento de su liberación tenía el derecho legítimo después de casi siete años de cautiverio de decidir qué banderas tomaba y cuáles no, qué actividades tomaba y cuáles no, en qué país se radicaba y en cuál no. Ese era su derecho, más allá de que el “colombiano de a pie” le exija que la quiere ver en RCN y Caracol todos los días porque ajá.

Sin embargo, ella no abandonó las luchas a pesar de la distancia. Con sus escasas energías patrióticas menguadas por siete años de sufrimiento intenso, ha hecho lo que ha podido y cómo ha podido.

Y ni hablar de cuándo interpuso la demanda contra el Estado para que la indemnizaran por sus años de secuestro. Lo más bajito que oí que le dijeron fue: “ingrata”. Lo más bajito del más bajito, Pachito Santos. Y eso porque era el vicepresidente de la República. De ahí para arriba no encontré techo, y otra vez mil correos electrónicos que por supuesto no leí y un grupo que vi en el Facebook de “Declaremos persona no grata a Ingrid Betancourt” y supe que existía porque me llegaron al menos 50 invitaciones durante más de un mes. (Acabo de revisar por curiosidad y tiene 185.432 miembros y subiendo). Además, los medios de comunicación se ensañaron con toda vehemencia. En Semana y El Espectador, (El Tiempo no sé porque no lo leo hace mucho tiempo) todo lo que los periodistas escribieron carecía de objetividad y parecían más indignados que los propios entrevistados. Claro, yo también pensé que se había equivocado, pero no porque no tuviera derecho a que se le indemnizara, sino porque no había calculado en qué país estaba haciendo su reclamo. No me indignó su petición sino su brutalidad. De nuevo primó el argumento que me sigue pareciendo absurdo, de que a ella la secuestraron porque “se lo merecía” por imprudente y terca. Porque no hizo caso de las advertencias de las autoridades. “Porque se le dijo, se le advirtió y no hizo caso y vea… ¿si vé?” como diría el gran filósofo grecoquimbaya Andrés López. Y porque el Estado era el que la había rescatado que cómo era de “desagradecida esa india oiga” le oí a una compatriota acá en Buenos Aires. Me causó curiosidad esa expresión porque si de algo se le ha acusado es justamente de huirle a su genoma chibchoide. Que se le metió mucha plata a su rescate a un costo humano muy alto como para que ahora “nos salga con esas”. Ingrid Betancourt fue muy bruta. O ya no es colombiana. Un colombiano puede prever fácilmente estas reacciones. Esto me permite intuir a mí dos cosas: 1. La asesoraron abogados franceses. 2. Su mamita le dijo que eso era lo que había que hacer. Porque es que la mamita de Ingrid, la chirriadísima Yolandita Pulecio, si es realmente detestable y arribista. Ella sí, Ingrid no. Porque para un abogado francés puede ser claro que un Estado, independientemente de advertencias y precauciones, tiene la obligación de preservar los derechos de los ciudadanos más si son fundamentales como la libertad y la libre locomoción por el territorio nacional que además están consagrados en la Constitución. Entonces no sólo estoy seguro de que la asesoraron abogados franceses sino que además esos piscos jamás han puesto un pie en Colombia. Y Yolandita Pulecio no tuvo la delicadeza de decirles, caray, que es que en Colombia la cosa no es como allá.

Cuando Ingrid Betancourt fue conciente del mierdero que armó por bruta y por confiar en el pool que armaron esos abogados galos con su mamasita, ya tenía más enemigos que las mismas Farc. Y se le trató de la peor manera. De Ingrid Betancourt se ha dicho de todo y entre más abre la boca más enemigos recauda. La semana pasada estuvo acá en Buenos Aires. Yo no la vi. Sólo supe que estuvo porque en la prensa salió que había dicho que “Colombia la había tratado peor que a Pablo Escobar”. Y es verdad. Pablo Escobar en vida era odiado pero era temido. Y era odiado por unos, la mayoría, pero paradójicamente, admirado y amado por otros. Pero esas palabras reanimaron el odio que inspira su figura en Colombia y los comentarios en su contra son cada vez más encarnizados y sañosos.

Yo no tengo información de que Ingrid Betancourt haya matado a nadie y la verdad no creo que lo haya hecho. No me consta que se haya robado un peso en corrupción y tampoco sé que curse alguna investigación por ese motivo. Sé, que para haber participado en política, su desempeño fue bastante superior al de sus colegas. Y sé, que estuvo casi siete años de su vida pagando una pena por un delito que no cometió en peores circunstancias que un recluso promedio.

Sin embargo, despotricar de Ingrid Betancourt se volvió deporte nacional en Colombia. Ya vi otra “carta abierta” de otra “ciudadana de a pie” a Ingrid Betancourt en la revista Semana en la que seguramente le seguirá dando cátedra de patriotismo. Obviamente no la voy a leer. Decir que Ingrid Betancourt es una “apátrida desagradecida” está a punto de volverse un significado en los diccionarios de Colombia. Y creo que esa actitud del patrioterismo es un síntoma claro de la dosis de odio con la que andamos los colombianos todos los días.

