La fuerza interna del cosmos en una pluma

La fuerza interna del cosmos en una pluma
Como la naturaleza, el alma bacilante...

jueves, 27 de mayo de 2010

Algunas veces...


Algunas veces, cuando creo desfallecer y el paisaje se me torna sombrío a pesar de los faros encendidos, trato de imaginar versos en mi mente que logren destilar un trocito de poesía. Quizás, porque de niño leí la poesía de Miguel Hernández y algunas melancolías de Benedetti, se me quedó clavada la sensación de que la poesía y la tristeza son dos hermanas siamesas unidas por el corazón, que a pesar de la adversidad, se mantienen vivas en su relación simbiótica, y sin quererlo, me dan vida a mí.

Imagino las palabras y las rimas y me doy cuenta de que no siempre las palabras que riman son las que queremos expresar. Entonces, prefiero divagar y prescindir de la rima, dejar que simplemente mis dedos bailen en el teclado haciendo piruetas incoherentes que le den sosiego a mi espíritu brioso. Dejo venir en cascada la añoranza, el anhelo, la nostalgia y todas esas imágenes que exacerban mis entrañas para recordarme que ser humano es la primera condición para que el sufrimiento se ensañe con uno.

Elaboro mi vida una y mil veces en mi mente, dejo fluir las culpas y los remordimientos como una bola que rebota contra las paredes internas de mi piel, asegurándome la atención de todos mis nervios sensibles. El corazón se cubre la cabeza ante tanto garrotazo y la mente mira para otro lado sin querer protegerlo. El alma baila embriagada mientras los recuerdos disparan en revolución sus arengas reclamando ese espacio que tantas veces les cohíbo para no sentirme así, desolado.

Entonces, me encuentro sólo, con este papel desafiante que me pregunta si por fin podré hacer rimar amor con dolor. Le respondo que esa rima ya me tiene aburrido, porque usualmente las alterno con otra rima disonante. Me pregunta por más rimas y versos y sólo le digo que para mí la poesía es prosa que me acosa en fuego efervescente de palabras que no me salen porque no terminan igual. Qué hago si no me riman el desespero, la distancia, la añoranza, el amor furtivo, el amor perdido, el error, la equivocación, el daño, el dolor, la soledad… nada de eso me rima con bohemia y vino.

El papel se burla y yo lo ignoro. El pasado huye y yo lo añoro. Dejo que la brisa fría del otoño juegue con mi pelo en el balcón de un quinto piso porteño. Entono con voz suavecita esa canción de Silvio Rodríguez: “imagínate, que desde muy niño, te llevaba flores, te daba mi abrigo, imagínate, que soy el amigo, de tu mismo grado, que lleva tus libros…” y recuerdo ese pantalón corto de la primaria, ese ariecito fresco de la mañana en Bogotá esperando el bus en la otra acera de la de esa niña a la que nunca le hablé.

Me es imposible evitar un suspiro profundo, profundísimo, mirar al cielo despejado pero sin las estrellas ya opacadas por las luces de Buenos Aires y exhalar al cosmos mi vaho humedecido por la escarcha de los años. Me siento tan trascendente para la sublimidad de mis cuitas y tan insignificante para las calles de esta ciudad porteña. Mis cuitas no pueden vivir sin mí. Pero estas calles… estas calles ni siquiera notan mi presencia en la ausencia o la multitud. Allí, soy un alma en pena vestida de ocre.

Cuando me doy un respiro sereno me ataca la melodía de Pablo Milanés: “Sábado al fin, terminé de estudiar te propongo un hermoso plan, que no dejes sin repasar, las canciones, el baile, comer algo en la calle y después por supuesto amar”… tarareo otra parte que no me sé, y continúo “Sacrifiqué la canción del final, con la idea de conseguir, que ella al salir disfrutara un lugar y una pizza para seguir”. Y sigo tarareando el resto que no me sé y descubro que de las canciones sólo guardo su melancolía.

Algunas veces, cuando creo desfallecer, cuando la piel se me pone al revés y hasta la brisa me duele, algunas veces, cuando no procuro parar el mal del sufrimiento y lo dejo atacar sin piedad ni consideración, algunas veces, cuando salgo al balcón para recordar que la amargura me ha sorprendido a las tres de la madrugada congestionado por las lágrimas, los mocos y el sudor, recuerdo que está este maldito papel en blanco que me reta y se burla. Pero siempre, al final, deja que lágrimas, mocos y sudor, reposen en su regazo… para siempre.