Los colombianos vivimos buscando razones para odiar. Odiamos a las Farc con razón. De acuerdo. Le han hecho mucho daño al país. Pero odiar pasó de ser un sentimiento a convertirse en un gusto. Nos gusta odiar, y no medimos las justificaciones de ese odio, y el odio es un dominó armado de tal manera que la primera ficha que cae la tiran los medios de comunicación. En Semana se escribe con odio, en el Espectador se escribe con odio (en El Tiempo no sé porque no lo leo hace mucho tiempo), en RCN y Caracol se dan las noticias con odio por radio y televisión y los periodistas ya no son periodistas sino agitadores de odio. No digo que no tengan razón, pero esa razón no les sirve para aplacar el odio. Y no digo que todos, pero sí la gran mayoría.

Y la verdad yo no creo que Ingrid Betancourt merezca todo el odio que se ha fabricado en su contra. Y no porque la quiera, la estime, me parezca simpática como hace 12 años o tenga alguna razón personal para hacerlo. Reitero, no la conozco y sólo la vi una vez.

Si el odio que se inspira fuera directamente proporcional al daño que se genera, no entiendo cómo a Ingrid Betancourt se le odia tanto ¿Qué mal le ha hecho ella al país? Sí, muchos brincaran diciendo que está dejando la imagen del país por el piso en el exterior. Ja ¿Ella? Colombia no necesita que nadie se tire su imagen en el exterior. Colombia tiene una imagen que se proyecta sola, sin Ingrid Betancourt, en la que el pan de cada día es que cae gente muerta por cuenta de un conflicto armado interno que ni el mismo Estado reconoce, por cuenta de la corrupción en la que incurren a diario sus gobernantes, por cuenta de la violencia común que llena las páginas de los diarios sensacionalistas. Eso no lo hace Ingrid Betancourt, eso lo hacen las noticias comunes y corrientes que le dan la vuelta al mundo por los medios de comunicación. Me dirán que Ingrid es “apátrida” y “desagradecida” ¿Apátrida por irse lejos de un país que le quitó siete años de vida y convirtió esa vida en un infierno? ¿Acaso tiene que agradecer toda esta mierda que comió durante estos siete años? Ella todos los días le agradece a las Fuerzas Militares que la rescataron, al expresidente Uribe, a Santos y a muchos otros cada vez que puede. Me van a decir que se quería enriquecer con esos qué sé yo, 15 mil millones de pesos que estaba reclamando. Para Ingrid Betancourt en este momento esos 15 mil millones de pesos son moneditas les digo. Muchas moneditas sí, pero falta no le hacen. Reitero que lo de la demanda fue una brutalidad y ya la retiró. La retiró de inmediato porque ella no necesita plata, necesitaba una reivindicación y equivocó el camino para lograrla.

¿Alguien que tenga hijos (yo tengo uno que es mi vida) puede imaginar lo que sintió ella cada día lejos de los suyos, imaginándose cómo crecían sin ella y cómo siendo un par de niños tenían que soportar todo lo que su situación implicaba? Como ha dicho la persona de la que he percibido mayor sensatez con respecto a Ingrid Betancourt: "Fácil hablar".

Yo no estoy defendiendo a Ingrid Betancourt. La nena me tiene sin cuidado. Me parece que los elogios que hace de Chávez tienen más el tono de la estupidez de una reinita de provincia venezolana chavista que de una líder política de Colombia o de Francia o de dónde sea. Yo estoy evidenciando que en Colombia odiar se volvió una forma de vida. Y para mí Ingrid Betancourt es un buen ejemplo de cómo se odia desproporcionadamente y sin sentido ¿Por qué lloran tanto por esos 15 mil millones de pesos que nunca se perdieron y no lloran por los 4 billones de pesos que se fueron en Foncolpuertos, los 120 mil millones de Caprecom, los 2 billones de la Caja Nacional de Previsión o lo que se están robando ahora en el Distrito con la misma vehemencia, el mismo escándalo y el mismo odio? Y eso que esa platica sí se perdió, y no como producto de una demanda contra el Estado, sino como producto de una rampante corrupción que desangra las arcas del Estado todos, absolutamente todos los días ¿Por qué Uribe sigue gozando de más de un 70% de favorabilidad cuando se le están destapando todas las ollas podridas de escándalos absurdos, dignos de cualquier Fujimori? Y eso que el Gobierno de Santos es aliado ¿Se imaginan lo que se estaría descubriendo con un Gobierno que no fuera aliado? Por dios mijito…

Así que en lo que a mí concierne, solicito respetuosamente que los pocos que algún día de estos lean estas líneas y tengan el coraje y la tolerancia para no haberme mandado al carajo al llegar a este punto, que se arme un grupito de 10 colombianos que tengan la misma valentía para llegar a leer hasta acá y que por favor, por lo menos 7 de ellos me odien como odian a Ingrid Betancourt y que armen por lo menos un grupito de facebook que tenga 7 miembros que me declaren “persona no grata”. Pueden ser esos 7 que me odien. Tengo los dos requisitos básicos para que me odien con toda confianza: Vivo en el exterior y me fui de Colombia aburrido.

Ese odio recibido me dará la certeza de que soy un pésimo colombiano pero que me estoy esforzando por ser un mejor ser humano. Y mientras me dejo odiar, me voy a leer "No hay silencio que no termine".

7 comentarios:

  1. valla!! me pareció que que de verdad tienes razón la mayoría de colombianos odiamos sin sin ton ni son, odiamos porque hay que odiar algo, yo odio escuchar a un ser humano hablar tanta babosada junta, y luego cubrirla con un sentimiento de redención sin limites, es que defender una causa ajena con tintes de amargura debe ser algo doloroso, aunque si uno se identifica con alguien debe ser que que comparte algo en común con esa persona, yo vivo feliz en colombia, !mi patria querida! como diría un narrador muy conocido, y es que me parece que uno vive la patria que quiere vivir... y es que lo que habla la boca es reflejo del corazon

    ResponderEliminar
  2. Adalberto, en primer lugar quiero resaltar que a pesar de que no está de acuerdo conmigo, lo expresa sin insultos ni odio. Eso me parece que es bastante bueno. Que si hablo babosadas, quizás, pero por lo que veo las leyó, entonces el problema no es mío sino suyo, porque nadie lo obligó. Redención sin límtes, causa ajena, tintes de amargura... puede ser, además me parecen expresiones retóricas, que en lo personal me gustan. Me alegra que viva contento en Colombia. De verdad lo envidio y espero poder hacerlo de nuevo algún día, cuando me sienta preparado para asumir con valentía la Patria que ustedes asumen todos los días. No puedo negar que en eso si tiene más méritos que yo. Y efectivamente, cada uno vive en la Patria que quiere vivir, las fronteras son invenciones del odio justamente. Un saludo cordial y gracias por comentar de una forma al menos decente y bien intencionada.

    ResponderEliminar
  3. Amigo andres felipe si realmente mi intención al comentar su articulo no era ofenderle de ninguna manera, me gusta su manera de escribir y me encantaría leer mas artículos suyos, pero de otros temas mas amenos, aunque insisto usted tendrá sus razones para estar inconforme con este país o su gente, lo que si puedo ver es que es usted una persona inteligente y valiosa para este pueblo ojala algún día pueda venir y quedarse, y hacer algo por esta patria. si leí su articulo hasta el final y lo disfrute como quien come un suculento pescado ¿sabe como se come un suculento pescado?

    ResponderEliminar
  4. Si Adalberto. Trabajé en el Pacífico colombiano durante 8 meses, en el Chocó y en el Atlántico dos meses más, en Fundación, Magdalena. No se imagina como extraño ese sabor del pescado colombiano. Un buen atún a la plancha, o un bagre, o una mojarra frita... Creáme que no me ofendió. Por eso le digo que no estar de acuerdo no es ofender, y desde la primera línea vi que esa no era su intención. Además me trae su tono caribe a mis recuerdos y se me pasan por la mente tantas personas de esa tierra a las que les debo tanto. Si usted hace clic en el título del blog arriba "calma, quietud y tribulación" se va a encontrar con más cosas que he escrito. Algunas quizás le gusten, algunas serán más babosadas (jejejeje) que puede pasar sin detenerse mucho tiempo pero todas escritas con la mayor pasión. Porque así como usted disfruta un suculento pescado, cosa que envidio terriblemente, yo disfruto echar letricas en este rincón del ciberespacio. Un abrazo Adalberto y gracias por compartir mi espacio y todas las cosas buenas que me dice que me provocan regresar porque sé que si algo bueno tiene Colombia, es su gente, pero también sé que si algo jodida a Colombia, es también su gente. Pero encontrarme con personas como usted es algo así como comerse un suculento pescado. Suerte compatriota, porque auunque estoy lejos, sigo siendo colombiano.

    ResponderEliminar
  5. Hay alguna forma de comunicarme con usted via correo electronico? Deseo borrar uno de mis comentarios en su blog y no puedo hacerlo.
    El comentario es del 18 de marzo del 2010 con mi mismo nombre de usuario (Gio). Es la tercera vez que escribo sin obtener respuesta.
    Gracias

    ResponderEliminar
  6. Gio, lamento no haber visto sus otros dos comentarios. Siempre chequeo mi blog y no dejo de mirar ni de responder un sólo comentario. Lo hago como un gesto de respeto y reciprocidad con quién me lee. Si usted me dice por este medio y en esta misma entrada en qué entrada está el comentario, con mucho gusto yo lo borro. Supongo por la fecha que debe ser sobre la entrada de Mockus. Ya me pongo en la tarea de borrarlo si así es. Si necesita mi correo con algún otro fin, por favor hagámelo saber. Muchas gracias y un cordial saludo.

    ResponderEliminar
  7. Listo Gio, ya vi que además eres una mujer. Perdóname por el tono hostil que uso con los hombres. Era un comentario hermoso pero siguiendo tu solicitud ya lo borré. Si quieres que borre también esta conversación me dices y de una, sin problema. Un abrazo y buena suerte.

    ResponderEliminar