FIN.

8 comentarios:

  1. Andres, no te ha pasado que suena musica en un momento especifico y dices... que coincidencia?... eso me paso cuando leí este escrito, fué como musica para mis oidos y alimento para este momento triste y confuso. sencillamente hermoso!

    ResponderEliminar
  2. Hola Lola, sí, claro que me ha pasado, de hecho las canciones que tarareo en este escrito estaban sonando realmente... y provocaron esta cascada de palabras medio armadas. La música rompe los diques que la consciencia no puede. Un abrazo y gracias por estar acá de nuevo. Ya me comí un trozo de tu torta de chocolate.

    ResponderEliminar
  3. Cuando el maestro Astor Piazzolla compuso Adiós Nonino, vivía en el autoexilio en Nueva York, él se presentaba en la gran manzana y al regreso de su presentación y con la noticia de la muerte de su padre incrustada en el alma y persuadiendo sus niveles de contención, luchando con la impotencia de encontrarse lejos de las calles porteñas, entró en el departamento que habitaba con su esposa y su hijo, quien cuenta que al entrar su padre el silencio brutal invadió el recinto. Astor, con la tristeza gobernando su mirada se encerró con el que no me queda la menor duda era su otra extremidad: su bandoneón. Piazzolla hijo, cuenta que pasaban las horas y la tristeza era una más en la familia, cuando depronto el silencio gobernante se vió derrocado y desmoronado por las notas más melancólicas, más verdaderas, más tristes que él, su madre e incluso su padre habían escuchado jamás. El maestro Piazzolla estaba encerrado pariendo su dolor y diciéndole adiós a nonino a través del bandoneón.

    Cuanta razón por Dios! claro que lo que lo entiendo, claro que me ha pasado! Abrazo enorme...y una mirada también.

    ResponderEliminar
  4. Blanco o negro. En ti no hay punto medio. Tus transiciones son fugaces, desde el fondo a la superficie. En ti no hay demonios, porque cuando aparecen, los fulminas al instante. Es tu pasión vencedora y arrolladora que deja atónitos a quienes te amamos. Ojalá la fuerza del cosmos no deje de fluir en tu pluma, pero sobre todo, que tu pasión no deje de mover tus actos. Con transparencia, honestidad y melancolía escribiste estas líneas que son los pálpitos de un corazón adolorido, que en el momento menos esperado sanará, así, en un instante, en un reencuentro y en un hasta siempre.

    ResponderEliminar
  5. Querida Alexandra, Nada más melancólico que el tango... Piazzola llora con el bandoneón. La historia que me compartes de Piazziola y su nonino, el exilio y el llanto de notas... es tan tango, tan melancolía, tan lágrimas, mocos y sudor... tan esto... tan porteño... que bueno que la melancolia ponga a danzar las almas en letras, en historias, en una comunión de lo que somos detrás de las retinas. Gracias por tus palabras, por la historia del gran Piazzola, por su tango y su llanto. Gracias por estar acá. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Pili... háblame... que tu voz... bueno... es tu voz...

    ResponderEliminar
  7. Soledad... me siento desnudo detrás en una habitación y te percibo detrás de mi cortina. Quizás estés viendo mi entraña con tanta precisión... y yo no te puedo ver. Sólo conozco la Soledad que inspira el otoño en un quinto piso. Y ahora a tí, que me describes, me animas, me predices un reencuentro y un hasta siempre con un alma que no descifro. Gracias por esas palabras que perciben lo que por lo menos quisiera ser. No se si fulmine a mis demonios... no lo creo... quizás porque bebo y fumo con ellos y dejo que se burlen de mí como yo de ellos... quizás sólo nos vacilamos a pesar de que parezca que los arraso o que me arrasan. En el fondo somos amigos. Gracias por esa ráfaga de inspiración con la que te acercaste a mí detrás de esa cortina, casi velo... pero que no me dejó verte. Gracias Soledad. Si eres la Soledad de siempre... siempre me inspiras... si eres otra soledad... no te descubro detrás del velo. Un abrazo.

    ResponderEliminar